“Lo que
me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no
podré creer en ti”. La frase es del filósofo Friedrich Wilhelm Nietzsche
(1844-1900). Razón lleva y hoy se cumple a rajatabla. La mentira, las medias
verdades, el discurso vacío, que es tan pernicioso como la mentira, la
compulsión social y política para decir lo contrario de lo que se piensa con
intención de engañar, habitan entre nosotros. Ya no nos causa sorpresa que nos
mientan. La mentira se ha convertido en la objetividad. Solo existe la mentira
y, por eso, la inmensa mayoría de los ciudadanos ya es esencialmente incrédula.
Ya nos da igual si las personas que mienten tienen conciencia de que mienten o
no. Los hechos nunca se corresponden con los discursos. Hay una permanente
contradicción entre lo que dicen y lo que hacen. No creo que la mentira sea la
única verdad que hay en la boca del necio. No son necios, son simplemente
inhumanos, poderosos, egoístas, avaros, depredadores, malos. ¿Quién es bueno?
Quizá nadie. Recuperar la verdad no quiere decir que no se yerre, pero el error
se perdona, que te mientan y tomen por tonto, no. Ya se ha superado el tope de
Paul Joshep Goebbels (1987-1945), que afirmaba que “una mentira repetida
adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Eso, que valió para la
propaganda nazi, ha perdido su valor entre nosotros. Sabemos que nos mienten compulsivamente
y, si alguna verdad existe o alguien nos habla con verdad, no lo creemos. Hemos
alcanzado la conciencia plena de lo oscuro y resumimos nuestro estado de pueblo
llano con el título de la novela de Soledad Puértolas: “Todos mienten”. Puesto
a traer una imagen para visualizar el mentir y lo cerca que nos queda, pido
prestadas las palabras a Otto Von Bismark (1815-1898), que, con gracia y
retranca, decía que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones,
durante la guerra y después de la cacería”. No es necesario poner ejemplos
¿verdad? ¿A quién había que votar si se quería un empleo? Pues ahí está la
respuesta, y no en el viento precisamente. Es muy ordinario el mentir, es
extraordinario el creer. La mentira ya es casi religión. Dogmatizan con ella.
Pueden engañar a los hombres y me parece que también ya han engañado su
conciencia, o acaso carezcan de conciencia. Reniego del piadosismo y de quienes
todavía, quizá haya alguien, no sé, prefieran una mentira que anime, antes que
una verdad que abata. Contra tanto embuste, ya no cabe el discurso a contrario,
solo cabe la acción. La perversión de lenguaje me lleva a pensar en la
perversión de la política y la perversión de esta a la perversión del ser
humano. La indecencia y la inmoralidad de las clases dominantes han conducido a
esa perversidad obscena donde con un ropaje de lengua amable nos ofrecen
verdaderos monstruos que corroen la sociedad. Solo hay que fijarse, a modo de
ejemplo, en las leyes laborales, que las presentan como “creadoras de empleo”.
¡Jajajajajajaja! Las ranas y los sapos, escuerzos todos, nos reímos a mandíbula
batiente. Les parece que no mienten porque enmascaran y disfrazan la realidad
con el lenguaje. Lean, lean, no sea que
cuanto menos se lea más daño haga lo que se lea. Nos están vendiendo motos con
descaro. Recomiendo un libro cuyo título es No nos lo creemos. Una
lectura crítica del lenguaje neoliberal, de Clara Valverde. En él se afirma algo que yo no lo voy a decir mejor:
"las palabras no son neutras: sirven para provocar algo en quien
las escucha. Las palabras y las frases que utilizan las élites políticas y
económicas neoliberales intentan que la ciudadanía se comporte de cierta
manera, sobre todo para que adopte opiniones y comportamientos sin que los
poderosos tengan que ejercer la fuerza de manera obvia. El lenguaje es la
primera y más necesaria arma del capitalismo neoliberal". Sin embargo no se queden solo en el
“capitalismo neoliberal”, vayan más allá, y busquen la mentira en muchos otros
ámbitos, donde también existe con cuerpo propio. Es la epidemia del discurso.
Sufrimos una horrorosa epidemia de mentiras. La peste a su lado parecería algo
más llevadero.
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