domingo, 25 de noviembre de 2012

Valderrama en el corazón


El público que acudió al teatro de Rojas de Toledo para ver y escuchar a Juan Valderrama ya estaba entregado desde que recogió en la taquilla su entrada. El artista lo supo ver desde el principio y empezó a calentar el ambiente con sus propias canciones, las que le singularizan como autor y cantante actual. Luego versionó el conocido tango «Volver» y el bolero «Envidia», que están en nuestro imaginario sonoro, con sentimiento aflamencado y lo que conocemos como «fusión», pero, sobre todo con sentimiento, para terminar atacando la conocidísima «Solo pienso en ti» de Víctor Manuel. Hasta aquí el Valderrama de hoy, el auténtico Juan Valderrama con entidad propia y sitio en los escenarios, que no desmerece de los creadores que hacen carrera en la canción, en la copla y los linderos del flamenco, pues no hay que buscar en él flamenco puritano y gitanista. Este fue el Juan Valderrama que amplía los campos de acción y que no se queda en lo aprendido con sus padres, cantando por derecho, sino haciendo un arte más fácil, más de estribillo.
Hay mucho público que, cuando canta Juan Valderrama, quiere ver y oír a su padre. No es posible, pero ahí están los genes y el aprendizaje. Y el hijo conoce bien el paño y no hay palo que se le escape. El público pide algo suyo, como la canción de Sabina, y muy especialmente los grandes éxitos del gran Juanito Valderrama, su padre. Entonces al hijo no le queda más remedio que «valderramear» y canta lo que su padre cantaba. Lo hace bien, muy bien, porque no cae en el error de la imitación, sino que aplica su estilo, su voz sensual, su manera de interpretar «acancionando» los estilos, aunque las letras sean las mismas que tarareaban los presentes en el teatro y los padres de los presentes. La «farruca» con la que inició esta parte fue, para mí, lo más excepcional de la noche, pues con ella nos demostró que sabe cantar flamenco y que sabe dar el paso a su manera de ser y de entender el cante, haciendo bien lo primero y lo segundo. Con el público no ya en el bolsillo, sino en el corazón, comenzó a desgranar una serie de canciones: «Su primera comunión», «Madre mía», «Pena mora», «Cuatro puntales» y otras más, hasta llegar a aquella tan conocida, y tan bien versionada ahora, incluso en fusión rock, «El emigrante».
Juan Valderrama, conociendo la historia que tiene detrás, sabe ser él sin renegar de su tradición familiar, sino asumiéndola en lo que tiene de bueno. Pone saber, humildad y alma en cada canción y tiene, además, la empatía suficiente para entablar un diálogo con el público que le ve y le aplaude como si fuera un hijo suyo.
El espectáculo se equilibra con el acompañamiento de músicos excepcionales y virtuosos en sus instrumentos: Alfonso Aroca al piano, Rubén D. Levaniegos con la guitarra flamenca y Manuel Luque en la percusión.
Las sonrisas del público según abandonaba las butacas, tras el largo aplauso que dedicó a los artistas, es el mejor certificado para decir que Juan Valderrama y su cante gustaron y dejaron muy buen sabor de boca en Toledo.

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