domingo, 16 de diciembre de 2012

Don Quijote de la Mancha, el don del equilibrio


Yo soy Don Quijote de La Mancha
Texto: Miguel de Cervantes. Dramaturgia: José Ramón Fernández. Dirección: Luis Bermejo. Intérpretes: José Sacristán, Don Quijote; Fernando Soto, Sancho; Almudena Ramos, Sanchica; José Luis López, violonchelista. Escenografía: Javier Aoiz. Vestuario: Monica Boromello. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo, Ion Aníbal López. Video escena: Álvaro Luna, Bruno Praena. Música original: Ramiro Obedman.


Con José Sacristán somos todos don Quijote; Sancho somos con Fernando Soto, Sanchica con Almudena Ramos y música con José Luis López.  El escenario del Rojas se ha convertido, con la puesta en escena de Yo soy Don Quijote de La Mancha, en el ancho campo en el que reivindicar el referente moral y ético que representa el héroe manchego y universal, tanto en su época como en la nuestra.
           
La dramaturgia que nos ofrece José Ramón Fernández  y la dirección de Luis Bermejo logran un esmerado equilibrio en el peso de los personajes, en el movimiento escénico, en el gesto que no se deja llevar por las posibilidades chuscas que el texto brinda,  en el escenario funcional, en el metateatro como marco de la trama, y en la presencia de la música como hilo conductor de emociones  a la vez que nexo entre escenas.
            La adaptación teatral de la novela es rigurosa y respetuosa  con los textos que selecciona y logra poner de manifiesto la verdadera esencia del personaje. Es plausible que haya elegido momentos importantes que retratan el perfil tremendamente humano del héroe cervantino y que haya eludido pasajes muy tópicos y conocidos. En el bien hilado texto no solo se ensalza la bondad del hidalgo de La Mancha, sino que se nos da pie a la reflexión, para ver cómo se adentra el héroe, y cómo nos adentramos nosotros, en el trato con el mundo. Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño. La vida no es un encantamiento que nos haga permanecer perdidos, ni a don Quijote ni a nosotros, en un confuso laberinto alienante. Don Quijote es un hombre con una idea muy clara de la bondad y de la justicia, que no se para a pensar en los problemas que va a tener a la hora de defender sus principios: el amor, la libertad, la equidad, las lealtades y las solidaridades.

            Y sobre las tablas, Sacristán/Quijote, la dignidad del personaje mítico, del actor y de la persona, inseparables. No sé si es Sacristán quien interpreta a Don Quijote o es Don Quijote quien interpreta a Sacristán. Uno y otro, refugiados en el yo, alcanzan su propia identidad y toman posición ante una sociedad tuerta y de valores pervertidos, y se lanzan hacia un futuro de afirmaciones de vida, de una vida a la vez de rebeldía y de esperanza, confiando en que el ser humano puede ser, para su bien y para su mal, artífice de su propio camino. Don Quijote/Sacristán humaniza la existencia y emerge el héroe cervantino creándose a sí mismo frente a todo tipo de agresividad y cerrilidad, de corrupción; Sacristán/Don Quijote lo que hace, sencillamente, es desencantar el mundo encantado, lo que significa humanizarlo, hacerlo volver a una condición existencial gobernada por las fuerzas humanas. Don Quijote/Sacristán son esas vidas voluntariosas que sufren las consecuencias de su liberado comportamiento. Perder no es fracasar. Con este Don Quijote, tan hecho para el mundo de hierro en que vivimos, hay que hablar de esperanza y de ganas de seguir luchando desde la lucidez, nunca desde el abandono, la derrota o la tristeza.
            Yo soy Don Quijote de La Mancha de la compañía Metrópolis es una buena obra, un texto que llega a la gente, que se disfruta con gusto y que deja un sabor de boca que echa raíces en la reflexión. Y es sobre todo una delicia de interpretación, en la que la palabra bien dicha y el juego escénico bien trabado hacen que el espectáculo se deslice con la suavidad de una balsa de aceite.

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