Título: Las
presidentas. Autor: Werner Schwab. Compañía: La
Cantera. Dirección: Juan
Dolores Caballero. Intérpretes: Ana Marzoa, Paca Gabaldón y Alicia Sánchez.
Diseño de escenografía: Juan Dolores
Caballero. Diseño de vestuario: Eva del Palacio y Fernando
Aguado. Iluminación: Mario Salas. Producción: Ángel
Luis Colado.
Para
hacer una crítica seria y justa de esta obra, "Las presidentas", y no
tratar de engañar a los espectadores que asistan sin ser avisados del
contenido que van a ver en esta función que, con mucho atrevimiento y buen
trabajo, propone La Cantera Producciones Teatrales, hay que saber que
fue la primera de Werner Schwab
(1958-1994), autor austriaco, de infancia difícil, bebedor empedernido, del que
se dice que escribía sus obras a altas horas de la noche mientras escuchaba
música a todo volumen, y que fue encontrado muerto por intoxicación alcohólica
el 1 de enero de 1994. También hay que saber que su obra se inscribe en lo que
los alemanes llaman no ya “teatro escatológico”, sino directamente “teatro
fecal”.
"Las presidentas", obra que hemos
podido ver en el Teatro de Rojas, se estrenó en Viena en 1990, le valió a
Schwab ser reconocido en 1992 con el premio al mejor autor teatral, otorgado
por la Unión de críticos europeos.
Este preámbulo solo quiere justificar lo
que escribiré a continuación y el evitar la opinión apresurada de aquellos
espectadores que, ante el regodeo morboso del texto en situaciones sórdidas,
asquerosas y repugnantes han podido llegar a pensar que este teatro es una
mierda y abandonan la sala.
Yo, sorprendido también con un texto que no
conocía, pero no alejado del concepto de este tipo de teatro que sí me es cercano,
escribo desde el sosiego para decir que “Las presidentas”, en las que han
realizado un trabajo encomiable Paca
Gabaldón y Ana Marzoa y
simplemente excepcional, Alicia Sánchez,
es una especie de “esperpento austriaco”, descarnado, incisivo, corrosivo y
desagradable que realiza una furibunda crítica social, desde las claves del
humor negro, a la sociedad del bienestar y a los pilares de la sociedad
biempensante: la familia, la religión y el Estado. Es lo que podemos llamar con
toda las letras verdadero teatro antiburgués.
El propio Werner Schwab debió de pensar,
tras su propia peripecia vital, que la “vida era una mierda”, pero que esa
mierda estaba sustentada en causas perfectamente reconocibles, y no se reprime
ni en el léxico ni en las ideas para poner sobre la escena ese mundo podrido,
en el que la gente se engaña con la impostura, con la mentira, con el disimulo
y con la ficción de la ilusión. Yo
afirmo que “Las presidentas”, aunque nos apeste en las narices y nos den
arcadas ante lo que oímos o vemos representar, es un texto con fuerza, con
contenido, en el que los elementos hiperrealistas se dan la mano con los
puramente surrealistas, y todo se propone con desmesura y sumerge al público en
una atmósfera inquietante, cargada de ironía, donde confluyen el drama y el humor.
Es una obra del género grotesco que se enmarca en la corriente del
expresionismo alemán y la renueva y que no es ajena a la muy natural y
austriaca comedia negra. En cierto modo, este teatro revisionista y extremo ha
sido calificado a veces como postmoderno.
En síntesis, esta obra que mantiene las
unidades de tiempo y de lugar, pero en la que las acciones parecen no existir,
salvo que `por acción entendamos más los monólogos que las conversaciones que
mantienen tres mujeres de pocos posibles, ya maduras y con pensiones mínimas,
que conviven en un edificio popular y viejo, pobre en suma, que se enfrentan no
solo a las penurias de su existencia, sino a su soledad y a las ficciones con
las que se engañan unas a otras y a sí mismas. No dialogan para compartir
problemas y solidarizarse, sino para hacer más patente el estado morboso en el
que viven. Esa falta de interacción y diálogo (es muy llamativo como se suelen
expresar en tercera persona) hace que la obra nos parezca un concierto a tres
voces, donde cada personaje mantiene su protagonismo amurallado. Por su
carácter inverosímil y a la vez grotesco, se lleva la palma el personaje
absolutamente fecal de Mariedl, interpretado por Alicia Sánchez.
Werner Schwab juega una partida de ajedrez
con tres peones y contrapone los planos
del sueño y la verdad, la realidad y el deseo y nos muestra con estos tres
peones/mujeres la metáfora de quien vive la impostura tras la capa de la
fabulación y el espejismo; quizá y sin
quizá, es la metáfora de Austria, la patria del autor. Cuando ese pacto de
ficción en el que viven es violado por uno de los personajes, la fecal Mariedl,
que se atreve a realizar un discurso sobre la verdadera realidad, las otras dos se abalanzan sobre ella y le
cortan el cuello, con lo que, ya puestos a describir de manera escatológica,
diré que la sangre de la muerta rima con la mierda interior de las asesinas.
Buen trabajo de dirección de Juan Dolores Caballero para equilibrar
a tres actrices de larga trayectoria y sobrada profesionalidad, aunque, en mi
opinión, debieran enunciar la frase con más nitidez, especialmente Ana Marzoa,
a la que muchos finales de enunciados no se le terminaban de entender. La
escenografía realista es coherente con el contenido de la obra. La iluminación
delimita perfectamente los espacios escénicos. La interpretación hay que
calificarla de excelente en los personajes encarnados por Ana Marzoa y Paca
Gabaldón y “de premio” la de Alicia Sánchez.
Y, como coda, tengo que
afirmar que, si no nos paramos a buscar lo que hay detrás de las palabras y de
las situaciones que el autor plantea en “La presidentas”, nos quedaremos con
una panorámica completa sobre la defecación en todos sus pormenores, algo que
viene a ocupar más o menos un tercio de la representación y que es lo que, sin
duda, muchos espectadores no han podido soportar y han abandonado la sala con
la poca educación en muchos de ellos de salir taconeando sobre la madera del
suelo. Pero no hay que rasgarse las vestiduras, esto también es el teatro.
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