De nuevo un Don Mendo sube a las
tablas de un teatro de Madrid. Salvador Collado lo ha traído al Fernán Gómez,
también conocido como “Centro Cultural de la Villa”. Es un Don Mendo canónico,
apostólico, sarcástico y moderno, un eslabón más que se engarza en la cadena de
aquellos otros que la protagonizaron, como Manolo Gómez Bur, Fernando Fernán
Gómez o José Sazatornil, entre otros muchos. Esta nueva apuesta cumple
saciadamente todas las expectativas cuando la comparamos con aquellas que
recordamos, y a fe que no podemos decir, tras contemplar esta versión, que
cualquier tiempo pasado fue mejor. Esta está a la altura.
La venganza de don Mendo, el
famoso texto teatral de Muñoz Seca, es el ejemplo palmario de cómo una astracanada
ha devenido en un clásico por su ingenio, su humor y su divertimento. No en
vano, en sus casi cien años de existencia, desde su estreno en 1918 en el
Teatro de la Comedia de Madrid, ha llegado a ser una de las cuatro obras más
representadas del teatro español, junto al Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es
sueño.
Reír casi siempre tiene
premio: el de la abundancia de espectadores y el del aplauso. Y Don Mendo
consigue la sonrisa, la risa y la carcajada, pues este teatro considerado
menor, literariamente hablando y no en la consideración del público, se basa
esencialmente en el chiste verbal y en el retruécano, el juego de palabras, en
la deformación cómica del lenguaje, en la acumulación de elementos paródicos
fácilmente entendibles, las constantes bromas y en las continuas referencias a
un contexto que evidencia una moral utilitaria. La acción, los personajes
(cuyos nombres también se aprovechan para el chiste) y hasta los figurines y el
decorado están al servicio del gracejo. La pretensión del conjunto es hacer
reír a toda costa. La producción que Collado,
con un excelente elenco de actores y actrices, nos presenta en el Fernán Gómez
de Madrid entretiene desde el minuto inicial a la caída del telón.
Huelga contar los pormenores
del contenido de esta obra que gira sobre la historia de un tal Don Mendo, traicionado
por su amante Magdalena, dama poco edificante, que se deja llevar por la
codicia cuando le surge un partido con más peculio para casarse, como es el rico
Duque de Toro. De esta traición es de la que Don Mendo buscará vengarse con toda
suerte de divertidas situaciones. Nada nos importa: ni la unidad de acción, ni
la de tiempo ni la de lugar, ni que la peripecia se ambiente
en una España medieval anacrónica con guiños al presente. La verdad es que La venganza de don Mendo es una caricatura,
una parodia, de las tragedias historicistas, escrita en verso, de la que los
espectadores suelen recordar tiradas de ellos a poco que la vean un par de
veces (“Para asaltar torreones, cuatro Quiñones son pocos. ¡Hacen falta más
Quiñones!). La obra cumple sus objetivos cuando a la salida del teatro ves al
público comentándola con la sonrisa aún en el rostro. Muñoz Seca se ríe de
aquellas ampulosas historias romanticonas llenas de una poesía dramática huera
y alza la carcajada destructora y surreal de su don Mendo con sus innumerables
ripios, sus rimas en agudos o en esdrújulos.
La versión que ahora vemos,
dirigida por Jesús Castejón, es muy eficaz con la risa, respetuosa con el
contenido, muy trabajada en la dicción del verso y en el movimiento escénico,
incluidas las coreografías, no abusa de un histrionismo que no es necesario y
coordina perfectamente a los numerosos personajes.
Los quince actores que dan
vida al espectáculo realizan un gran trabajo. Me encantaron Jesús Berenguer,
que bordó un don Nuño muy auténtico; Roberto Quintana, que se invistió en una
doña Ramírez con mucha gracia y desparpajo; Cristina Goyanes, que hizo una
Magdalena de rompe y rasga y que cambiaba de registro con naturalidad
dependiendo de cada situación, sacó rendimiento y vigorosa comicidad a su papel
de “mala”; Marcelo Casas, icosaédrico en sus variados desdobles; Karmele
Aramburu, que dio vida a una delicada reina que se desmayaba de amor adúltero,
si se daba el caso; Vallery Tellechea, que perfiló una potente Azofaifa de
emociones creíbles; y me sedujo Chema Pizarro, que creó un don Pero tan
cervantino que, a veces, parecía un verdadero Quijote descabalgado. Ángel Ruiz
hace un Mendo muy de hoy, seguro y eficaz, que se mueve con rigor y equilibrio
en el bamboleante alambre que une la tragedia y el sarcasmo. Muy bien en
general, una interpretación sólida, sin dientes de sierra, que mantiene la
tensión y la vis cómica sin estridencias (solo las que pide el texto) durante
todo el espectáculo.
La escenografía ingeniosa,
en la que el espectador tiene que poner su punto de imaginación para concretar
la realidad espacial, y un vestuario ad hoc conforman un contexto en el que sobresale
lo esencial: el lenguaje, la configuración de unos personajes bien perfilados,
cada uno con la acumulación de sus típicos tópicos.
La
Venganza de Don Mendo, en el Teatro Fernán Gómez o Centro Cultural de la
Villa de Madrid, es
todo un regalo. En un tiempo en el que el ambiente está tan
enrarecido viene bien la risa que trae esta bocanada de aire cómico por la que
ha apostado la compañía de Salvador Collado con la producción de esta obra.
Quien pueda que no se la pierda y quien no pueda que haga un poder y vaya a
disfrutarla.
(Publicado en noticiasdigital.es).
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