Título: El
médico de su honra. Compañía: Teatro
Corsario. Versión y dirección: Jesús
Peña. Intérpretes: Ana Isabel
Rodríguez, Carlos Pinedo, Julio Lázaro, Luis
Miguel García, Rubén Pérez, Rosa Manzano, Borja Semprún y Teresa Lázaro. Escenografía: Teatro Corsario. Vestuario: Olga Mansilla. Iluminación: Javier Martín del Río. Música: Juan Carlos Martín.
Teatro Corsario
ha representado en Toledo la obra de Pedro Calderón de la Barca, El médico de su honra, uno de los dramas
de honor más sólidos del autor barroco.
Vaya por delante la alabanza al
excelente trabajo dramatúrgico que presenta Jesús Peña que ha simplificado con mucho mérito las didascalias
propias del barroquismo calderoniano y nos podemos imaginar perfectamente los
espacios dramáticos en los que se desarrolla la acción. Excelentísima y
magistral es la interpretación del
conjunto de actores y actrices, con unos sobresalientes Carlos Pinedo, en el papel de don Gutierre, y Ana Isabel Rodríguez en el de doña Mencía; creo que ambos, él y
ella, han entendido muy bien que lo teatral radica en la interacción de
elementos (signos o códigos) que funcionan en dos discursos (el dramático y el
espectacular). Da gusto oírles a recitar el verso sonoro y las frases tan
abundantes de recursos retóricos; asombra lo estudiado del gesto, de las
posturas, de los movimientos y del juego escénico que tan bien complementan la
acción que se cuenta y representa; y conmueve la verosimilitud que todos
ofrecen de las emociones cambiantes que
los personajes revelan, salvando quizá el más plano del infante don
Enrique.
De El médico de su honra podremos hacer todas las lecturas que creamos
convenientes para considerarla como una obra que pueda tener un trasunto con la
realidad actual. En las piezas dramáticas de Calderón mueren mujeres, en la
actualidad también. No creo que esta eduque en nuestro presente. Es teatro,
pero no olvidemos de contextualizarlo en su época. En El médico de su honra, el tema central, los celos y la limpieza
sangrienta del honor manchado por la esposa (que aquí es una suposición pues
ella es totalmente inocente), eleva al autor a la cima más desaforada de la
exaltación casticista. Tenemos el planteamiento del conflicto: el triángulo
amoroso entre el caballero Gutierre Alfonso Solís, su esposa, Mencía, y el
hermano del Rey, el infante Don Enrique; la relación entre ellos llevará a un
desenlace casi grotesco, si lo consideramos con los ojos de la actualidad. Aquí,
como en todo el teatro calderoniano, los maridos son seres complejos,
atormentados y conflictivos, sujetos a la rigidez del honor-opinión y a unas
contradicciones evidentes. Claro que podemos ver la obra hoy, pero sin hacer mucha
sociología ni parangón con la actualidad. Tenemos que ser conscientes de que en
el escenario se está representando a unos personajes neuróticos capaces de
razonar y argumentar, como hace don Gutierre, acerca del callejón sin salida en
que el casticismo les ha colocado: los personajes son incapaces de escapar de
la opresiva red ideológica expresada en el código del honor (de su época), del
autoritarismo patriarcal de la institución del matrimonio y de dejar de
considerar a la mujer como objeto poseído, personal e intransferible. Eso es
Calderón. Quizá de aquellos polvos no superados vengan algunos lodos-lacra que
aún se manifiestan en nuestra sociedad.
El
médico de su honra no es nunca un divertimento, por más que aparezca un
personaje gracioso, Coquín, (muy bien encarnado por Luis Miguel García) que
intente desdramatizar un poco las digresiones conceptuales que el autor
permanentemente plantea.
Podemos y debemos ir a buscar algunos conceptos más allá del honor (que es lo
aparente en la obra y en la propuesta de
Teatro Corsario) y a buen seguro descubriremos que, además de la cuestión obvia
del honor, hay otros factores sociales que subrayan las actitudes masculinas
hacia la mujer, actitudes que conducen, en situaciones límite, a la
deshumanización y la consiguiente victimización de la mujer. Calderón siempre
pone de manifiesto que, aún con la protección masculina, las mujeres serán
victimizadas por la dominación y el exceso de los hombres, y en el caso de doña
Mencía, en la obra que comentamos, esta protección masculina (mal entendida) en
realidad le causó la muerte.
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