HAMLET
Autor: W. Shakespeare. Versión: María Fernández Ache. Director:
Will Kleen. Intérpretes: Alberto San
Juan, Wil Keen, Yolanda Vázquez, Ana Villa, Javivi Gil Valle, Pau Roca, Antonio
Gil, Pablo Messiez y Gorka Otxoa. Teatro de Rojas. Toledo.
¡Ser
o no ser! ¡La alternativa es ésta! Un Hamlet siglo XXI, una puesta en escena
más que interesante de entre las muchas que se pueden contar de esta
archiconocida tragedia del príncipe de Dinamarca que escribió William
Shakespeare. El teatro de Rojas agotó el papel de la taquilla y el público
agradeció con calor un espectáculo teatral de casi tres horas de duración cuya
calidad mereció la pena.
Hamlet es un icono cultural del
mundo que se ha transformado en algo muy maleable. Will Keen y María Fernández
Ache nos ofrecen una versión sin referencias temporales definidas (en realidad
Hamlet no tiene época; si uno analiza el texto se da cuenta de que la
temporalidad no es esencial); son respetuosos con el texto canónico del autor,
sobre el que se han permitido algunas, pocas, licencias y algún que otro corte,
que no impiden seguir la trama conocida de la obra: una primera parte en la que
se realza la historia de las pasiones humanas, y una segunda parte en la que el
encadenamiento de las torpezas de unos y otros va a hacer que todos sean como
piezas de ajedrez que se va comiendo la reina; torpezas que comienzan con la
muerte por error de Polonio y que concluirán con la del mismísimo Hamlet.
La puesta en escena de Keen hace
comenzar la obra, propiamente, tras unas palabras en of a modo de entrevista a
uno de los personajes, con unos cuadros muy plásticos, especialmente el
discurso de Claudio a los periodistas, que por su estética parecen
influenciadas por la fría pintura de Hopper. Los cuadros se suceden en el marco
de una escenografía que saca un rendimiento increíble a unas sillas, una mesa,
una sugerente y efectiva iluminación y pocos elementos más. Todo lo llenan los
actores y actrices con un movimiento muy medido y, sobre todo, con un texto muy
bien dicho y muy bien fraseado, si hacemos excepción del contraste en el
contexto que supone la presencia del propio director de la obra y excelente
actor inglés encarnando el papel de Claudio, cuyos mensajes con su acento
exótico eran difíciles de comprender en ocasiones.
Harold Bloom, estudioso de
Shakespeare, afirma que el personaje de Hamlet tiene una carga que trasciende
al drama en sí. Cierto, este personaje contiene tal volumen de verdades humanas
que son absolutamente teatrales, porque Hamlet es un ser del teatro y no se puede sacar de ahí. Su grandeza,
misterio, pequeñez, contradicciones, las propias extravagancias del texto
exigen que el actor que lo encarne demuestre que lo es. Ahí tenemos el
excelente trabajo de Alberto San Juan, que se mete dentro del personaje y lo
representa en su totalidad. Es como abrir una cebolla, van apareciendo los
planos y la esencia, la pasión y el desengaño de un mito que hay que dejarlo en
su propia ambigüedad, contradicción y misterio. Esta es la peripecia
de Hamlet y ese el arte que explicita el protagonista con su labor sobre
las tablas. Quizá una dicción sostenida en el fraseo, que ahora tanto se lleva,
le reste un poco de autenticidad. Dicción y acción. Gesto y movimiento.
Fisicidad y verosimilitud. En mi opinión, este trabajo y este Hamlet de San
Juan bien pudiera relacionarse con la rebelión juvenil frente a la corrupción
adulta que tanta falta hace en una sociedad como la que estamos viviendo.
Como contraste llamativo, tras
significar el extraordinario trabajo de conjunto, aparece la presencia del
actor Javivi Gil Valle, al que tenemos un poco encasillado en papeles
humorísticos por su propia manera de hablar, que encarna un Polonio singular,
digno y creíble, excesivo a veces en su papel de servilismo a los poderosos y a
sus propios intereses. Así mismo tiene una chispa especial Ana Villa que recrea
brillantemente una Ofelia que pasa de la
equilibrada chica de la primera
parte a la enloquecida y aturdida de la
segunda.
La dirección de Will
Keen es cuidada con la composición escénica, a veces parecen flases
cinematográficos, con el movimiento y la gestualidad de los actores y
especialmente con la dicción del texto. En suma, una dirección que se sustenta
en dos ejes esenciales: actores y
palabra.
¡Un Hamlet más qué importa al mundo!
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