En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no tengo muy presente en qué artículo escribí que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban. Acaso no lo he escrito nunca y hoy me supongo lo he escrito. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 2012, declaro que si tal dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna de lo que pasa en este hogar patrio. ¿Digo patrio? Hoy todo es máscara. He visto tanto, tanto, tanto... Y lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo. Lo que en verdad me oscurece el pensamiento es que tanta gente viva como muertos insensibles a los mordiscos y mentiras que cada viernes, como si fuera un infierno o una manada de leones, lanza el gobierno. ¿He dicho gobierno? ¡En qué estaría pensando! Ayer, día de los Santos me encomendé a todos ellos y en ese entretenimiento andaba lleno de esperanza cuando vino a cubrir mi frente una nube de melancolías. Fíate de la Virgen y no corras, se me pasó por la cabeza. Y vino a mi recuerdo la farsa y licencia de quienes se llevan el capital, miles de millones, de la patria a lomos de su egoísmo, mientras aquí nos recortan las alas y la sopa, que ya es boba para muchos, como bien apunta el indicador superlativo que avisa cómo crece la pobreza. Es cierto que no tengo gran memoria pero la nostálgica añoranza de un no sé qué me la aviva. Quiero dar una idea de esta melancolía: un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, pero que se pierde por un quítame allá ese puesto en un país que ya lo es de cesantes, un patán con ínfulas que no piensa pero cree que el suyo es el único pensamiento, una pareja de enamorados que se comen el mundo, se casan, y a los dos días si te vi no me acuerdo, un ahorrador al que un desalmado burócrata avaro de una oficina bancaria le ha vendido un puñado de letras pequeñas y le ha dejado sin ahorros, sin ilusiones y con angustia en el corazón y hambre en el estómago, una viuda que tiene asignada pensión sobre ese fondo que nunca se iba a tocar y que parece que toca fondo, a la que no le alcanza para el copago de las medicinas, la subida de la luz, la tasa de basuras y dar de comer al hijo que viene a casa de nuevo porque su familia se ha roto y el subsidio del paro ya se ha terminado, uno que corre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un periodista sometido a las leyes de la autocensura cuando no de escribir aquello que el amo quiere oír porque no hay otra, la libertad, sí la libertad, que no es posible a poco que rasquemos en la vida, el estudiante que no estudia porque no es posible que le sustenten y le sostengan las tasas unos padres que ya solo conduran y estiran los pequeños ahorros de una vida de sudor y lágrimas, un ministro soberbio mofándose de España y de su soberanía representada en el Congreso, un presidente de Cortes autonómicas que afirma que su mandamás o su madama hace milagros ¡rediós!, los bullicios y alegrías de esa modernidad que llaman halloween, en fin, la visión del mundo de una sociedad muy chata, callada y atragantada de mentiras que digiere y devuelve a manera de egagrópilas, todo es causa quizá de esta melancolía estructural y universal que me invade, me acosa, me oprime y me abruma en este día de difuntos. Sentado escribo en este sillón en el que me revuelvo, como quien se revuelve en un sepulcro, que es sepulcro de todas mis meditaciones, y tan pronto me doy palmadas en la frente por ver si despierto de esta realidad, como sepulto las manos en mis faltriqueras, a guisa de buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis dedos otros tantos Gobiernos, o alzo la vista al cielo como si en calidad de bienpensante no me quedase más esperanza que en él, ora acaso de vez en vez, entre frase y frase, la bajo avergonzado como quien ve un apestado más de los que huelen a fragancia cara comprada con el sudor del ya casi lumpen. ¡Día de difuntos!, me digo, y a punto estoy de gritarlo por la ventana entreabierta, pero reprime la voluntad el vecino de enfrente que ha salido a fumar al fresco de la terraza. A lo lejos se oye la voz funeral de la campana. En ella oigo el estertor simbólico de la cultura y pienso que solo ellas, broncíneas, morirán colgadas. Ni la justicia divina ni la humana pueden hoy con los dioses ni con los hombres oscuros que se empeñan en rebanarnos y cercenarnos la vida. Sin embargo la melancolía no me retiene, me lanza a la calle. Quizá el estado me pierde y no fue hoy sino ayer. Las gentes serpenteaban en la calle en largas procesiones con crisantemos y otras flores de infinitos colores, iban ¡oh Dios: ¡al cementerio, al cementerio! Yo veía rostros, eran los rostros de los desahuciados, los de los lunes al sol, los dependientes, cuya dignidad vital nos había costado tantas energías y sacrificios, los maestros en trance de volver a aquel pasado inmundo, los alumnos del pueblo llano fríos y escasos de atenciones, y la cultura arrinconada, olvidada, perdida. Todas esas caras iban con flores de plástico ¡al cementerio! Un techo que se queda el banco que te dio el crédito sin que nada acreditases es importante, y lo es la educación y la cultura, que ayudan a formar personas críticas con valores. Esas gentes iban con sus flores tristes ¡al cementerio! Era como un movimiento de protesta multitudinario y silente, con dignidad y claridad de ideas, camino del cementerio, sin que sus voces las oiga o las escuche el gobierno, y el eco se pierda entre el plástico multicolor de las flores que adornarán tumbas. La melancolía se vuelve rabia cuando pienso que el gobierno, los gobiernos, quieren aliviar la deuda del este país con los lápices y los cuadernos de los colegios, mientras salvan a los bancos y condenan a los hipotecados. Procesión de gentes al cementerio. Y veo otras gentes poderosas, a las que hemos votado para que nos representen y nos defiendan, y no enarbolen la bandera del pueblo, no, andan con sus cosas, sus discursos de madera y la misma expresión, que es toda una cosmovisión de lo que son y lo que pretenden: ¡Virgencita que me quede como estoy! ¿Y si el cementerio está en cada casa, en cada uno de nosotros? ¿Y si cada corazón es la urna cineraria de una esperanza o de un deseo? ¿Y si el cementerio es no saber ir todos a una? Hay que mirarse en el espejo y resucitarse a la vida si uno se ve muerto en vez de visitar los cementerios. No estoy contra los afectos que no mueren cuando mueren los seres que amamos. Pero estoy más con la vida envuelta en celofán de la desesperanza que veo en cada joven con maleta y cara triste, en cada padre que no tiene para la educación con futuro de su hijo o en quien se acobarda, porque no hay otra, cuando no le dispensan el medicamento, es caro y la seguridad social ya no los tiene en su catálogo. Día de difuntos de 2012. El mundo todo es lápidas. Aquí yace la dignidad mancillada y aquí la legitimidad. Una figura colosal de mármol negro llora encima. ¿Y este mausoleo a la izquierda? Aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos. R.I.P. Los Ministerios: Aquí yace media España; murió de la otra media. Aquí yace el silencio de las gentes y su escaso compromiso para salir de este pozo en que nos hunden. Aquí yace la inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez, pero su espíritu habita entre nosotros. Al fin en una esquina encuentro un túmulo gigantesco y un letrero que reza: Información. ¡Dios mío! ¿Qué esto? ¡La cárcel! Aquí vive muerta la libertad del pensamiento. En España, en el país ya educado para instituciones libres desde aquel 1812 y el más cercano 1978, ahora el llanto informativo busca ovejas/hombres, como queriendo escribir un grafiti que diga: aquí el pensamiento reposa, en su vida hizo otra cosa. Es el sepulcro de la verdad. Por todos lados sepulcros de mentiras. Allí el catafalco de la bolsa, con su epitafio: Aquí reside/yace el crédito español. Y aquí el sepulcro de Europa al que unos caballeros de negra librea tratan de clavar el suyo que no leo, no me alcanza ya la vista. ¡Ah! Y las Cortes. El Salón de Cortes. Fue casa del Espíritu Santo; pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego. Me rasqué un poco la cabeza acordándome de mi patria manchega y pensé, no sé si en voz baja, “Aquí yace el Estatuto. Vivió y murió en un minuto”. Desmelancolizado volví a mi casa. Miré por la ventana los árboles, aún con hojas, que el viento de la tarde del día de difuntos movía con tranquila suavidad.
Antonio Illán-Noticiasdigital.es
1 comentario:
Bueno, triste y funeral. Como corresponde.
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