España está un poco descompuesta o lo parece. Tiene el cuerpo del Estado como quien ha comido morcilla fresca y le ha hecho daño. Se percibe una violencia ambiental, una desazón en el entorno y una especie de derrumbe y vacilación dondequiera que miro. No hay líderes que enarbolen la bandera de la idea, si acaso satrapillas de la táctica y la estrategia. Todos aprovechan la crisis para pescar en río revuelto, mientras se creen el ombligo del mundo y se ven los más guapos ante el espejo, ya lleven mantilla, ya tupé o luzcan calva, ya busquen independencias, ya saltos de la rana. La verdad es que aquí hay muchos que presumen de tacón y pisan con el contrafuerte. Unos desmantelan el estado de bienestar con una política de recortes que está destruyendo el sector productivo y destrozando a la clase media, que es el pilar básico de la democracia. Otros aprovechan las demagogias populistas para ver si suben un escalón de poder sobre la ignorancia del pueblo. La palabra crisis lo invade todo. Y nadie la define bien. Dicen que es el mercado. Pero ¿qué son los mercados? La palabra crisis ya no es un discurso, es un hecho, es gente que pasa hambre, gente que no tiene una escuela igualitaria, gente que pierde la vida en las listas de espera quirúrgicas, gente que coge el tren con la maleta al hombro a ver si encuentra algún horizonte fuera de su tierra; es gente que sufre. Los del poder no ofrecen soluciones. La oposición busca barco en el que no zozobrar y mantener el cortijillo. Vivimos en un erial de líderes. Haría falta alguno excelente, un Azaña, un Cánovas, un Felipe, para transitar un tiempo difícil, en el que la gente no vea un caudillo, sino un sentido, una idea, una inteligencia, un camino, un valor ético. Pero estamos, como dice un amigo sociólogo de los que piensan e inventa palabras clave, en la “mediocrescracia”. Y se cobijan todos unos en otros para no perder la manta. El barómetro del CIS es un indicador de esta situación, cuando pone de manifiesto que, para los españoles, el tercer problema es “la clase política, los partidos políticos”, y cuando el 91’2 de las personas encuestadas califican la situación política general de España como “regular, mala o muy mala”. El pueblo comienza a gritar contra el poder que le impone políticas que no ha votado; y, sin embargo, no busca apoyo en una oposición en la que tampoco cree. Así están las cosas. Soy un poco descreído y, dado el ambiente del patio, no creo que surja un Espartaco, un Churchill, un Suárez o un Felipe por generación espontánea, pero estaría bien que tuviéramos a alguien como referente para organizar el caos. Me gustaría que ese alguien fuera un poco “homo económicus”, que persiga la eficacia y la eficiencia de lo material; que también se adorne con la esencia del “homo éticus”, moralmente "iluminado", y que sepa sacrificar algunas aspiraciones materiales por principios éticos, es decir, que actúe sobre la base de valores universales: la justicia o la equidad; y, por último, que no se deje llevar solo por las acciones y decisiones gobernadas por las nociones de lógica-científica o racionalidad-instrumental, y que sepa lograr el equilibrio y la armonía en sus entornos, sin renunciar a la eficacia y la eficiencia de la gestión económica y sin correr sólo tras la ciega utopía de los valores universales. El mejor, a buen seguro, sabrá mezclar inteligencia y experiencia, ideología social y sentido de lo humano. ¡Ah! Y me preguntará quien haya llegado a este punto: ¿y ese líder tan auténtico va a ser capaz de aplicar la tasa Tobin contra el sentir del capital y el mercado? Pues, como diría Bob Dylan, Blowin' in the wind.
Antonio Illán-Noticiasdigital.es
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