Título: Ricardo III. Autor: William
Shakespeare. Versión:
Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre. Dirección: Eduardo Vasco.
Intérpretes: Arturo Querejeta, Charo
Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortiz, Cristina Adúa, Toni
Agustí, José Luis Massó, José Vicente Ramos, Jorge Bedoya, Guillermo Serrano. Escenografía:
Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Música: Janácek/Vasco.
De un personaje sin carisma, moralmente malo y reprobable, de
pensamiento retorcido, de espíritu venenoso y de cuerpo deforme, Eduardo
Querejeta erige un monumento a la interpretación. Este Gloucester/Ricardo III
quedará en la historia del teatro como un modelo de actuación que aúna un
sinfín de registros expresivos que van desde la excelente dicción, con todos
los tonos que modulan el matiz significativo de la palabra y de la frase, a
la abundancia de gestos y la expresión corporal en su conjunto. En Querejeta
nada es impostado y, si lo es, no lo parece.
Yolanda
Pallín en la versión de esta Tragedia del
rey Ricardo III y Eduardo Vasco en la dirección han realizado un trabajo de
orfebrería con el texto de Shakespeare, para servir en bandeja un producto
escénico exquisito. La delicadeza y la finura con la que han desbrozado el
material “gore” del texto original viene a ser como -permítaseme la metáfora-
ofrecer bordado en seda lo que antes era cañamazo.
Ricardo
III es
en el fondo una simple intriga palaciega en la que el ansia de poder todo lo
trabuca. Alguien tiene el poder,
y hay otro que quiere quitárselo, y allí es cuando empiezan los líos. El
relato de la historia, no es necesario anclarlo en el tiempo real (desde luego
en esta versión que dirige Eduardo Vasco el tiempo de la acción es ahistórico
en las formas aunque los personajes nos remitan a momentos de la historia de
Inglaterra), se puede sintetizar en el siguiente argumento: Tras una larga
guerra civil, Inglaterra disfruta de un periodo de paz bajo el reinado de
Eduardo IV. Ricardo, duque de Gloucester, tras relatar la manera en que se ha
producido la ascensión al poder de su hermano, revela su envidia y sus
ambiciosos deseos. Él, jorobado y deforme, no se conforma con su estado y planea
conseguir el trono a cualquier precio, eliminando todos los impedimentos que
pueda encontrar en el camino. No tiene empacho en eliminar a sus dos hermanos
con tal de llegar al trono. Pero la lista de atrocidades se suceden. Se casa
con la viuda de su antiguo enemigo, manda matar a sus sobrinos, extermina a los
cortesanos que le estorban, y al final se queda más solo con sus demonios
interiores. Y, tras la aparición de algo tan clásico en el teatro shakesperiano
como el mundo fantasmal, que le trae malos augurios, se produce la rebelión de
sus agraviados y la batalla de Bosworth, en la que Ricardo es derrotado y
muere, y en cuya escena se pronuncia una de las frases más archiconocidas del
teatro: “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”.
Rey
y villano, Ricardo, ambicioso desmedido, hipócrita, enredador sin escrúpulos, intrigante,
mentiroso por interés, de carácter vigoroso pero poco sutil, es el símbolo del
poder absoluto desalmado que genera soledad, desasosiego y unas pesadillas que
le persiguen pero no le vencen, pues su naturaleza es más fuerte que su
conciencia torturada. Y todo símbolo lleva consigo algo de lección que nos
enseña a conocer el corazón humano.
Esta
propuesta teatral del grupo Noviembre es muy contemporánea en toda su
concepción dramatúrgica sobre la base de un texto clásico (refinado, como dije
antes) de una indiscutible universalidad y vigencia, aunque en esta ocasión no
se quiera hacer expresionismo realista de esa vigencia, como sí se ha producido
en otras versiones recientes. Aún así se puede hacer una traslación a la
situación del mundo actual, donde la intriga desde los fondos oscuros provoca
que los cadáveres políticos se sucedan y donde la adulación y la traición
suelen ir de la mano.
La
dirección impecable y de una elaborada sabiduría de Eduardo Vasco origina que
cada detalle, cada movimiento, cada gesto, cada acorde musical, cada canción,
cada transición, cada mudarse de unos personajes a otros, cada fraseo, cada
diálogo…sirva para elaborar e innovar un plato teatral a la altura de lo mejor
que se haya cocido en El Bulli, valga la comparación.
La
interpretación coral sobresaliente, con un trabajo minucioso. Me encanta la
manera de decir clara y la entonación, que rompe un poco algunos esquemas muy
extendidos, en los que las oraciones no parecen acabar nunca con los finales en
suspensión en vez de en las normales cadencias o anticadencias propias de su
modalidad. Huelga repetir las alabanzas ya escritas a la creación que realiza
Arturo Querejeta.
En
una escenografía funcional, donde los elementos como la maleta, los baúles o
las cajas, además de funcionar como delimitadores de contextos espaciales, se
llenan de significados trasladados (metonimias), se desarrolla esta
dramaturgia, en la que la iluminación y la música, instrumental y cantada, son
elementos clave para definir aspectos del mensaje. Así mismo, los figurines de
Lorenzo Caprile aportan equilibrio, singularidad y elegancia y yo diría que también
comodidad para los actores y actrices.
En
suma, la compañía Noviembre nos ha obsequiado con uno más de sus excelentes
montajes shakesperianos. Teatro del grande este Ricardo III, que ha resultado un espectáculo inteligente, refinado,
divertido (sí, divertido), intenso, ágil, entretenido, reflexivo y aleccionador,
construido con tal maestría que convierte la profundidad de un clásico en
una función popular.
El
público en pie, que han gozado sobradamente en el Teatro de Rojas, ha gritado
más ¡bravo! que nunca y ha obligado con sus aplausos a que los actores salgan a
saludar media docena de veces.
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