España en
deconstrucción
La deconstrucción de España
está en proceso. Aquí no se construye nada serio. Se multiplican los trozos del
espejo roto que refleja la multirrealidad. Deconstruir es desmontar un concepto
o una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así sus
contradicciones y ambigüedades. Lo poco positivo de este caso de España en deconstrucción
es que no es para analizar y resolver las contradicciones, sino para que cada
uno de los deconstructores arrimen el ascua a su sardina en el ansiado camino
de alcanzar el poder, la influencia y el capital. España se deconstruye en los
discursos y en los hechos. Los españoles y quienes reniegan de esta imagen de
marca tampoco es que tengan cuerpo de análisis y cabeza para la reflexión. Aquí
la masa es más del “Cuéntame” y del “Sálvame de luxe” y, si sale una
vicepresidenta del gobierno o un candidato a la Generalitat bailando en una
tele, se olvida de todas las tragedias y de todos los refugiados del mundo.
España es así, o mejor, está así, pues me parece que hoy domina la
circunstancia sobre la esencia. Ya sé que no está bien visto ir de intelectual
y que dicha palabra hay personas que te la arrojan encima como si te tirasen
una pedrada. Pero no estaría de más que resucitásemos al filósofo
postestructuralista Jacques Derrida y su método deconstructivo para ver si
logramos entender cómo se ha construido el concepto de España surgido en la
Transición, a partir de un análisis sin complejos del proceso histórico y la
acumulación de metáforas, para mostrarnos que lo que nos parecía claro y
evidente dista de serlo. Con buena voluntad y con altura de miras, a partir de
ahí podríamos construir la España del presente. Claro que en este mediático
suelo patrio de políticos ágrafos, cocineros y cocinillas, donde el rey anda
desnudo, si hablas de deconstrucción, la inmensa mayoría, ilustrados incluidos,
pensarán en la tortilla de patatas servida en vaso por Ferran Adrià Acosta.
Mientras tanto el proceso deconstructivo sigue, paso a paso, baile a baile,
bostezo a bostezo, plasma a plasma, federalismo simétrico o asimétrico (¡qué es
eso! ¡deconstrúyemelo, Ferran, que no sé cómo comérmelo!)… Pero cómo les pongo
yo a mis compatriotas, estos que pasan de España o a los que la encumbran en la
emoción irracional, o a los que hacen trizas al Estado, a leer “Ser y tiempo”
de Heidegger, que casi estaría más en lo nuestro con su término “Destruktion”
(destrucción) que el mismo Derrida con el suyo (deconstrucción). Dejémoslo ser.
Esto no tiene buena pinta. España casi se deconstruye sola, porque entre unos y
otros la destruyen o la reducen a la nada. ¿Pesimista? Quizá sí, pero es que la
realidad de lo que veo, donde se considera más pertinente un baile que una
ideología o una idea, no me abre el horizonte a la esperanza. Siento la
deconstrucción o la interpreto o agarro el rábano por las hojas, ¡qué se le va
a hacer! como algo que revisa y disuelve
el canon en una negación absoluta de significado y que no propone un modelo
orgánico alternativo. ¡Jajajaja! Me ha dado un aire. ¡Ferrán! Deconstrúyeme
España, ¡lo tuyo es arte!
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