“Dignidad”: un descenso a lo profundo, y nada ético, de la política
Título: Dignidad.
Autor: Ignasi Vidal. Dirección: Juan José Afonso. Intérpretes: Ignasi Vidal y Pablo Puyol. Escenografía e iluminación: Sergio Gracia. Vestuario: Félix
Ramiro.
En el Teatro de
Rojas se ha representado “Dignidad”, un texto de Ignasi Vidal que podríamos
etiquetar como de “realismo político crudo”. Se trata de una conversación entre
dos integrantes de la ejecutiva de un partido político ficticio (cualquiera
vale, para los efectos), en la que se van sacando los trapos sucios de la organización
y todo lo que hay que hacer para alcanzar, permanecer y beneficiarse del poder
a costa de lo que sea. El mensaje teatral pone sobre el escenario, en boca de
los actores, todo eso que los políticos esconden tras la “ilusión” que venden
en los discursos y los tópicos demagógicos que desgranan para lograr la
aceptación y el voto de la gente. Luego lo que hacen es algo bien distinto y
nada tiene que ver con los ideales de “buenismo” universal y regeneración de la
humanidad que predican. Vamos, que la inspiración del autor la podemos
comprobar cada día en cualquier medio de comunicación. La “dignidad” del título
viene a ser una impostura más, un deseo, la parte de un eslogan, pero algo que
no existe, según la pieza teatral, en el mundo de la política que se describe. La
verdad que se quiere significar es la gran diferencia que hay entre lo que
percibe el ciudadano, tras los mensajes filtrados y la información sesgada de
los partidos políticos, y la desconocida realidad de lo que ocurre o puede
ocurrir en los despachos.
El autor, Ignasi
Vidal, y los dos actores que representan la obra, Pablo Puyol y el propio
Ignasi Vidal, juegan esta partida con un buen ritmo interpretativo, sin
altibajos, y salen de la crudeza de la “indignidad” con algunas escenas de
humor caricaturesco, que el público agradece con su risa. Los hilos invisibles
del ovillo de un partido político quedan al descubierto al destejerse la
madeja, según la conversación avanza, y quedar al aire las vísceras, las
miserias, las inmoralidades y las corrupciones que llevan a cabo miembros
individualmente y, a veces, en connivencia con otros. Sin embargo nunca se
habla de bases, sino de quienes están al sonruedo del poder y han dedicado toda
su existencia a vivir/cobrar de la política.
La obra, además de
lo descarnado de la situación, propone una conclusión aterradora, el suicidio
del corrupto, para, así, salvar la situación de la organización. Sin embargo,
el final es aún más aterrador, pues, para que la corrupción no aflore, lo que
se apunta es el asesinato del que iba a denunciar. Esa conclusión maquiavélica
del todo vale y el fin justifica los medios no puede ser, evidentemente, la
moraleja. La falta de ética nunca es una enseñanza. Por eso, sin duda, el final
es una huida hacia adelante del autor, una ficción ¿desmesurada? y nada tiene
que ver con ese “realismo crudo” con el que ante he calificado la pieza.
La obra da más de
sí que esta descripción teatral de la política. La conversación entre dos tipos
bien distintos (uno de ellos perfectamente reconocible por la iconografía y el
lenguaje con los que se manifiesta) ahonda en la reflexión sobre conceptos como
la honradez, la fidelidad a las ideas, la lealtad al partido y a los compañeros,
las ambiciones, los miedos, las ilusiones, lo evanescente de las ideologías y
lo que el poder cambia a las personas. Tras las miserias humanas, el autor
parece querer hacer también una reflexión sobre la amistad y cómo la amistad se
traiciona cuando el poder ciega la mente y alimenta la transgresión de los
valores.
“Dignidad” es una
obra digna para verla sin pasión, con ciertas dosis de realismo crítico y con
la idea de que lo que se cuenta/representa no es la realidad tal cual, sino un
trasunto de ella. Lo que sí se saca claro es que los corruptos son recalcitrantes
y renuncian a ideas, ideologías y amistades con tal de satisfacer su avaricia.
Considero que esta obra, como otras muchas que realizan reflexiones sociales,
son necesarias para que el público no solo se entretenga, sino que reflexione
sobre la realidad en la que vive y el engaño permanente al que se le somete.
Ignasi Vidal nos deja muchas preguntas en el aire: los políticos ¿son héroes o
villanos?, ¿lo dan todo (como suelen decir) y se sacrifican o lo que hacen es
por afán de poder, influencia social y lucro personal?, ¿se encierran en su
microcosmos y pierden el sentido de la realidad?
Juan José Afonso
ha ido planteando la obra como los asaltos de un combate de boxeo que termina
en tablas. La conversación no decae y el protagonismo va pasando de un actor a
otro sin solución de continuidad. El equilibrio es uno de sus logros. Ignasi
Vidal y Pablo Puyol han recreado a sus personajes con mucha coherencia y con la
naturalidad y verosimilitud que requería la idiosincrasia de cada uno. La
escenografía es sencilla, pero muy apropiada para no distraer la dialéctica. El
prólogo y el epílogo en vídeo resultan esenciales para la comprensión de la
obra. La iluminación muy acertada para matizar lo blanco de la camisa de uno y
el gris del otro. Y el vestuario, del toledano Félix Ramiro, muy adecuado y en
los moldes y en la línea a los que nos tiene acostumbrados el diseñador.
“Dignidad” fue merecedora del aplauso de los
escasos asistentes, provocado, sin duda por los cambios de programación
sobrevenidos ajenos al propio teatro, que estuvieron en el Teatro de Rojas.
Recomiendo a quienes esto lean que, si tiene ocasión de verla en otro
escenario, no se la pierdan.
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