La reconocida pintora Begoña Summers presenta una muestra de sus
últimas obras en la sala de exposiciones del Ateneo de Madrid (calle del Prado,
19), entre los días 18 y 29 de este mes de diciembre.
Begoña Summers ama la música y le encanta pintar músicos en el
desempeño de su arte. También le gusta contemplar la naturaleza o las calles,
las imágenes que reflejan los espejos, el mar y el puerto, el cielo de amplios
horizontes, los veladores de un bar con gente, un escaparate, el abigarrado
mundo de un circo, la amplitud panorámica de las ciudades o los tejados que las
cubren. Y todo es lo que es, pero resuelto en sutiles líneas y llamativos
colores, que trascienden la realidad que representan y evocan estados de ánimo
y emociones optimistas. Cuando trabaja en el taller, en una mano tiene la paleta
de colores, en la otra el pincel y en el aire siempre la música. Antes de posar
el pincel sobre el lienzo lo impregna con el pigmento limpio, con el armónico
sonido, con la imaginación, con los recuerdos y con la voluntad de lo que busca
representar. Y al final queda la obra, el arcoíris de una sinfonía de colores.
En la pintura de Summers la realidad se percibe en la
composición, sin embargo quizá importe más que su comprensión analítica la
experiencia emocional, el mundo interior y la evocación de esa realidad que la
pintora transmite. No me parece que la artista sea un mero testigo de lo que
contempla con los ojos y cuyas impresiones traspasa, a través de su mano, al
cuadro, sino que se graba algo de ella misma en cada pincelada, en cada
elección de color puro, en cada azul, rojo, verde, naranja o amarillo. Tampoco
fragmenta con sus líneas precisas, no siempre rectas, el entorno que ofrece,
cuya perspectiva es muy razonable. En el fondo, es como si quisiera acercarse a
la realidad amable y, a la vez, distanciarse de ella para reinterpretarla y
envolverla con la capa evanescente de las emociones personales. En su pintura,
por tanto, importa lo que se ve y la sensación que esa imagen deposita en el
interior de quien la pinta y también de quien la contempla. Quizá no sea
pretencioso afirmar que en estas obras de colores y líneas se recrea lo real,
el objeto, en su ser físico y espiritual; y en ese sentido, Begoña Summers es
como el demiurgo, el artista creador, que insufla el alma a las formas, con el
fin de que tengan vida y no solo sean pura representación.
Cuando me pongo delante de un cuadro de Summers, siempre pienso
en la apasionada confianza en la libertad creativa de la artista, tan necesaria
para poder expresar sin trabas su visión personal del mundo que alcanza con sus
ojos, y, por supuesto, me lleva a recordar a Kandinsky, quien tanto hizo por
relacionar sinestésicamente la música y la pintura. Pienso que hay algo de
expresionismo en lo que veo, desde el momento en el que aprecio que el papel de
lo descriptivo se reduce sin anularse, que la imaginación y la emoción de la pintora
se fortalece y que el color, los colores puros, y la línea se potencian como
formas de expresión. Y me fijo también en el estudio
de la luz y esa aproximación fértil e inmediata de color ejecutada con tanta
frescura. Y no olvido su manera de crear, que no es otra que la de tomar
apuntes y dibujos del natural, para luego realizar un concienzudo trabajo de
reflexión y acción en el estudio y alcanzar el objetivo definitivo, la obra en
sí terminada. Expresión, sí; pero impresión y alma también. El pincel
intermedia ente el corazón y la obra lo mismo que el arco del violinista
intermedia entre el corazón del músico y la interpretación. Todo un universo de
conceptos, vivencias y detalles confluye
en la permanente melodía de un arte singular y un estilo definido, propio de
quien sabe el oficio y los avatares de su historia, de quien domina las
técnicas con maestría y de quien tiene la vena creativa para definir su yo
artístico.
En suma, la obra de Begoña Summers, pintada con el corazón y la
cabeza, posee franqueza, fuerza, habilidad, elegancia y algo muy importante, en
el convulso mundo en el que vivimos, la sensibilidad para favorecer la
felicidad de quien la mira.
La exposición en el
Ateneo de Madrid es una buena ocasión para apreciar el buen hacer de una
artista de éxito.
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