Título: Celestina,
la tragicomedia. Autor:
Fernando de Rojas. Versión y
adaptación y dirección: Ricardo
Iniesta. Compañía: Atalaya. Intérpretes: Carmen Gallardo, Raúl Vera, Silvia Garzón,
Manuel Asensio, Jerónimo Arenal, María Sanz y Lidia Mauduit. Vestuario y
escenografía: Equipo de la Atalaya.
Iluminación: Alejandro Conesa. Música: Luis Navarro. Producción: Ángela Gentil.
Atalaya ha logrado una Celestina moderna y creíble con la sólida base
del respeto a los ejes conceptuales del texto original y la creación de una
dramaturgia imaginativa, en la que ha destacado el gesto y movimiento de
actores, la ocupación del espacio, la funcionalidad de los elementos, una
antológica iluminación y una interpretación desenfadada que ha roto los moldes
habituales del teatro clásico.
La puesta en escena de Celestina,
la tragicomedia, como obra
coral, pretende ser un espectáculo total que integra en la representación la
expresión corporal, la voz declamada y cantada, el ballet y el movimiento
continuo de la escenografía que conforma un todo simbiótico con el grupo de
actores.
Es muy perceptible el argumento básico de La Celestina, la obra original, en el que el joven y rico Calixto
se enamora arrebatadamente de Melibea y consigue los favores de la dama con la
intermediación de la “puta vieja” Celestina. Una noche, tras la visita
clandestina y gozosa al jardín de Melibea, Calixto muere al caer por las tapias
del huerto; Melibea, incapaz de vivir sin su amante, se suicida.
En esta adaptación teatral se pierden muchos matices del realismo
crudo y social del original, pero aún podemos darnos cuenta de que los
personajes tienen conciencia de sí mismos y de su valor como personas, que
tienen una voluntad imperativa de vivir y actuar. Nos hacen ver que la
realización del ser humano se consigue gracias a la acción, que se traduce no
solo en el ansia y el goce de vivir, sino también en la intensidad de este.
Podríamos decir que los personajes viven con prisa y que, por ello, los
protagonistas (Celestina, Calixto, Melibea, Pármeno y Sempronio) “madrugaron a
morir”. Y es evidente cómo el sistema de relaciones de la sociedad que
representan fracasa ante el fetichismo y la realidad del dinero, lo que, al
fin, desencadenará la tragedia.
Sin entrar en demasiadas profundidades, esta propuesta, con su
excelente dramaturgia, conforma un espectáculo total que llega muy bien a
públicos muy diversos y especialmente al joven. El montaje, con una plástica
extraordinaria, que en momentos nos recuerda el dibujo animado y hasta el
“manga” japonés, es muy idóneo para difundir un clásico tan complejo y clave
como es La Celestina.
Muy interesante el trabajo de Ricardo
Iniesta para
dirigir una pieza que se distingue por un ritmo apresurado en la acción, unos
actores que hacen uso de permanentes cambios de registro y una escenografía
modular que es como un personaje más. Excelente trabajo interpretativo de
conjunto, del que hay que entresacar a Silvia
Garzón que encarna una Melibea poderosa, que sabe distinguir y mostrar con
su voz y con su gesto los estados emocionales de un personaje que cambia su
psicología según avanzan las acciones de la obra; y una sobresaliente Carmen Gallardo, que compone una
Celestina rica de matices y que con su sola presencia es capaz de llenar y
dominar toda la escena.
Quizá haya algunos elementos discordantes que chirrían un poco: la
música en ocasiones impide entender el texto (el ejemplo más evidente es el
monólogo final de Melibea, que es clave para comprender la ideología esencial
de la obra), las letras de las canciones no se captan (bien es cierto que
algunas se cantan en idiomas no castellanos) y no se termina de saber qué papel
tienen en la representación (la canción final, tras el planto de Pleberio,
probablemente a la dramaturgia del espectáculo le aporte algo que el director
sí tiene interiorizado, pero que al conocedor de La Celestina le sobra); el
personaje de Lucrecia está exagerado en la memez y el de Centurio rompe el
equilibrio con una sobreactuación exagerada; por el contrario, Calixto presenta
un talante bastante plano, casi de puro “amor cortés”, por más que su comienzo tenga
una dicción mecánica y poco natural, aunque crece positivamente en el desarrollo
de la obra.
De Celestina, la tragicomedia
que nos ha ofrecido Atalaya se puede concluir que es “un clásico muy moderno”
que encanta al público, que enseña y divierte, y que deja tan buen sabor de
boca que dan ganas de volver a verla otra vez. En la representación escolar
mañanera, los alumnos y alumnas que acudieron al Teatro de Rojas aplaudieron
con ganas una puesta en escena de las que sirven para hacer adeptos teatrales
entre los jóvenes. En la presencia vespertina para el público en general, las
personas que llenaban la sala también mostraron su efusión con las palmas y se
adivinaba en sus rostros la satisfacción de haber pasado un buen rato.
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