Título: El
mercader de Venecia. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre.
Dirección: Eduardo Vasco.
Intérpretes: Arturo Querejeta, Toni
Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor
Carballo, Cristina Adua, Lorena López y
Jorge Bedoya. Escenografía: Carolina
González. Vestuario: Lorenzo Caprile.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Selección
y adecuación musical: Eduardo Vasco,
sobre piezas de J. Brahms y F. Schubert. Producción: Miguel Ángel Alcántara.
El mercader de Venecia de William Shakespeare, en versión de Yolanda Pallín, con la dirección de Eduardo Vasco, que ha puesto sobre las tablas del teatro de Rojas
la compañía Noviembre, es sencillamente genial.
Si de Shakespeare podemos afirmar que, más que pertenecer a una época,
es de todos los tiempos, con la propuesta de Eduardo Vasco esta afirmación se
hace enteramente real. La esencia de la obra, la acción, se mantiene como el
creador la imaginó; el texto lo ha aligerado Yolanda Pallín y lo ha actualizado
incluso con algunas referencias graciosas más propias de nuestro mundo que de
la Inglaterra del XVI, para facilitar la comprensión; el tiempo en el que se
desarrolla la acción lo imagina Vasco en una evanescente época romántica, de la
que hacen gala los figurines de Lorenzo
Caprile, más los masculinos que los femeninos; y la escenografía es del
género imaginativo, funcional y minimalista propio de esta época en la que
vivimos.
El mercader de Venecia es uno de los dramas “acomediados” (hay momentos dramáticos y otros
más amables incluso graciosos) más célebres de Shakespeare, con una acción de
una trama compleja que se puede simplificar en los siguientes aspectos:
Bassanio, noble veneciano, ama a Porcia, dama bella y rica. Para ser su
pretendiente necesita tres mil ducados, que, como no los tiene, se los pide
prestados a su amigo el mercader Antonio, pero este no dispone de liquidez, que
espera conseguir en breve cuando lleguen los diversos barcos que en los que
tiene su inversión. Para salvar la dificultad y ayudar al amigo, Antonio pide
un préstamo al judío Shylock, a quien en ocasiones ha tratado con desprecio.
Cierra el contrato con una cláusula singular: Shylock obtendrá una libra de
carne de Antonio si este no le devuelve el
dinero en el tiempo fijado. Entretanto,
los pretendientes de Porcia van pasando por una extraña prueba en la que tienen
que elegir entre tres cofres. Uno tras otro eligen el cofre equivocado al
señalar siempre los más valiosos, excepto Bassanio que acierta con la fórmula y
logra su propósito. La hija de Shylock se fuga con un amigo de Bassanio y el
judío enloquece. Los barcos de Antonio, uno tras otro, naufragan, con lo que el
mercader pierde su fortuna y no puede devolver al judío el dinero en la fecha
convenida. Finalmente se celebra
un juicio en el que únicamente la inteligencia de Porcia, disfrazada de
abogado, logra desenmarañar la madeja legal en que se encuentra atrapado
Antonio y que, con una sagaz interpretación de las leyes y de la letra del
contrato las tornas se vuelvan contra Shylock.
En realidad, Shakespeare
propone el enfrentamiento de emociones,
valores y sentimientos universales positivos y negativos: amor y odio,
desprecio y deseo de venganza, ambición, engaño, el imperio de la ley y su
interpretación, la avaricia, la usura, las cláusulas abusivas de los contratos,
el perdón, la búsqueda de libertad de las mujeres frente a la opresión de la
familia, la rigidez de las creencias, la amistad, y la clemencia.
Pero todos estos conceptos que ayudan a la reflexión, quedan
perfectamente hilados en la dramaturgia que se propone y que gira esencialmente
alrededor de la figura de ese gran personaje teatral que es Shylock, el usurero
judío que fija en el contrato de préstamo la cláusula para cobrárselo con una
libra de carne del mercader veneciano Antonio. Alrededor de este asunto se
desarrollan otras acciones, también importantes, de las relaciones amorosas de
tres parejas y las situaciones familiares singulares de dos de ellas por su
relación desigual, bien sea por diferencias económicas, religiosas o sociales. Pero será el valor de la clemencia el que se destaque
y el que resuelva las diferentes situaciones con finales que no llevan al
desastre. Como bien se dice en uno de los pasajes más citados de la obra: “La
naturaleza de la clemencia consiste en no ser forzada; ella desciende
dulcemente como la suave lluvia del cielo sobre la tierra que tiene debajo; es
dos veces bendita; bendice al que la concede y al que la recibe… la clemencia
atempera la justicia”.
El mercader de Venecia es una gran obra clásica, ajustada por un creador
moderno en plena madurez teatral, Eduardo Vasco, a la escena que hoy se
requiere. Su trabajo es perfecto en la concepción general y en los detalles, en
la dirección de los actores y en el logro de un equilibrio en la representación,
en la que todo parece sencillo y natural, aunque es perceptible que cada gesto,
cada movimiento, cada cambio en los escasos elementos escenográficos, cada
diálogo que se acelera o se entrecorta, cada música que suena, cada matiz de la
iluminación…todo está perfectamente estudiado y calibrado.
Todo
sería nada sin la labor profesional de Noviembre,
una compañía que nos ha deleitado con una interpretación sublime. Toni Agustí ha dibujado un Bassanio romántico
y apasionado; Francisco Rojas ha vestido con pulcritud los estados de éxito, de
fracaso, de amistad y de aceptación de la ley de Antonio; Rafael Ortiz ha sabido medir con exactitud la simpatía de
Lanzarote; Héctor Carballo
(Lorenzo), Fernando Sendino
(Graciano), Cristina Adua (Yéssica),
Lorena López (Nerissa) y Jorge Bedoya (pianista y Salerio) han estado
excelentes y han sabido combinar los momentos pintorescos con los más serios
con maestría; Isabel Rodes ha
encarnado una Porcia espléndida, con la fuerza y la seguridad de quien, además
de las acciones que le pide la escena, está dando vida a la dignidad de la
mujer en un mundo de hombres; y el gran Arturo
Querejeta una vez más parece que hace fácil lo difícil y ha representado un
Shylock con la maestría de no hacer del personaje ni un avaro, ni un racista,
ni un depravado, sino un ser humano con las muchas caras a que le obligan las
cambiantes circunstancias.
El mercader de Venecia de la compañía Noviembre es
puro teatro, un placer para la cultura y una delicia para los espectadores que,
con espectáculos como este, refuerzan su autoestima como consumidores
apasionados de un arte eterno.
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