Título: Un
enemigo del pueblo. Autor: Henrik Ibsen. Versión y dirección: Joaquín Vida. Compañía: Cosmoarte.
Intérpretes: Juan Gea, José Hervás, Luz Olier, Manuel Brun, Mar
Bordallo, Jan A. Molina, Héctor Melgares y Guillermo Montsinos. Escenografía: Diego del Rey. Diseño de luces: Daniel Navarro. Producción: Cosmoarte S.L.
Teatro realista,
teatro social, teatro político, teatro de ideas, teatro de la palabra más que
de las emociones. Una lección moral. Un encuentro entre la verdad y la
repugnancia del engaño. La demagogia como procedimiento para aborregar a las
masas. El valor superior de la inteligencia. La defensa de la libertad de expresión y
la honestidad frente a los intereses diversos. Un repaso a todas las corrupciones posibles: la económica, la
ideológica, la del poder establecido, la de la prensa, la de la masa embaucada,
la de los intereses personales, la familiar, la gremial. De todo esto se
alimenta Un enemigo del pueblo, uno
de los dramas más áridos escritos por Henrik Ibsen en su fecunda madurez. Más
que un drama es un debate, en el que los personajes son interlocutores que
sacan su fuerza de sus posiciones polémicas en el enfrentamiento que gira ante
un concepto como es el de la verdad, que se asume o no se asume en función de
las diversas motivaciones individuales. La conclusión es absolutamente
demoledora y el protagonista, el doctor Stockmann, magníficamente encarnado por
Juan Gea, que no tuerce su postura objetivada en la verdad de la ciencia, ni
cede la libertad de pensamiento ante los chantajes, es señalado,
paradójicamente, como “enemigo del pueblo” y se exalta al sentirse solo, porque
ha comprendido que “el hombre más fuerte del mundo es el que está más solo”. El
mantenimiento de su moral y de su ética no nos impide pensar que su drama es su
fracaso social ante unos gobernantes y un pueblo que optan por vivir en la
impostura, pues en esta y la mentira encuentra su estabilidad el poder.
Un
enemigo del pueblo
tiene una trama dramático-narrativa lineal. En una pequeña ciudad se abre un
balneario que atrae gente y ofrece prosperidad y riqueza. El doctor Stockmann, director
médico del balneario, descubre, mediante unos análisis, que el agua está
contaminada y es peligrosa para la salud. Opina que hay que acometer obras para
solucionar el asunto y de ello informa a su hermano, que es el alcalde de la
ciudad y dirigente y accionista del balneario, con el fin de que resuelvan el
problema. El periódico local, denominado progresista, la Plataforma Cívica de
ciudadanos y otros interesados en atacar al poder caciquil local ofrecen en
principio su ayuda al doctor Stockmann. Pero los interesados empiezan a
oponerse al doctor, sin importarles que lleve razón. El primero y el más
corrupto es el hermano alcalde, que considera descabellado (para los intereses
de la oligarquía) cerrar el balneario durante los dos años que durarían las obras
de saneamiento, argumentando que sería la ruina para la ciudad. El periódico y la Plataforma Cívica también cambian de
opinión, por su interés pecuniario, y apoyan al alcalde y dejan solo a Stockmann con su verdad. Sólo un marinero
joven, un grumete, le ayuda para que, en los almacenes de su casa, el doctor
pueda dirigirse al pueblo en asamblea y explicar la situación del balneario. Los
poderes también controlan esta asamblea informativa y los ciudadanos,
manipulados por periodistas y políticos, declaran al doctor enemigo del pueblo.
Partiendo de la idea de que Ibsen no era para nada un revolucionario de
izquierda y que su obra en general, y esta en particular, pone de manifiesto un
cierto aristocratismo intelectual, se puede considerar que el tema de Un enemigo del pueblo es de pura
actualidad, pues plantea asuntos tan objetivos como el de la verdad científica
frente a los intereses económicos, el poder político y económico que maneja los
hilos de la sociedad, la manipulación informativa, los intereses particulares
enmascarados bajo la noción de "bien común" y una
opinión pública a la que se sacraliza al tiempo que se la manipula
obscenamente.
Esta obra densa ha sido muy bien
planteada por Joaquín Vida, con un ritmo dramático ágil en un escenario
realista y funcional y con una iluminación efectiva que resalta unos muy bien
diseñados figurines.
La labor actoral ha sido excelente,
notándose aún algunos titubeos propios del estreno. Juan Gea ha protagonizado con
veracidad y fuerza a un doctor Stockmann
equilibrado, que ha ido subiendo de tono en la medida en que el argumento iba
llenando de pasiones encontradas al personaje y el actor acomodaba perfectamente
los registros. José Hervás ha interpretado magistralmente un alcalde al que ha
dado la asombrosa verosimilitud del político corrupto. Luz Olier ha
representado con dulzura la virtud de la prudencia de la madre de familia y Mar
Bordallo se ha metido en el papel de una hija saludable y comprometida con una
frescura interpretativa muy empática. Guillermo Montesinos ha dibujado un
suegro (Morten Kiil) simpático y con carácter, al que la dirección, incluyendo
el propio vestuario, le ha dado una presencia rutilante. Manuel Brun, muy bien en
el papel de Aslaksen, aunque ha exagerado quizá demasiado la rigidez de unos
tópicos archirrepetidos. Juan Antonio Molina, como Hovstad, y Héctor Melgares,
como Horster, han cumplido dignamente y con brillantez con sus respectivos papeles.
Extraordinario teatro de reflexión el que hemos visto en
el Rojas de la mano de la compañía Cosmoarte, a la que hay que agradecer su
apuesta por una obra con tanto meollo en un tiempo en el que se suelen prodigar
los divertimentos minimalistas.
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