El Corpus Christi en Toledo es la fiesta
de la armonía, del equilibrio barroco entre espíritu y sensaciones, entre fe y
fantasía, entre tradición y modernidad. El esplendor de la ciudad entra por los
ojos. El colorido multiforme y heteróclito se enseñorea de las calles y plazas,
especialmente en aquellos lugares en los que los toldos marcan el recorrido de
lo que es el centro de la celebración: la procesión con el sacramento de la Eucaristía
expuesto en la custodia de Arfe.
La
procesión venía siendo algo más que una exhortación a la fiesta y a la alabanza
al misterio religioso que toma la calle. Últimamente parecía que la procesión
era de los que procesionaban, esencialmente de la denominada “clase política”,
que se exponía como si fuera dogma o sacramento social a las iras o los
aplausos del pueblo. Este año los preámbulos se describían con nubarrones. El
runrún de la calle, ese que nadie percibe, ni oye, ni dice, pero todos sienten,
apuntaba a que había predisposición al abucheo a la presidenta, Dolores de
Cospedal.
La
realidad es que la señora presidenta se fue a Bruselas a no sé qué quehaceres
de la gestión autonómica y no asistió a la procesión. Esto yo no sé si habrá
sido casualidad de agendas o una manera de meterse en el burladero y no
exponerse a los cuernos del morlaco gritón. Pero la realidad es que este año,
por ese fas o por algún nefas, todo ha ido como balsa de aceite. A la señora
presidenta nadie la ha echado de menos en el cortejo –como no se echó de menos
a su predecesor Bono, cuando, siendo presidente, tampoco estuvo en el Corpus
toledano-. El desfile ha sido más religioso que nunca; y la política no se pudo
medir por el famoso y, a veces, temido “aplausómetro”.
Pero
este año, además, se ha manifestado en la procesión toledana el espíritu
Bergoglio. La intervención del Primado en la homilía tradicional de Zocodover
ha tenido un cariz social evidente para terminar con una llamada a la ética,
que en el fondo es la justicia que iguala a las personas. (Prefiero llamar
“homilía” y no “alocución” a este sermón, pues “homilía” es el “razonamiento o
plática que se hace para explicar al pueblo las materias de religión”, y la
“alocución” es algo más genérico, “discurso o razonamiento breve por lo común y
dirigido por un superior a sus inferiores, secuaces o súbditos”). Dicha homilía
ha sido una pieza muy bien tallada, basada en argumentos, lecturas y
reflexiones de gentes que conocen algo más que la doctrina social de la Iglesia.
Hay a quien se le han puesto los pelos de punta escuchando a don Braulio.
Aunque para ser justo, creo que esa andanada social urbi et orbi del Primado ha
pecado de exagerada al descabalgar por completo cualquier ideología y meter en
el mismo saco, en un totum revolutum, las ideas más sociales con las liberales
más antisociales. Pero dejemos esa pecata minuta para analistas “inclitados” (ilustres,
esclarecidos, afamados), que el pueblo me parece que sí se ha quedado con el
cante de que no se pueden hacer políticas que enriquezcan a unos pocos y no
atiendan a las necesidades básicas de la parte más desfavorecida de sociedad.
Así
que un aplauso por la recuperación del tono religioso de la procesión toledana,
en la que se debería prohibir la asistencia a quienes van a ella como los
banderilleros en la vuelta al ruedo, saludando al tendido, y con los móviles en
ristre para inmortalizar el momento. Quien va a la procesión tiene que saber que
acompaña respetuosamente un dogma, crea en él o no.
Y
termino como empecé. El Corpus Christi en Toledo es la fiesta de la armonía,
del equilibrio barroco entre espíritu y sensaciones, entre fe y fantasía, entre
tradición y modernidad. Aquí hay que venir por lo menos un par de veces en la
vida, y en esto incluyo especialmente a los toledanos que siempre aprovechan el
puente para irse a Benidorm.
1 comentario:
Muy buena descripción de nuestra "FIESTA" con mayúsculas.
Yo soy una de las que no se van a Benidorm, prefiero "emborracharme" de cultura en la fiesta más grande de Toledo.
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