sábado, 24 de octubre de 2015

El mercader de Venecia de Shakespeare/Vasco, ¡genial!

 Con Eduardo  Vasco en el Teatro de Rojas

Título: El mercader de Venecia. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Cristina Adua, Lorena López y Jorge Bedoya. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Selección y adecuación musical: Eduardo Vasco, sobre piezas de J. Brahms y F. Schubert. Producción: Miguel Ángel Alcántara.

Arturo Querejeta como Shylock


El mercader de Venecia de William Shakespeare, en versión de Yolanda Pallín, con la dirección de Eduardo Vasco, que ha puesto sobre las tablas del teatro de Rojas la compañía Noviembre, es sencillamente genial.
Si de Shakespeare podemos afirmar que, más que pertenecer a una época, es de todos los tiempos, con la propuesta de Eduardo Vasco esta afirmación se hace enteramente real. La esencia de la obra, la acción, se mantiene como el creador la imaginó; el texto lo ha aligerado Yolanda Pallín y lo ha actualizado incluso con algunas referencias graciosas más propias de nuestro mundo que de la Inglaterra del XVI, para facilitar la comprensión; el tiempo en el que se desarrolla la acción lo imagina Vasco en una evanescente época romántica, de la que hacen gala los figurines de Lorenzo Caprile, más los masculinos que los femeninos; y la escenografía es del género imaginativo, funcional y minimalista propio de esta época en la que vivimos.
El mercader de Venecia es uno de los dramas “acomediados” (hay momentos dramáticos y otros más amables incluso graciosos) más célebres de Shakespeare, con una acción de una trama compleja que se puede simplificar en los siguientes aspectos: Bassanio, noble veneciano, ama a Porcia, dama bella y rica. Para ser su pretendiente necesita tres mil ducados, que, como no los tiene, se los pide prestados a su amigo el mercader Antonio, pero este no dispone de liquidez, que espera conseguir en breve cuando lleguen los diversos barcos que en los que tiene su inversión. Para salvar la dificultad y ayudar al amigo, Antonio pide un préstamo al judío Shylock, a quien en ocasiones ha tratado con desprecio. Cierra el contrato con una cláusula singular: Shylock obtendrá una libra de carne de Antonio si este no le devuelve el dinero en el tiempo fijado. Entretanto, los pretendientes de Porcia van pasando por una extraña prueba en la que tienen que elegir entre tres cofres. Uno tras otro eligen el cofre equivocado al señalar siempre los más valiosos, excepto Bassanio que acierta con la fórmula y logra su propósito. La hija de Shylock se fuga con un amigo de Bassanio y el judío enloquece. Los barcos de Antonio, uno tras otro, naufragan, con lo que el mercader pierde su fortuna y no puede devolver al judío el dinero en la fecha convenida. Finalmente se celebra un juicio en el que únicamente la inteligencia de Porcia, disfrazada de abogado, logra desenmarañar la madeja legal en que se encuentra atrapado Antonio y que, con una sagaz interpretación de las leyes y de la letra del contrato las tornas se vuelvan contra Shylock.
En realidad, Shakespeare propone el enfrentamiento de emociones, valores y sentimientos universales positivos y negativos: amor y odio, desprecio y deseo de venganza, ambición, engaño, el imperio de la ley y su interpretación, la avaricia, la usura, las cláusulas abusivas de los contratos, el perdón, la búsqueda de libertad de las mujeres frente a la opresión de la familia, la rigidez de las creencias, la amistad, y la clemencia.
Pero todos estos conceptos que ayudan a la reflexión, quedan perfectamente hilados en la dramaturgia que se propone y que gira esencialmente alrededor de la figura de ese gran personaje teatral que es Shylock, el usurero judío que fija en el contrato de préstamo la cláusula para cobrárselo con una libra de carne del mercader veneciano Antonio. Alrededor de este asunto se desarrollan otras acciones, también importantes, de las relaciones amorosas de tres parejas y las situaciones familiares singulares de dos de ellas por su relación desigual, bien sea por diferencias económicas, religiosas o sociales. Pero será el valor de la clemencia el que se destaque y el que resuelva las diferentes situaciones con finales que no llevan al desastre. Como bien se dice en uno de los pasajes más citados de la obra: “La naturaleza de la clemencia consiste en no ser forzada; ella desciende dulcemente como la suave lluvia del cielo sobre la tierra que tiene debajo; es dos veces bendita; bendice al que la concede y al que la recibe… la clemencia atempera la justicia”.
El mercader de Venecia es una gran obra clásica, ajustada por un creador moderno en plena madurez teatral, Eduardo Vasco, a la escena que hoy se requiere. Su trabajo es perfecto en la concepción general y en los detalles, en la dirección de los actores y en el logro de un equilibrio en la representación, en la que todo parece sencillo y natural, aunque es perceptible que cada gesto, cada movimiento, cada cambio en los escasos elementos escenográficos, cada diálogo que se acelera o se entrecorta, cada música que suena, cada matiz de la iluminación…todo está perfectamente estudiado y calibrado.
Todo sería nada sin la labor profesional de Noviembre, una compañía que nos ha deleitado con una interpretación sublime. Toni Agustí ha dibujado un Bassanio romántico y apasionado; Francisco Rojas ha vestido con pulcritud los estados de éxito, de fracaso, de amistad y de aceptación de la ley de Antonio; Rafael Ortiz ha sabido medir con exactitud la simpatía de Lanzarote; Héctor Carballo (Lorenzo), Fernando Sendino (Graciano), Cristina Adua (Yéssica), Lorena López (Nerissa) y Jorge Bedoya (pianista y Salerio) han estado excelentes y han sabido combinar los momentos pintorescos con los más serios con maestría; Isabel Rodes ha encarnado una Porcia espléndida, con la fuerza y la seguridad de quien, además de las acciones que le pide la escena, está dando vida a la dignidad de la mujer en un mundo de hombres; y el gran Arturo Querejeta una vez más parece que hace fácil lo difícil y ha representado un Shylock con la maestría de no hacer del personaje ni un avaro, ni un racista, ni un depravado, sino un ser humano con las muchas caras a que le obligan las cambiantes circunstancias.
El mercader de Venecia de la compañía Noviembre es puro teatro, un placer para la cultura y una delicia para los espectadores que, con espectáculos como este, refuerzan su autoestima como consumidores apasionados de un arte eterno.

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