viernes, 29 de octubre de 2010

Y PARA LOS SANTOS...¡PUCHES!


Esta recetilla está recogida de la tradición oral en Los Navalucillos, vamos de mi tradición oral, pues es la que yo hago.

INGREDIENTES:
Necesitaremos: harina, anises, azúcar, una cáscara de naranja, un poco de miel y unos coscurros de pan.
MANOS A LA OBRA:
Cocemos los anises y una cáscara de naranja seca en agua y colamos el caldo. (Hay quien prefiere dejar los anises en el caldo).
En agua fría disolvemos la harina con unas cucharadas de azúcar (al gusto de dulce) procurando que no queden grumos (hay quien lo cuela).
Esta disolución de harina la vertemos en el agua de anises, que ya estará hirviendo.
Lo dejamos cocer durante unos veinte minutos, moviendo constantemente para que no se nos pegue. Cogen color y se ponen un poco morenas las puches. Las sacamos a una cazuela.
Aparte freímos unos trozos de pan no muy grandes y los apartamos en un plato.
En la misma sartén con poquito aceite sofreímos una cáscara de naranja y unas cucharadas de miel. Se pondrá espumoso.
Ese aceite-miel lo vertemos encima de los coscurros o picatostes.
Mezclamos y los coscurros a su vez en la cazuela de la puches y los empujamos para que se mezclen entre las puches.
Dejamos que se enfríe y comemos hasta que nos hartemos... ¡que será pronto, porque llenan mucho!

sábado, 23 de octubre de 2010

IDA DE OTOÑO


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: ¡LA POESÍA! Poeta total es quien logra la comunión con el universo, conservando su voz personal.

Por un camino de oro van los mirlos… ¿Adónde?
Por un camino de oro van las rosas… ¿Adónde?
Por un camino de oro voy…
¿Adónde,
otoño? ¿Adónde, pájaros y flores?


lunes, 18 de octubre de 2010

Nostalgia de Rubén Darío

Solo una estrofa de 'Canción de Otoño en Primavera' de Rubén Darío, el primer poeta que leí en mi vida, porque encontré dos libros en la troje de mi abuela: uno era de Rubén Darío, el otro La Iliada de Homero. A Rubén lo leía y lo leía, sonaba muy bien. Lo leía en voz alta. A mi abuelo le gustaba escuchar la lectura. No había entonces en la casa de mis abuelos ni radio ni televisión. La lectura era un pasatiempo. Ni mi abuelo ni yo entendíamos a Rubén Darío, sin embargo no nos cansábamos. A veces, él traí un amigo, le daba una copa de aguardiente y le decía ven para que veas cómo lee mi nieto. Yo me subía de pie en una silla de enea y leía el libro de Rubén Darío, que tenía las tapas amarilla y rugosas, recuerdo. Cuando les parecía que ya estaba bien, mi abuelo se enorgullecía de lo bien que leía el nieto y me daba dos perras gordas, a veces dos reales y, cuando la alegría, o el aguardiente, causaba efecto, la dádiva alcanzaba una peseta. El amigo en ocasiones se animaba y yo doblaba el capital ¡Qué tiempos! Hoy sigo leyendo a Rubén y me sigue gustando su sonoro verbo.

"Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín... ".

jueves, 14 de octubre de 2010

ANOCHECIDO OTOÑO

Decía Pedro Salinas: "Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio".
Estoy totalmente de acuerdo.
Anochecido otoño,
¿son azar esas gotas,
lentas resbaladoras
por el cristal abajo,
mientras solloza el hierro?
¿Son agua sin destino,
vacías de misión,
huérfanas de unos párpados,
de un alma, de un dolor?
¿Son nada, son la lluvia
en una ventanilla,
mientras que corre el tren
deseándole al alma
todo lo que quería?
No, no son gotas vanas.
Un ansia de llorar,
unos ojos ardiendo
desde un alma transida,
las miran deslizarse.
Y se paran las lágrimas
que en su borde temblaban:
no salen, no hacen falta,
ya tienen otra forma.
Porque allí en el cristal,
con lágrimas de lluvia,
de Dios, de cielo, está
sin que lo vea nadie
llorando un alma humana.

domingo, 10 de octubre de 2010

Poema Otoño

 Autorretrato de José Hierro
José Hierro es uno de mis poetas. Hierro, vino, anís y versos. Fino de ironía, profundo de pensamiento, largo de emociones. Social, sí, pero mucho más que social es su poesía. Llevé en mi coche una tarde-noche de Toledo a Madrid a Pepe Hierro -así le conocían sus amigos-. Hablaba entre pausas prolongadas, entre silencios de un kilómetro de carretera. Sus frases fueron cortas y contundentes. Estaba un poco cansado, es verdad. Le dejé a la puerta de su casa y le dí un manuscrito con algunos de mis poemas. Este poema que traigo hoy al blog, día y medio después de mi segundo nacimiento, es de su libro Quinta del 42 (1952).

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Canción de otoño

París. Plaza de la Ópera. Sobre el pedestal se yergue la estatua de la Poesía. Entierro de Paul Verlaine. En el momento en el que el coche fúnebre pasa frente a ella, la estatua de la Poesía pierde el brazo, que se rompe junto con la lira que sujeta. El simbolista Verlaine también cantó al otoño.

Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.
Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.
Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala borrasca
que levanta hojarasca
como yo.

martes, 5 de octubre de 2010

Amanecer de otoño

Don Antonio Machado, un hombre bueno, tiene "Don" en el Olimpo de los poetas. ¡Qué sencillo sentir! ¡Qué amanecida de otoño!

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas,jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

Otoño

Entre los otoños, prefiero el del hayedo de Tejera Negra, es ¡sublime! Entre los poemas... ¡hay tantos del otoño! Iré ofreciendo versos de aquí y de allá durante este tiempo ¡autumnal! El de hoy es de Octavio Paz.

En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros...
Y algo que no se sabe y dice «nunca»
cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.