Título: El retablo de las maravillas.
Autor: Miguel de Cervantes. Compañía:
Morfeo. Dirección y dramaturgia: Francisco
Negro. Intérpretes: Francisco Negro,
Mayte Bona, Felipe Santiago, Adolfo Pastor, Santiago Nogués, Mamen Godoy y Joan
Llaneras. Escenografía: Regue
Fernández Mateos. Vestuario: Mayte
Bona. Iluminación: José Antonio
Tirado.
La compañía Morfeo rinde un excelente homenaje a Cervantes y da un
valor actualizado a su obra con el montaje del espectáculo que lleva por título
El retablo de las maravillas, que es
mucho más que la representación del fantástico entremés sobre el que gira esta
propuesta escénica. A la pieza central se unen, en una trama muy bien hilada
por Francisco Negro, partes de otras obras como (cito de memoria sobre el
recuerdo de lo visto) El juez de los
divorcios, La elección de los alcaldes de Daganzo, Pedro de Urdemalas, el prólogo del Persiles o el propio Quijote,
creando un collage que ofrece claves y diversos momentos de la literatura
cervantina.
Cervantes sentía
mucho aprecio por su producción teatral, pues el teatro fue, sin duda, su
vocación frustrada. Buen conocedor de la sociedad de su tiempo y fino analista
de la misma, escribió textos que conjugan a la perfección el humanismo y la
crítica social. De entre todos estos textos dramáticos, los entremeses, que
conforman el corazón de la propuesta escénica de Morfeo, son lo mejor, y se
puede decir que a Cervantes nadie le superó en este género, que le permitió dar
rienda suelta a su naturalidad y sentido del humor.
Morfeo ha sabido
captar la esencia cervantina y ha hilado una dramaturgia interesante,
entretenida, divertida, reflexiva, crítica y educativa con estos cuadros de
género, llenos de vida, por donde pasan personajes que parecen salidos de la
picaresca, a veces, sin que la fidelidad a lo popular sea obstáculo para que se
ejerzan las dotes de penetración psicológica que les caracteriza. Cervantes así
lo escribió y Morfeo así lo ha sabido llevar a las tablas.
Huelga decir que El retablo de las maravillas es el más
conocido de todos los entremeses. Este texto traslada al ambiente español del
Siglo de Oro un viejo tema literario que ya usara Don Juan Manuel en El Conde Lucanor: Dos pícaros fingen
representar un retablo que solo puede ver quien sea limpio de sangre (cristiano
viejo) y no sea hijo ilegítimo. El
resultado es que todos pretenden ver los títeres inexistentes.
Morfeo no se queda en
el juego efectista, en el humor fácil para provocar la risa, sino que se
compromete, reflexiona, critica, enseña y deleita a la vez. Han captado
perfectamente la ironía de Cervantes, su risa amarga, que permite reírnos de
nosotros mismos y de cosas que, en principio, no parecen tener ninguna gracia,
y la llevan a la acción, a la representación y consiguen una teatralidad que el
mismísimo autor aplaudiría.
En este collage
teatral que ha compuesto Morfeo se pone de manifiesto la vigencia de la obra
cervantina, puesto que se defiende la justicia y la honestidad y se censuran vicios
de entonces y de ahora, como la hipocresía, la envidia, la mentira, la vanidad,
la prevaricación o la ineptitud de los cargos públicos y su carácter interesado
y la corrupción que generan y constituye su modus vivendi.
En estos tiempos en
los que estamos acostumbrados a los espacios teatrales casi vacíos, donde se
representan con muy escasos elementos, Morfeo tiene la genialidad de proponer
una escenografía basada en Picasso y esencialmente en imágenes relacionadas con
el famoso Guernica. Y no solo la escenografía, sino también los figurines de
Chanfalla y Chirinos (los dos pícaros del Retablo) son tal cual dos arlequines
picassianos coloristas en un conjunto general de grises, blancos y negros. La
convivencia del universo del pintor cubista con los textos manieristas de
Cervantes es perfecta, compone una estética contemporánea y crea una emoción
cultural que supera las barreras del tiempo y del espacio, a la vez que produce
un ambiente bello, cálido, emocionante y divertido.
En un teatro de texto
clásico, como es este, importa que se diga bien, que se maticen los detalles y
que lo que se dice esté en correlación con lo que se hace, pues todo comunica,
aunque quizá fuera preciso algo más de frescura y movimiento, algo más atrevido
que casara mejor con la excelente idea escenográfica.
Es destacable la
actuación del conjunto de actores y actrices, que componen un grupo
equilibrado, si bien los arlequines, Francisco Negro y Mayte Bona, tienen una
presencia más apreciable y vistosa. Así mismo, sobresale Joan Llaneras
encarnando las figuras de Cervantes y don Quijote, pues su presencia supone una
sorpresa en la obra y pone un contrapunto severo y sentencioso en la representación,
a la vez que ilustra al público con la correcta y bella declamación del
autorretrato de Cervantes, el discurso de la Edad de Oro del Quijote o la conocida exaltación de la
libertad.
Es evidente que el
espectador disfruta con la enorme comicidad de la obra que han tejido con los
textos cervantinos (y con algunas morcillas que definen realidades muy
reconocibles de nuestro tiempo) y especialmente con el carácter caricaturesco e
histriónico de los personajes que desfilan en las diferentes historias que se
representan, y, agradecido, aplaude con entusiasmo el buen trabajo realizado.
Celebrar el
centenario de la muerte de Cervantes es esencialmente, fuera de otros folclores
–que de Cervantes solo tienen el nombre-, hacer presentes sus obras, leerlas o representarlas.
Morfeo así lo ha entendido, y su digno y bien pensado espectáculo bien puede
recorrer La Mancha, España y el mundo honrando como se debe a uno de las
autores más universales de la Literatura.
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