domingo, 30 de octubre de 2011

CONCEPCIÓN DEL TIEMPO Y CALIDAD DE VIDA


Las nuevas tecnologías, las fuerzas económicas y el mundo convulso en el que vivimos alteran radicalmente nuestra experiencia con el tiempo. Hoy, percibimos un tiempo contraído porque estamos atrapados en una sola dimensión del tiempo: el presente. Y no es que vivamo esa concepción del carpe diem o el "vive a tope hasta morir". Nos saturamos de compromisos, nos angustiamos, miramos continuamente nuestros relojes: corremos para no perder tiempo. El pasado se aleja como si fuera una eternidad y el futuro llega tan deprisa que no nos da tiempo a planificarlo.
Qué ironía! Tenemos más dispositivos para ahorrar tiempo que en cualquier otra época, pero vivimos excesivamente apurados y pendientes de los horarios. Por paradójico que parezca, perdemos el tiempo... en nuestro afán por no perder tiempo!
Esta paradoja responde a un problema de cantidad contra calidad: al apurarnos, tal vez estemos ganando una cantidad de tiempo, pero estamos perdiendo su calidad. La prisa en la que vivimos invade nuestro proceso de pensamiento, nuestras relaciones... y hasta ¡nuestro cuerpo! Ya se habla de una "enfermedad de la prisa" que se manifiesta en trastornos cardiovasculares, hipertensión, estrés y depresión inmunológica. Es decir, la velocidad es inherentemente violenta. Nuestra propia aceleración afecta nuestra calidad de vida y nos aparta del equilibrio vitl y coordinado con el mundo natural en el que se desarrolla nuestra existencia.
Como consecuencia de esta aceleración, vivimos con el tiempo una relación de amor-odio: nos esforzamos por conquistarlo y -simultáneamente- queremos escapar de él. Esta peculiar relación con el tiempo no es natural en nosotros, sino que la desarrollamos culturalmente. De ahí que tengamos la capacidad y el derecho de transformarla y experimentar el tiempo de un modo más saludable.
¿Cómo podemos mejorar esta relación? Necesitamos expandir nuestra conciencia y desarrollar una nueva perspectiva del tiempo que nos permita ubicarnos en un contexto temporal más amplio, continuo y profundo. Para ello, será preciso pensar en unidades de tiempo mucho más grandes que aquellas que definen nuestra vida diaria. Nuestra medida del tiempo, que alguna vez se basó en el cambio de estaciones, en las estrellas y en la posición del sol, ahora se parcela en nanosegundos -quizá sea una exageración, pero me vale la metáfora. Al fragmentar cada vez más las unidades de medida, perdemos la percepción de continuidad del tiempo.
A lo largo de la historia, los hombres y mujeres han trabajado mucho para legar a generaciones futuras monumentos y conocimientos, para perdurar más allá de sus mortales vidas individuales. Y también han honrado -a través de rituales e historias- a aquellos que les precedieron. Hoy, al vivir enfocados en el presente, perdemos conciencia tanto del pasado como del futuro, lo que nos impide comprometernos con nuestros ancestros y con las generaciones que nos suceden.
Pensar en eso, nos permite tomar conciencia de las consecuencias de muchas de nuestras conductas.
Esta desconsideración hacia el futuro se opone a nuestra naturaleza, porque todos los organismos vivientes estamos construidos para propagarnos. Una especie que no piensa en el futuro, está condenada a la extinción.
La calidad de vida puede consistir -principalmente- de una actitud hacia el tiempo. Las personas a quienes consideramos felices están completas en el presente, el pasado y el futuro. Eligen y desarrollan pacientemente proyectos a largo plazo y disfrutan de recordar experiencias pasadas. Ellas consideran el pasado y el futuro, no como contextos externos, sino como extensiones de su propio presente.
Nuestro sentido de conexión con el tiempo depende de sentirnos parte de una historia. Si deseamos construir una sociedad sustentable, debemos acostumbrarnos a ritmos más lentos y recuperar la continuidad entre pasado, presente y futuro. El desafío es duración, no velocidad.
Para vivir el tiempo de una manera más saludable, aprendamos a medirlo con nuevas unidades...
Ya sé que esto es muy fácil decirlo y muy difícil hacerlo...pero ¡dicho queda!

Menos burocracia, más confianza


Una organización demasido abundante de papeles, de burocracia, normas,y sistemas restrictivos y cerrados que entretienen sobre lo accidental y quitan tiempo para lo sustancial, nos habla de sí misma y de sus creadores. En Educación ha habido bastante de esto, un aumento de la burocracia para el profesorado con programaciones queno se sigue ymemorias que no hacen justicia a la realidad, que sirven para salir del paso y solo justificarse ante las estructuras.


La superburocracia está guiada por la intención de "tener todo bajo control" y establece procedimientos que nadie puede cuestionar. Como consecuencia, no qued tiempo para favorecer la creatividad, la daptación cada contexto que es bien diferente, pues el nivel de iniciativa es bajo y -básicamente- se hace únicamente lo que se ordena... La información no circula y el estado de ánimo que se instala es de escasez, resignación y desconfianza...

Defiendo una cultura de las organizaciones -y en concreto de la Educación- basada en la libertad, la profesionalidd y la confianza. Creo en las estructuras y los sistemas que se adaptan para "cosechar" la energía y la creatividad de las personas, hacia propósitos previamente acordados, sí, pero con libertad para el profesional para adapatalos a las personas siempre diferentes en los diversos contextos. No me parencen bien -y lo digo desde el aula- tantas reglas y papepels, abogo más bien por una gran dosis de responsabilidad. No existe únicamente una forma de hacer las cosas... pero con autonomía, libertad, profesionalidad y responsabilidad estoy seguro de que el trabajo estará bien hecho allí donde cumple un fin, no con los papeles, sino con los alumnos y alumnas.

jueves, 6 de octubre de 2011

Cuando un ciego conduce a otros ciegos, todos caerán a la fosa

Vivimos en una crisis de armonía. La armonía es, en cierto sentido, sentir que nuestra vida está "afinada" con el resto: que nuestra voz está contribuyendo con algo más grande que nosotros mismos y que "el coro" resultante nos da una placentera sensación de logro. Pero no es así, aquí lo que prima es la batuta de no sabemos quien que lleva a la orquesta del mundo como el ciego del cuadro de Brueghel: a la fosa.
Como personas, poseemos un enorme potencial para estar en armonía, en todos los aspectos de nuestra vida. Pero el diseño de la mayoría de nuestras organizaciones (sobre todo las muy grandes) no acompaña ni refuerza este potencial. Peor aún: muchas veces lo frustra... En nuestra democracia imperfecta, la armonía viene frustrada de origen con el funcionamiento "inarmónico" de los partidos políticos. Y así todo lo demás. El interés de alguno frustra la sarmonía de los muchos. El mundo no está bien hecho. Es una farsa.
Si hablamos del "diseño" de las organizaciones, no hagamos solo referencia a sus estructuras, jerarquías, gestión administrativa -o distribución salarial- sino a las ideas fundamentales a través de las cuales se rigen: sus ideas rectoras, manifiestas o no. Ahí está la cuestión. Mucas organizaciones tergiversan sus ideas para convencer. Y muchas veces la s ideas nada tienen que ver con los hechos.
Las ideas rectoras de un gobierno, por ejemplo, no son los detalles de cómo un proyecto de ley se convirtió en ley, o cuál es el salario del presidente, los legisladores y los jueces. Lo importante son los principios sobre los cuales deberían construirse todos los aspectos de esa Nación. Por eso yo me preguntol ¿quién tienen más poder que el gobierno de una nación que le ha impuesto hasta la reforma de una Constitución contaria a sus ideas y sus principios como organización política?
Cuando un ciego conduce a otros ciegos, todos caerán a la fosa. ¡Allá vamos!