lunes, 12 de septiembre de 2016

Don Mendo se venga con mucha gracia en el teatro Fernán Gómez de Madrid

De nuevo un Don Mendo sube a las tablas de un teatro de Madrid. Salvador Collado lo ha traído al Fernán Gómez, también conocido como “Centro Cultural de la Villa”. Es un Don Mendo canónico, apostólico, sarcástico y moderno, un eslabón más que se engarza en la cadena de aquellos otros que la protagonizaron, como Manolo Gómez Bur, Fernando Fernán Gómez o José Sazatornil, entre otros muchos. Esta nueva apuesta cumple saciadamente todas las expectativas cuando la comparamos con aquellas que recordamos, y a fe que no podemos decir, tras contemplar esta versión, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esta está a la altura.
La venganza de don Mendo, el famoso texto teatral de Muñoz Seca, es el ejemplo palmario de cómo una astracanada ha devenido en un clásico por su ingenio, su humor y su divertimento. No en vano, en sus casi cien años de existencia, desde su estreno en 1918 en el Teatro de la Comedia de Madrid, ha llegado a ser una de las cuatro obras más representadas del teatro español, junto al Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño.
Reír casi siempre tiene premio: el de la abundancia de espectadores y el del aplauso. Y Don Mendo consigue la sonrisa, la risa y la carcajada, pues este teatro considerado menor, literariamente hablando y no en la consideración del público, se basa esencialmente en el chiste verbal y en el retruécano, el juego de palabras, en la deformación cómica del lenguaje, en la acumulación de elementos paródicos fácilmente entendibles, las constantes bromas y en las continuas referencias a un contexto que evidencia una moral utilitaria. La acción, los personajes (cuyos nombres también se aprovechan para el chiste) y hasta los figurines y el decorado están al servicio del gracejo. La pretensión del conjunto es hacer reír a toda costa. La producción que Collado, con un excelente elenco de actores y actrices, nos presenta en el Fernán Gómez de Madrid entretiene desde el minuto inicial a la caída del telón.
Huelga contar los pormenores del contenido de esta obra que gira sobre la  historia de un tal Don Mendo, traicionado por su amante Magdalena, dama poco edificante, que se deja llevar por la codicia cuando le surge un partido con más peculio para casarse, como es el rico Duque de Toro. De esta traición es de la que Don Mendo buscará vengarse con toda suerte de divertidas situaciones. Nada nos importa: ni la unidad de acción, ni la de tiempo ni la de lugar, ni que la peripecia se ambiente en una España medieval anacrónica con guiños al presente. La verdad es que La venganza de don Mendo es una caricatura, una parodia, de las tragedias historicistas, escrita en verso, de la que los espectadores suelen recordar tiradas de ellos a poco que la vean un par de veces (“Para asaltar torreones, cuatro Quiñones son pocos. ¡Hacen falta más Quiñones!). La obra cumple sus objetivos cuando a la salida del teatro ves al público comentándola con la sonrisa aún en el rostro. Muñoz Seca se ríe de aquellas ampulosas historias romanticonas llenas de una poesía dramática huera y alza la carcajada destructora y surreal de su don Mendo con sus innumerables ripios, sus rimas en agudos o en esdrújulos.
La versión que ahora vemos, dirigida por Jesús Castejón, es muy eficaz con la risa, respetuosa con el contenido, muy trabajada en la dicción del verso y en el movimiento escénico, incluidas las coreografías, no abusa de un histrionismo que no es necesario y coordina perfectamente a los numerosos personajes.
Los quince actores que dan vida al espectáculo realizan un gran trabajo. Me encantaron Jesús Berenguer, que bordó un don Nuño muy auténtico; Roberto Quintana, que se invistió en una doña Ramírez con mucha gracia y desparpajo; Cristina Goyanes, que hizo una Magdalena de rompe y rasga y que cambiaba de registro con naturalidad dependiendo de cada situación, sacó rendimiento y vigorosa comicidad a su papel de “mala”; Marcelo Casas, icosaédrico en sus variados desdobles; Karmele Aramburu, que dio vida a una delicada reina que se desmayaba de amor adúltero, si se daba el caso; Vallery Tellechea, que perfiló una potente Azofaifa de emociones creíbles; y me sedujo Chema Pizarro, que creó un don Pero tan cervantino que, a veces, parecía un verdadero Quijote descabalgado. Ángel Ruiz hace un Mendo muy de hoy, seguro y eficaz, que se mueve con rigor y equilibrio en el bamboleante alambre que une la tragedia y el sarcasmo. Muy bien en general, una interpretación sólida, sin dientes de sierra, que mantiene la tensión y la vis cómica sin estridencias (solo las que pide el texto) durante todo el espectáculo.
La escenografía ingeniosa, en la que el espectador tiene que poner su punto de imaginación para concretar la realidad espacial, y un vestuario ad hoc conforman un contexto en el que sobresale lo esencial: el lenguaje, la configuración de unos personajes bien perfilados, cada uno con la acumulación de sus típicos tópicos.
La Venganza de Don Mendo, en el Teatro Fernán Gómez o Centro Cultural de la Villa de Madrid, es todo un regalo. En un tiempo en el que el ambiente está tan enrarecido viene bien la risa que trae esta bocanada de aire cómico por la que ha apostado la compañía de Salvador Collado con la producción de esta obra. Quien pueda que no se la pierda y quien no pueda que haga un poder y vaya a disfrutarla.
(Publicado en noticiasdigital.es).

Homenaje a Ana Diosdado con la representación de su última obra

El Centro Dramático Nacional en colaboración con la SGAE está tributando un homenaje a Ana Diosdado, que lo fue todo en el teatro, fallecida hace poco más de un año. Son numerosos los actos que se están llevando a cabo: encuentros con el público, un ciclo de cine en la sala Berlanga con títulos significativos, el espacio Los lunes con voz y, muy especialmente, la representación, en el teatro María Guerrero, de la última obra que escribió, El cielo que me tienes prometido, que estará en cartel hasta el 18 de septiembre. Esta pieza fue un encargo especial que le hizo a la autora el productor Salvador Collado con el fin de llevarla a las tablas con motivo del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa.
            El cielo que me tienes prometido es mucho más que una obra de ocasión por más que se escribiese como un encargo para la conmemoración del centenario de Teresa de Jesús. Es una pieza teatral excelentemente cortada y equilibrada, magistralmente trabajada en la utilización del lenguaje clásico y con la fuerza dramática que ofrecen dos figuras tan señeras y con tanta personalidad como la princesa de Éboli y Teresa de Ávila. El texto nos presenta la imagen enfrentada de esta dos mujeres que rompieron moldes en su tiempo,  sus diferentes maneras de entender la vida desde una idea del poder (la de Éboli) y desde la llaneza del día  a día y la dignidad del individuo (Teresa); también es evidente la intención de Ana Diosdado de marcar el perfil de tres amores: el que siente Teresa por Dios; el de la aristócrata por el marido que acaba de perder; y el de una joven, Mariana, obligada a abandonar su vida para ingresar en el convento, contra su voluntad, pues lo que ella quiere es casarse.
            La obra se resuelve en una jornada, una noche, que refleja el encuentro (choque, podríamos decir) entre Teresa de Jesús y Ana Mendoza en ese última vez que se vieron en esta vida. Siempre hay que tener en cuenta que entre ambas mujeres, de genio vivo y dominantes, hubo discusiones y encontronazos durante la construcción del monasterio de Pastrana y volvieron a tenerlos al morir el Príncipe y pretender su desconsolada esposa tomar el hábito de las descalzas y entrar en el convento pero sin dejar de vivir y ser tratada como una princesa que manda en su casa, algo que la madre Teresa no podía consentir y que motivó el que hiciera que sus monjas abandonaran el lugar.
            El perfil de Teresa de Jesús no es el de la mística subida, sino el de la mujer con conciencia que siente a Dios entre los pucheros, la que habla como la gente, siente como sus iguales y vive con conciencia del mundo que la rodea, con sus grandezas y debilidades, certezas y contradicciones, sin perder la referencia del Amado (Dios). En este sentido es muy interesante el recitado de poemas en voz en of que realiza Emilio Gutiérrez Caba, además de la propia Teresa, tanto propios como de San Juan de la Cruz.
            Las dos mujeres defienden su mismidad, están enfrentadas pero obligadas a escucharse, y nos enseñan a defender la libertad para que cada uno viva la vida a su manera.
               Con una escenografía minimalista y un vestuario simbólico correcto (excepto la toca que molestaba a Mariana) de Alfonso Barajas, una iluminación que clarificaba la escena y potenciaba los momentos singulares de Rafael Echeverz y un espacio sonoro muy de acorde para la ocasión, quizá con demasiado volumen, a veces, de Luis Delgado, la obra toma consistencia y verosimilitud.
            La interpretación fue excelente. Irene Arcos (Ana Mendoza) recreó un personaje ambivalente con fuerza y poderío, María José Goyanes (Teresa de Jesús) parecía Teresa de Jesús en carne, hueso y lágrimas, eso lo dice todo, y Elisa Mouliaá (Mariana) mostró con profesionalidad el encanto de un personaje menor pero con la altura interpretativa necesaria. Las tres hicieron triunfar la palabra y su esencia por encima de gestos menores, pero interesantes, pues estos también muestran actitudes. Este, sin duda, es el mejor homenaje y el más significativo recuerdo que se puede hacer a Ana Diosdado, que pudo incluso dirigir la obra en su preparación y primeras representaciones antes de su muerte en 2015.
            Hay que agradecer al productor Salvador Collado, al propio ministro de Educación y Cultura y al Centro Dramático Nacional, que hayan hecho lo posible para que se reconozca y recuerde a Ana Diosdado con un trabajo que dice tanto de su labor como escritora y de su amor a la cultura y el teatro.
                          
           (Crítica publicada en ntoticiasdigital.es).