Título: La ruta de Don Quijote. Autor: José Martínez Ruiz “Azorín”. Versión y
dirección: Eduardo Vasco. Compañía: Noviembre. Intérpretes: Arturo Querejeta (Azorín) y Daniel Santos (técnico en escena). Escenografía, ilustraciones en vídeo y
vestuario: Carolina González.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Música: Granados, Ortiz,
Shostakovich y Vasco.
Quizá
Azorín, quizá Cervantes, quizá don Quijote, sin quizá Arturo Querejeta. Todos
en uno, el actor, con toda la mar (producción y dirección) detrás, que ha
construido un monólogo espléndido para representar, que no contar, buena parte
de las impresiones y estampas manchegas que nos dejó escritas José Martínez Ruiz
“Azorín” en su libro de 1905 La ruta de
Don Quijote y antes publicadas en el diario El Imparcial.
La sociedad y la geografía manchega,
el paisaje y el paisanaje se cruzan con la ficción del libro de Cervantes en
los textos, que, de forma sencilla y limpia y con un estilo que rechaza lo
complejo, Azorín escribe, y en los que refleja lo que ve, lo que piensa y lo
que siente. No es este libro de crónicas en sí, sino una reflexión sobre una
realidad que aprisiona la esencia de un ideal o de un personaje ideal.
La versión que ha realizado Eduardo
Vasco para el teatro, en forma de monólogo de un actor que da vida al propio
Azorín en su ruta y a los personajes con los que se encuentra en ella, es
sintética, precisa y muy respetuosa con uno de los valores que más ensalzan la
literatura de Azorín: la variedad y la riqueza de vocabulario y las
detalladísimas descripciones. Si el autor de Monóvar había logrado casar para
siempre La Mancha con Don Quijote, Vasco da un paso adelante y vivifica en el
presente un texto con cien años de vigencia. Azorín y Vasco han sabido superar,
sin caer en romanticismos o sentimentalismos rancios ni en optimismos
desmesurados, tradicionales visiones de La Mancha como un espacio desolado,
triste, seco, árido, inculto y casi fúnebre. Aún así, el respeto a lo verosímil
hace que se presente al espectador un retrato fiel de la España rural y
provinciana de la época (principios del siglo XX), donde el aislamiento y la
incomunicación eran elementos consustanciales a los paisanos y la decrepitud
decadente la característica de muchos pueblos.
La realidad es la que es y la
ficción toma carta de naturaleza en esa realidad de manera indisociable. La
ruta que se nos muestra, con palabra de Azorín y la voz de Querejeta, es la de
la dignidad que el tópico había arrebatado a los seres con los que el autor se
había encontrado en su viaje.
Hay que agradecer que se produzcan
montajes como este que ha llevado a escena la compañía Noviembre por su
valentía para adaptar unas crónicas/impresiones periodísticas de primeros del
siglo XX y darles una estructura dramática con el fin de ponerlas al alcance de
público de hoy. Eso es hacer cultura y eso es enseñar deleitando.
No sorprende, porque ya estamos
acostumbrados al teatro de este director, cómo Eduardo Vasco ha sacado el
máximo rendimiento con el mínimo de elementos. También eso quizá sea una
parábola de lo que es La Mancha como territorio ente la realidad y la ficción.
La dirección del espectáculo es exquisita: el carácter itinerante de la obra es
una clave que traslada literalmente el viaje realizado por Azorín a través de
los caminos y lugares por los que transita el ingenioso hidalgo, Don Quijote.
Y no asombra, pues fascina, que esta
apuesta teatral sea exitosa también en buena parte por el portentoso actor que
la da vida, Arturo Querejeta, al que ya va siendo costumbre definir su trabajo
con suma de adjetivos superlativos. El actor se transforma en un Azorín muy
verosímil y muy creíble y se desdobla sin solución de continuidad en una
interminable relación de personajes que sucesivamente aparecen y van dialogando
con él. Es muy placentero para el espectador asistir a esa exhibición de
recursos interpretativos, voces diferentes y registros tan variados como los
que presenta el monologuista.
La puesta en escena parece sencilla
porque cuenta con muy reducidos elementos, pero muestra su complejidad para
articular el muy efectivo uso del cine y las proyecciones fotográficas de
imágenes reales con el fin de contextualizar lugares en los que se desarrolla
la acción. La música es un efecto positivo más del que Vasco, músico también
él, hace gala, pues como dijo Cervantes, “donde hay música no puede haber cosa
mala”.
La ruta de Don
Quijote, de Azorín/Vasco/Querejeta, es un espectáculo dignísimo, fino,
educado y nada mentiroso, que pone de manifiesto la necesidad de profundizar en
el conocimiento de la obra cervantina y su mensaje en la sociedad actual. La
obra viene a concluir: nada en Cervantes es baladí y debemos atender a todo lo
escrito por él, puesto que no da puntada sin hilo.
En
este año de celebraciones del IV Centenario de la muerte de Cervantes, obras
como esta, La ruta de Don Quijote,
tan ilustradora a la vez que ilustrativa, tiene todas las razones y argumentos
culturales y educativos para girar por los escenarios de Castilla-La Mancha y
España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario