lunes, 26 de noviembre de 2012

Ser o no ser…acaso representar



HAMLET
Autor: W. Shakespeare. Versión: María Fernández Ache. Director: Will Kleen. Intérpretes: Alberto San Juan, Wil Keen, Yolanda Vázquez, Ana Villa, Javivi Gil Valle, Pau Roca, Antonio Gil, Pablo Messiez y Gorka Otxoa. Teatro de Rojas. Toledo.
¡Ser o no ser! ¡La alternativa es ésta! Un Hamlet siglo XXI, una puesta en escena más que interesante de entre las muchas que se pueden contar de esta archiconocida tragedia del príncipe de Dinamarca que escribió William Shakespeare. El teatro de Rojas agotó el papel de la taquilla y el público agradeció con calor un espectáculo teatral de casi tres horas de duración cuya calidad mereció la pena.
Hamlet es un icono cultural del mundo que se ha transformado en algo muy maleable. Will Keen y María Fernández Ache nos ofrecen una versión sin referencias temporales definidas (en realidad Hamlet no tiene época; si uno analiza el texto se da cuenta de que la temporalidad no es esencial); son respetuosos con el texto canónico del autor, sobre el que se han permitido algunas, pocas, licencias y algún que otro corte, que no impiden seguir la trama conocida de la obra: una primera parte en la que se realza la historia de las pasiones humanas, y una segunda parte en la que el encadenamiento de las torpezas de unos y otros va a hacer que todos sean como piezas de ajedrez que se va comiendo la reina; torpezas que comienzan con la muerte por error de Polonio y que concluirán con la del mismísimo Hamlet.
La puesta en escena de Keen hace comenzar la obra, propiamente, tras unas palabras en of a modo de entrevista a uno de los personajes, con unos cuadros muy plásticos, especialmente el discurso de Claudio a los periodistas, que por su estética parecen influenciadas por la fría pintura de Hopper. Los cuadros se suceden en el marco de una escenografía que saca un rendimiento increíble a unas sillas, una mesa, una sugerente y efectiva iluminación y pocos elementos más. Todo lo llenan los actores y actrices con un movimiento muy medido y, sobre todo, con un texto muy bien dicho y muy bien fraseado, si hacemos excepción del contraste en el contexto que supone la presencia del propio director de la obra y excelente actor inglés encarnando el papel de Claudio, cuyos mensajes con su acento exótico eran difíciles de comprender en ocasiones.
Harold Bloom, estudioso de Shakespeare, afirma que el personaje de Hamlet tiene una carga que trasciende al drama en sí. Cierto, este personaje contiene tal volumen de verdades humanas que son absolutamente teatrales, porque Hamlet es un ser del teatro y  no se puede sacar de ahí. Su grandeza, misterio, pequeñez, contradicciones, las propias extravagancias del texto exigen que el actor que lo encarne demuestre que lo es. Ahí tenemos el excelente trabajo de Alberto San Juan, que se mete dentro del personaje y lo representa en su totalidad. Es como abrir una cebolla, van apareciendo los planos y la esencia, la pasión y el desengaño de un mito que hay que dejarlo en su propia ambigüedad, contradicción y misterio. Esta es la peripecia de Hamlet y ese el arte que explicita el protagonista con su labor sobre las tablas. Quizá una dicción sostenida en el fraseo, que ahora tanto se lleva, le reste un poco de autenticidad. Dicción y acción. Gesto y movimiento. Fisicidad y verosimilitud. En mi opinión, este trabajo y este Hamlet de San Juan bien pudiera relacionarse con la rebelión juvenil frente a la corrupción adulta que tanta falta hace en una sociedad como la que estamos viviendo.
Como contraste llamativo, tras significar el extraordinario trabajo de conjunto, aparece la presencia del actor Javivi Gil Valle, al que tenemos un poco encasillado en papeles humorísticos por su propia manera de hablar, que encarna un Polonio singular, digno y creíble, excesivo a veces en su papel de servilismo a los poderosos y a sus propios intereses. Así mismo tiene una chispa especial Ana Villa que recrea brillantemente una Ofelia que pasa  de la equilibrada  chica de la primera parte  a la enloquecida y aturdida de la segunda.
La dirección de Will Keen es cuidada con la composición escénica, a veces parecen flases cinematográficos, con el movimiento y la gestualidad de los actores y especialmente con la dicción del texto. En suma, una dirección que se sustenta en dos ejes esenciales: actores  y palabra.
¡Un Hamlet más qué importa al mundo!
                

domingo, 25 de noviembre de 2012

Valderrama en el corazón


El público que acudió al teatro de Rojas de Toledo para ver y escuchar a Juan Valderrama ya estaba entregado desde que recogió en la taquilla su entrada. El artista lo supo ver desde el principio y empezó a calentar el ambiente con sus propias canciones, las que le singularizan como autor y cantante actual. Luego versionó el conocido tango «Volver» y el bolero «Envidia», que están en nuestro imaginario sonoro, con sentimiento aflamencado y lo que conocemos como «fusión», pero, sobre todo con sentimiento, para terminar atacando la conocidísima «Solo pienso en ti» de Víctor Manuel. Hasta aquí el Valderrama de hoy, el auténtico Juan Valderrama con entidad propia y sitio en los escenarios, que no desmerece de los creadores que hacen carrera en la canción, en la copla y los linderos del flamenco, pues no hay que buscar en él flamenco puritano y gitanista. Este fue el Juan Valderrama que amplía los campos de acción y que no se queda en lo aprendido con sus padres, cantando por derecho, sino haciendo un arte más fácil, más de estribillo.
Hay mucho público que, cuando canta Juan Valderrama, quiere ver y oír a su padre. No es posible, pero ahí están los genes y el aprendizaje. Y el hijo conoce bien el paño y no hay palo que se le escape. El público pide algo suyo, como la canción de Sabina, y muy especialmente los grandes éxitos del gran Juanito Valderrama, su padre. Entonces al hijo no le queda más remedio que «valderramear» y canta lo que su padre cantaba. Lo hace bien, muy bien, porque no cae en el error de la imitación, sino que aplica su estilo, su voz sensual, su manera de interpretar «acancionando» los estilos, aunque las letras sean las mismas que tarareaban los presentes en el teatro y los padres de los presentes. La «farruca» con la que inició esta parte fue, para mí, lo más excepcional de la noche, pues con ella nos demostró que sabe cantar flamenco y que sabe dar el paso a su manera de ser y de entender el cante, haciendo bien lo primero y lo segundo. Con el público no ya en el bolsillo, sino en el corazón, comenzó a desgranar una serie de canciones: «Su primera comunión», «Madre mía», «Pena mora», «Cuatro puntales» y otras más, hasta llegar a aquella tan conocida, y tan bien versionada ahora, incluso en fusión rock, «El emigrante».
Juan Valderrama, conociendo la historia que tiene detrás, sabe ser él sin renegar de su tradición familiar, sino asumiéndola en lo que tiene de bueno. Pone saber, humildad y alma en cada canción y tiene, además, la empatía suficiente para entablar un diálogo con el público que le ve y le aplaude como si fuera un hijo suyo.
El espectáculo se equilibra con el acompañamiento de músicos excepcionales y virtuosos en sus instrumentos: Alfonso Aroca al piano, Rubén D. Levaniegos con la guitarra flamenca y Manuel Luque en la percusión.
Las sonrisas del público según abandonaba las butacas, tras el largo aplauso que dedicó a los artistas, es el mejor certificado para decir que Juan Valderrama y su cante gustaron y dejaron muy buen sabor de boca en Toledo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Vuelva usted mañana



“Vuelva usted mañana”, escribía don Mariano José de Larra que decían los burócratas de aquella España de posada y carnaval para alargar la solución de los asuntos que no debieran alargarse sine die.
            “Vuelva usted dentro de un año” a realizarse la colonoscopia, si no se ha ido usted ya a echar leña al fuego de las calderas de Pedro Botero, dicen en este sistema sanitario, cuyos pecios se están repartiendo entre gentes del negocio. ¡Qué gran paradoja que responda el sistema lo que no entienden ni profesionales ni pacientes!
            “Vuelva usted mañana”, si quiere, pues le va a dar lo mismo, si anda buscando una beca de comedor para que su hijo tenga la única comida caliente y razonable que hace al día, le dicen a quien demanda sopa y pan quienes tienen la Educación entre manos o entre dos piedras feroces.
            “No vuelva usted mañana”, mejor “no venga por aquí nunca”, si quiere un crédito para mantener el normal funcionamiento de su empresita. “No hay guita”, dicen los que se han rebotillado las faltriqueras engañando a troche y moche con letras pequeñas y productos preferentes que solo se podrían cobrar a los trescientos años.
     “Vuelva usted mañana”, ¿mañana?, si quiere que la representatividad en las instituciones de la nación y demás territorios se asiente en el pilar de la verdadera democracia interna de los partidos, dice cualquier ciudadano de los que se quitan las moscas en una solana, de los que miran un escaparate, de los que van a por la no buena noticia de un ERE o de aquellos que sorprendentemente aún no los ha puesto de patitas en la calle una ley del trabajo que iba a crear empleos como el que saca conejos de una chistera.
            “Vuelva usted mañana”, pero un mañana de no sé sabe qué siglo, le responden a uno cuando pregunta sobre la índole de la verdad que se ofrece en cada medio de comunicación, que los juntas y parecen un caleidoscopio y no hay manera de reconocer el hecho que transporta la noticia si se lee, escucha o ve uno u otro.
            Quiero leer el Talmud y la Biblia y el Corán, quizá para renegar de todo, después de lo que nos enseñan de Gaza. “Vuelva usted mañana”.
            ¿No dijo una ministra de “semizquiedas” ¡por Dios, que están muy caros los trajes!, que veía brotes verdes? Eso era una aparición, un ectoplasma. ¿Puedo ver yo esas sementeras, esas macollas de ballico? “Vuelva usted mañana”, me responde un eco, pues de aquella bien trajeada solo se sabe que se colocó bien colocada.
            ¿Me solucionan la crisis? ¿Me dan empleo? ¿Me dejan vivir en la casa o me llevan al desahucio? ¡Oiga, pollo, que esto es España”, así que “vuelva usted mañana”.
           ¿Puedo ver el milagro que va a hacer con el empleo la Virgen del Rocío, según afirmó otra ministra, esta de derechas de las que no ha trabajado en su vida? “Vuelva usted mañana”. ¿Si vuelvo hay milagro? “Vuelva usted mañana” por si acaso, ¡descreído!
            “Vuelva usted mañana”, dice o calla el gobierno de un Estado, que a unos les echa las cuentas de la vieja y a otros las del Gran Capitán, cuando el pueblo en llamas se pone de manos en una huelga general y alza su voz y su silencio en las abarrotadas calles de España.
            “Vuelva usted mañana”. “Vuelva usted mañana”. ¿Para qué volver mañana si no soy banquero, ni poderoso, ni tengo influencias? ¿Para qué volver mañana, para que nadie me escuche? Es evidente que el Gobierno no hace caso a la marea. Solo espero que, cuando llegue el tsunami, no se sorprendan.
            ¡Quiero confesar! “Vuelva usted mañana”. Mañana es tarde. Es que si me pongo ahora se me enfría el chocolate.
            Está visto. El memorial de agravios podría extenderse hasta el infinito. Desde el alcaldillo que te saca las tripas a impuestillos, hasta la alcaldesilla que reza por las familias de las víctimas de su gestión poco cuidada, ¡que no van a volver mañana!
            Aquí y ahora ya todo se ha instalado en el famoso “solo un dar me agrada, que es el dar en no dar nada”. Todo y todos ¡no! A escape y corriendo van los ministros de Hacienda y Finanzas a  la Europa matriz a buscar capital para la banca ¡Pero qué tendrá la banca! ¡Que será más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un banquero vea el rayo de luz que entra por el ojo de buey de un calabozo! A estos no hay que decirles “vuelva usted mañana”; ni preguntan, pues ellos mismos son los dueños e imponen las respuestas. Nos dicen, para taparnos los ojos, que tengamos esperanza. ¿Esperanza?, les respondo. “Acaso habrá de ser mañana”. Ya no es ayer; mañana no ha llegado. ¡Fue sueño ayer; mañana será tierra! ¡Ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sexo en equilibrio

Con el título solo he querido llamar la atención. Pero sí se trata, en las relaciones sexuales, de lograr una armonía entre ritmos distintos. Hay que acompasar el paso y no ir con la ventaja o la desventaja del paso cambiado. Creo que con una metáfora de la tradición del Tao se entiende bien. En la tradición taoísta el hombre es fuego y la mujer es agua. Esto es muy importante. No se trata de que el agua apague al fuego y ya está. Esta contraposición de elementos es el motivo por el cuál sostienen que sus respuestas sexuales son diferentes. La energía sexual del hombre (fuego, llama) se eleva rápidamente y luego explota; la de la mujer se parece más a un recipiente de agua fría que va calentándose hasta el punto de ebullición: se calienta y se enfría lentamente. Así para que ambos alcancen una cúspide de placer, el hombre debe aprender a ajustarse al ritmo de excitación de su pareja. Y para esto hay que tener voluntad y entrenamiento.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Dieciocho años después, El Nacional, de Els Joglars, vuelve a encantar. LA MENTIRA ES LA VIDA, LA VERDAD ES EL TEATRO


Musical, sátira social, gestión de una crisis abocada al desastre, crítica a todos los divismos e individualismos hipócritas e interesados, “sacacolores” a los burócratas y políticos vividores de la cultura sin hacer nada limpio por ella, vacuidad de las vanguardias, lucha entre el desencanto y la esperanza… todo esto ya estaba en la obra que se estrenó en 1993 y sigue de más actualidad, si cabe, hoy, en esta realidad del contexto social que está llevando la cultura al aniquilamiento por asfixia.

El Nacional es una obra total que cautiva y atrapa al espectador, al que nunca confunde. El cóctel teatral contiene los ingredientes ya conocidos en el teatro de Els Joglars: buenos textos, humor, sentido de la ironía, sarcasmo a veces, claridad crítica sin morderse la lengua, sin que haya institución alta o baja, persona de alcurnia y blasón o simple ciudadano que se salve del dardo bien dirigido. A estos ingredientes clásicos se ha unido ahora la actual precarización de la cultura, la degradación de la profesión de actor y la situación simbólica del deterioro real de la sociedad encarnado en un teatro que se va a derruir. Estos ingredientes se agitan con unos excelentes actores y actrices con mucha creatividad, excelente trabajo y dilatada experiencia a sus espaldas, y una dirección impecable del iconoclasta Albert Boadella, que con esta producción dirige a Els Joglars por última vez.

El escenario, un teatro de la ópera, decrépito, a punto de ser derribado para convertirse en una oficina de Bankia –soberbia ironía. Sobre el escenario un viejo acomodador, el Ramón Fontserè de siempre, del que nunca sabré dilucidar si la verdad es el hombre o la verdad es el actor, lo confundo. Él es don José y quiere resucitar el arte lírico; para ello pretende valerse de una pandilla de indigentes más que de indignados, que, con tal de dormir bajo techo, siguen el juego a este idealista obsesionado con un Rigoletto, que afirma que es de Shakespeare, aunque al  final ya se lo adjudique a Verdi.
            La singular compañía, con personajes minuciosamente dibujados: los músicos callejeros, la putilla, el carterista, el borrachín y la antigua mujer de la limpieza, que había aprendido las óperas de tanto escucharlas, quiere representar un proyecto del que no se atisba el fin. Estamos ante el esquema clásico del teatro dentro del teatro, conformando un ir y venir de la música operística a la peripecia, de la convivencia a las individualidades, de los hechos a la ficción. El puzle tiene linealidad y las piezas encajan perfectamente. Y en el fondo asistimos, además de a un espectáculo que encandila, divierte y hace pensar, a una verdadera lección de lo que debe ser el buen teatro, tanto en la práctica de los actores reales, como en la propia lección que lleva a cabo Ramón Fontserè, como don José, con esta compañía a la que tiene que adiestrar. Esta lección pone de manifiesto el desprecio a las malas imitaciones y a la improvisación en favor del buen trabajo; busca la naturalidad; y se vuelve sulfúrica cuando aparece la vanidad o el histrionismo. Evidentemente, aquí encontramos algo muy del propio hacer de Boadella: la autocrítica, en especial cuando se refiere a los actores bufones –recordemos su excelente libro Memorias de un bufón. Sin embargo el teatro es sagrado y merece un respeto; el teatro es la verdad, la mentira está en la vida; por eso, la primera lección del director reside en el leitmotiv  de “mirar y oler”, para poner de manifiesto lo obsceno y lo transgresor.
            El Nacional es una obra visionaria, creada en los primeros años noventa, que está más fresca y actual que nunca, pues anticipa la patética situación en que está la cultura y la propia sociedad española. Estamos ante una alegoría sutil, sensible, poética a veces, y demoledora en su crítica absoluta al arte prostituido, a la afectación de los actores y a las burocratizaciones, encarnadas estas en los sindicatos y en los gestores culturales. Se me ocurre definir esta obra como un espectáculo que tuviera en sí mismo, además de su propio contenido, otras raíces agarradas en las referencias culturales del esperpento valleinclanesco, el humor irónico berlanguiano, el pellizco buñuelesco y un toque surrealista del Cuerda de Amanece que no es poco.
            
Es justo, en esta creación coral, alabar la presencia de Fontserè, tierno e implacable con sus “tics”; y junto a él, Jesús Angelet, grande; Minnie Marx, grandísima; Pilar Sáenz y Dolors Tuneu, imprescindibles; Xavi Sais y Lluís Olivé, impecables; y Begoña Alberdi, en el papel de la soprano Manuela Castadiva y Enrique Sánchez-Ramos como el barítono Peñón, que al arte de una interpretación excelente unen el no menos extraordinario del bel canto. Una lección de interpretación, en suma.
            Este deleite teatral considero que no estaría cerrado sin una moraleja. Esta enseñanza moral sería la de hacernos saber que, ante los tiempos duros y la adversidad, no hay que buscar las causas de los problemas y las soluciones solo en los otros. Tenemos que ser todos, comprometidos con una realidad que no es individual sino colectiva, quienes luchemos, arrimemos el hombro y aportemos el grano de arena para cambiar un mundo que no nos gusta ni poco ni mucho ni nada.
            Enhorabuena, una vez más, al teatro de Rojas por hacer por la cultura cívica y por el teatro lo que pocos ya se atreven a hacer en este páramo insensible que nos rodea.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Alegre o dolorido sentir de las palabras




El teatro de Rojas de Toledo ha acogido el día de Todos los Santos el estreno nacional de La lengua madre, un monólogo escrito por Juan José Millas, interpretado por Juan Diego y dirigido por Emilio Hernández.

La lengua madre: un autor, un director, un actor y un texto. Teatro en estado puro a escenario desnudo. Palabras sobre la palabra y la perversión que supone su interpretación. La lengua tiene un orden formal, un conjunto de signos y unas reglas para combinarlos, pero ¡ay! el significado… Una palabra puede ser un elixir o un veneno, depende de su valor denotativo o connotativo, de la intención del autor o del propio acto ilocutivo del actor que representa. La lengua es una construcción social o no es nada, es el único tesoro del que cualquier persona se puede servir a manos llenas porque es de todos. Escribo así porque ahí está el veneno que nos presenta Juan José Millás en su texto, cuando la “lengua madre” se ve pervertida por quienes quieren crear confusión en los mensajes, retorciendo sus significados, para que su relación con la realidad ya no tenga que ver con el juanramoniano “intelijencia dame el nombre exacto de las cosas”.
Texto inteligente de muchas lecturas, saltando de palabra en palabra de un imaginario diccionario, en el que sobresale el humor y la ironía a que nos acostumbra Millás. Basta con el cambio de universo del discurso o del mundo de referencias de la palabra para que el humor surja y el público pase de la sonrisa a la carcajada. Pero esto no es una comedia, no es una astracanada, es un texto muy serio que utiliza la reflexión sobre las palabras del diccionario para poner en un brete a la sociedad en que vivimos, capaz de distorsionar y destruir lo que convenga al “Dios Mercado”, a lo que no es ajeno un lenguaje lleno de “balas asesinas”, que engaña poniendo el acento asesino en las balas cuando debiera ponerlo en las personas. Pero no todo es desguace. El texto se encuentra entre el amor y la zozobra y se inspira, pienso yo, en los ojos de niño, asombrado unas veces, fascinado otras, con los que mira la vida Millás, y también en el carácter solidario que venimos apreciando en su larga trayectoria de articulista, en donde su reflexión reivindica, denuncia y se compadece. En la obra hay momentos especialmente tiernos, aquellos en los que el protagonista recrea su infancia y va descubriendo los significados de las palabras que se esconden tras sus imponentes significantes. En el fondo, la lengua le fascina.
Sobre el escenario un actor, Juan Diego, realiza un esmeradisimo trabajo para dar vida y poner enhiesto y en equilibrio un texto nada fácil. Pero, ¡ay! amigos, decir Juan Diego es mentar palabras mayores en el mundo de la escena. Comprometido consigo mismo, con su profesión y con la vida, este texto le viene como anillo al dedo para desarrollar su talento, que no es un don celeste, sino una amalgama de estudio y experiencia que hacen de él un actor con carácter y con formidable presencia escénica. Él solo llena el escenario. Un gesto de su cara te transporta de la rabia a la ternura sin solución de continuidad. Ese es el Juan Diego que hemos visto en el teatro de Rojas, un actor de raza: a veces tierno y a veces fiero e implacable con los que maltratan las palabras. Su alegre o dolorido sentir lo ha compartido a la perfección con el público.
Y entre el autor, el actor y el texto, también sobresale la mano del director Emilio Hernández que ha debido hilar muy fino con tan pocos, pero tan buenos, mimbres, para lograr una puesta en escena que entreteje la exposición y el argumento, que ofrece grandes cambios de tono y de ritmo y que consigue motivar las emociones para que el espectador pase de la risa a saltársele las lágrimas ante las diversas situaciones a las que se ve abocado.
El público toledano irrumpió en aplausos en varias ocasiones para subrayar el acuerdo con lo que el actor expresaba en el escenario. Al final las salvas se acrecentaron hasta el punto de que actor, autor y director debieron saludar repetidamente. Aplausos a los que me sumo desde esta pequeña atalaya.

Día de Difuntos de 2012


En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no tengo muy presente en qué artículo escribí que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban. Acaso no lo he escrito nunca y hoy me supongo lo he escrito. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 2012, declaro que si tal dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna de lo que pasa en este hogar patrio. ¿Digo patrio? Hoy todo es máscara. He visto tanto, tanto, tanto... Y lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo. Lo que en verdad me oscurece el pensamiento es que tanta gente viva como muertos insensibles a los mordiscos y mentiras que cada viernes, como si fuera un infierno o una manada de leones, lanza el gobierno. ¿He dicho gobierno? ¡En qué estaría pensando! Ayer, día de los Santos me encomendé a todos ellos y en ese entretenimiento andaba lleno de esperanza cuando vino a cubrir mi frente una nube de melancolías. Fíate de la Virgen y no corras, se me pasó por la cabeza. Y vino a mi recuerdo la farsa y licencia de quienes se llevan el capital, miles de millones, de la patria a lomos de su egoísmo, mientras aquí nos recortan las alas y la sopa, que ya es boba para muchos, como bien apunta el indicador superlativo que avisa cómo crece la pobreza. Es cierto que no tengo gran memoria pero la nostálgica añoranza de un no sé qué me la aviva. Quiero dar una idea de esta melancolía: un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, pero que se pierde por un quítame allá ese puesto en un país que ya lo es de cesantes, un patán con ínfulas que no piensa pero cree que el suyo es el único pensamiento,  una pareja de enamorados que se comen el mundo, se casan, y a los dos días si te vi no me acuerdo, un ahorrador al que un desalmado burócrata avaro de una oficina bancaria le ha vendido un puñado de letras pequeñas y le ha dejado sin ahorros, sin ilusiones y con angustia en el corazón y hambre en el estómago, una viuda que tiene asignada pensión sobre ese fondo que nunca se iba a tocar y que parece que toca fondo, a la que no le alcanza para el copago de las medicinas, la subida de la luz, la tasa de basuras y dar de comer al hijo que viene a casa de nuevo porque su familia se ha roto y el subsidio del paro ya se ha terminado, uno que corre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un periodista sometido a las leyes de la autocensura cuando no de escribir aquello que el amo quiere oír porque no hay otra, la libertad, sí la libertad, que no es posible a poco que rasquemos en la vida, el estudiante que no estudia porque no es posible que le sustenten y le sostengan las tasas unos padres que ya solo conduran y estiran los pequeños ahorros de una vida de sudor y lágrimas, un ministro soberbio mofándose de España y de su soberanía representada en el Congreso, un presidente de Cortes autonómicas que afirma que su mandamás o su madama hace milagros ¡rediós!,  los bullicios y alegrías de esa modernidad que llaman halloween, en fin, la visión del mundo de una sociedad muy chata, callada y atragantada de mentiras que digiere y devuelve a manera de egagrópilas, todo es causa quizá de esta melancolía estructural y universal que me invade, me acosa, me oprime y me abruma en este día de difuntos. Sentado escribo en este sillón en el que me revuelvo, como quien se revuelve en un sepulcro, que es sepulcro de todas mis meditaciones, y tan pronto me doy palmadas en la frente por ver si despierto de esta realidad, como sepulto las manos en mis faltriqueras, a guisa de buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis dedos otros tantos Gobiernos, o alzo la vista al cielo como si en calidad de bienpensante no me quedase más esperanza que en él, ora acaso de vez en vez, entre frase y frase, la bajo avergonzado como quien ve un apestado más de los que huelen a fragancia cara comprada con el sudor del ya casi lumpen. ¡Día de difuntos!, me digo, y a punto estoy de gritarlo por la ventana entreabierta, pero reprime la voluntad el vecino de enfrente que ha salido a fumar al fresco de la terraza. A lo lejos se oye la voz funeral de la campana. En ella oigo el estertor simbólico de la cultura y pienso que solo ellas, broncíneas, morirán colgadas. Ni la justicia divina ni la humana pueden hoy con los dioses ni con los hombres oscuros que se empeñan en rebanarnos y cercenarnos la vida. Sin embargo la melancolía no me retiene, me lanza a la calle. Quizá el estado me pierde y no fue hoy sino ayer. Las gentes serpenteaban en la calle en largas procesiones con crisantemos y otras flores de infinitos colores, iban ¡oh Dios: ¡al cementerio, al cementerio! Yo veía rostros, eran los rostros de los desahuciados, los de los lunes al sol, los dependientes, cuya dignidad vital nos había costado tantas energías y sacrificios, los maestros en trance de volver a aquel pasado inmundo, los alumnos del pueblo llano fríos y escasos de atenciones, y la cultura arrinconada, olvidada, perdida. Todas esas caras iban con flores de plástico ¡al cementerio! Un techo que se queda el banco que te dio el crédito sin que nada acreditases es importante, y lo es la educación y la cultura, que ayudan a formar personas críticas con valores. Esas gentes iban con sus flores tristes ¡al cementerio! Era como un movimiento de protesta multitudinario y silente, con dignidad y claridad de ideas, camino del cementerio, sin que sus voces las oiga o las escuche el gobierno, y el eco se pierda entre el plástico multicolor de las flores que adornarán tumbas. La melancolía se vuelve rabia cuando pienso que el gobierno, los gobiernos, quieren aliviar la deuda del este país con los lápices y los cuadernos de los colegios, mientras salvan a los bancos y condenan a los hipotecados. Procesión de gentes al cementerio. Y veo otras gentes poderosas, a las que hemos votado para que nos representen y nos defiendan, y no enarbolen la bandera del pueblo, no, andan con sus cosas, sus discursos de madera y la misma expresión, que es toda una cosmovisión de lo que son y lo que pretenden: ¡Virgencita que me quede como estoy! ¿Y si el cementerio está en cada casa, en cada uno de nosotros? ¿Y si cada corazón es la urna cineraria de una esperanza o de un deseo? ¿Y si el cementerio es no saber ir todos a una? Hay que mirarse en el espejo y resucitarse a la vida si uno se ve muerto en vez de visitar los cementerios. No estoy contra los afectos que no mueren cuando mueren los seres que amamos. Pero estoy más con la vida envuelta en celofán de la desesperanza que veo en cada joven con maleta y cara triste, en cada padre que no tiene para la educación con futuro de su hijo o en quien se acobarda, porque no hay otra, cuando no le dispensan el medicamento,  es caro y la seguridad social ya no los tiene en su catálogo. Día de difuntos de 2012. El mundo todo es lápidas. Aquí yace la dignidad mancillada y aquí la legitimidad. Una figura colosal de mármol negro llora encima. ¿Y este mausoleo a la izquierda? Aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos. R.I.P. Los Ministerios: Aquí yace media España; murió de la otra media. Aquí yace el silencio de las gentes y su escaso compromiso para salir de este pozo en que nos hunden. Aquí yace la inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez, pero su espíritu habita entre nosotros. Al fin en una esquina encuentro un túmulo gigantesco y un letrero que reza: Información. ¡Dios mío! ¿Qué esto? ¡La cárcel! Aquí vive muerta la libertad del pensamiento. En España, en el país ya educado para instituciones libres desde aquel 1812 y el más cercano 1978, ahora el llanto informativo busca ovejas/hombres, como queriendo escribir un grafiti que diga: aquí el pensamiento reposa, en su vida hizo otra cosa. Es el sepulcro de la verdad. Por todos lados sepulcros de mentiras. Allí el catafalco de la bolsa, con su epitafio: Aquí reside/yace el crédito español. Y aquí el sepulcro de Europa al que unos caballeros de negra librea tratan de clavar el suyo que no leo, no me alcanza ya la vista. ¡Ah! Y las Cortes. El Salón de Cortes. Fue casa del Espíritu Santo; pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego. Me rasqué un poco la cabeza acordándome de mi patria manchega y pensé, no sé si en voz baja, “Aquí yace el Estatuto. Vivió y murió en un minuto”. Desmelancolizado volví a mi casa. Miré por la ventana los árboles, aún con hojas, que el viento de la tarde del día de difuntos movía con tranquila suavidad.
Antonio Illán-Noticiasdigital.es