sábado, 31 de octubre de 2015

El desafío escénico del teatro fecal

 Título: Las presidentas. Autor: Werner Schwab. Compañía: La Cantera. Dirección: Juan Dolores Caballero. Intérpretes: Ana Marzoa, Paca Gabaldón y Alicia Sánchez. Diseño de escenografía: Juan Dolores Caballero. Diseño de vestuario: Eva del Palacio  y Fernando Aguado. Iluminación: Mario Salas. Producción: Ángel Luis Colado

 Para hacer una crítica seria y justa de esta obra, "Las presidentas", y no tratar de engañar a los espectadores que asistan sin ser avisados del contenido que van a ver en esta función que, con mucho atrevimiento y buen trabajo, propone La Cantera Producciones Teatrales, hay que saber que fue la primera de Werner Schwab (1958-1994), autor austriaco, de infancia difícil, bebedor empedernido, del que se dice que escribía sus obras a altas horas de la noche mientras escuchaba música a todo volumen, y que fue encontrado muerto por intoxicación alcohólica el 1 de enero de 1994. También hay que saber que su obra se inscribe en lo que los alemanes llaman no ya “teatro escatológico”, sino directamente “teatro fecal”.
"Las presidentas", obra que hemos podido ver en el Teatro de Rojas, se estrenó en Viena en 1990, le valió a Schwab ser reconocido en 1992 con el premio al mejor autor teatral, otorgado por la Unión de críticos europeos.
Este preámbulo solo quiere justificar lo que escribiré a continuación y el evitar la opinión apresurada de aquellos espectadores que, ante el regodeo morboso del texto en situaciones sórdidas, asquerosas y repugnantes han podido llegar a pensar que este teatro es una mierda y abandonan la sala.
Yo, sorprendido también con un texto que no conocía, pero no alejado del concepto de este tipo de teatro que sí me es cercano, escribo desde el sosiego para decir que “Las presidentas”, en las que han realizado un trabajo encomiable Paca Gabaldón y Ana Marzoa y simplemente excepcional, Alicia Sánchez, es una especie de “esperpento austriaco”, descarnado, incisivo, corrosivo y desagradable que realiza una furibunda crítica social, desde las claves del humor negro, a la sociedad del bienestar y a los pilares de la sociedad biempensante: la familia, la religión y el Estado. Es lo que podemos llamar con toda las letras verdadero teatro antiburgués.
El propio Werner Schwab debió de pensar, tras su propia peripecia vital, que la “vida era una mierda”, pero que esa mierda estaba sustentada en causas perfectamente reconocibles, y no se reprime ni en el léxico ni en las ideas para poner sobre la escena ese mundo podrido, en el que la gente se engaña con la impostura, con la mentira, con el disimulo y con la ficción de la ilusión.  Yo afirmo que “Las presidentas”, aunque nos apeste en las narices y nos den arcadas ante lo que oímos o vemos representar, es un texto con fuerza, con contenido, en el que los elementos hiperrealistas se dan la mano con los puramente surrealistas, y todo se propone con desmesura y sumerge al público en una atmósfera inquietante, cargada de ironía, donde confluyen el drama y el humor. Es una obra del género grotesco que se enmarca en la corriente del expresionismo alemán y la renueva y que no es ajena a la muy natural y austriaca comedia negra. En cierto modo, este teatro revisionista y extremo ha sido calificado a veces como postmoderno.
En síntesis, esta obra que mantiene las unidades de tiempo y de lugar, pero en la que las acciones parecen no existir, salvo que `por acción entendamos más los monólogos que las conversaciones que mantienen tres mujeres de pocos posibles, ya maduras y con pensiones mínimas, que conviven en un edificio popular y viejo, pobre en suma, que se enfrentan no solo a las penurias de su existencia, sino a su soledad y a las ficciones con las que se engañan unas a otras y a sí mismas. No dialogan para compartir problemas y solidarizarse, sino para hacer más patente el estado morboso en el que viven. Esa falta de interacción y diálogo (es muy llamativo como se suelen expresar en tercera persona) hace que la obra nos parezca un concierto a tres voces, donde cada personaje mantiene su protagonismo amurallado. Por su carácter inverosímil y a la vez grotesco, se lleva la palma el personaje absolutamente fecal de Mariedl, interpretado por Alicia Sánchez.
Werner Schwab juega una partida de ajedrez con tres peones  y contrapone los planos del sueño y la verdad, la realidad y el deseo y nos muestra con estos tres peones/mujeres la metáfora de quien vive la impostura tras la capa de la fabulación y el espejismo; quizá  y sin quizá, es la metáfora de Austria, la patria del autor. Cuando ese pacto de ficción en el que viven es violado por uno de los personajes, la fecal Mariedl, que se atreve a realizar un discurso sobre la verdadera realidad,  las otras dos se abalanzan sobre ella y le cortan el cuello, con lo que, ya puestos a describir de manera escatológica, diré que la sangre de la muerta rima con la mierda interior de las asesinas.
Buen trabajo de dirección de Juan Dolores Caballero para equilibrar a tres actrices de larga trayectoria y sobrada profesionalidad, aunque, en mi opinión, debieran enunciar la frase con más nitidez, especialmente Ana Marzoa, a la que muchos finales de enunciados no se le terminaban de entender. La escenografía realista es coherente con el contenido de la obra. La iluminación delimita perfectamente los espacios escénicos. La interpretación hay que calificarla de excelente en los personajes encarnados por Ana Marzoa y Paca Gabaldón y “de premio” la de Alicia Sánchez.
          Y, como coda, tengo que afirmar que, si no nos paramos a buscar lo que hay detrás de las palabras y de las situaciones que el autor plantea en “La presidentas”, nos quedaremos con una panorámica completa sobre la defecación en todos sus pormenores, algo que viene a ocupar más o menos un tercio de la representación y que es lo que, sin duda, muchos espectadores no han podido soportar y han abandonado la sala con la poca educación en muchos de ellos de salir taconeando sobre la madera del suelo. Pero no hay que rasgarse las vestiduras, esto también es el teatro.

sábado, 24 de octubre de 2015

El mercader de Venecia de Shakespeare/Vasco, ¡genial!

 Con Eduardo  Vasco en el Teatro de Rojas

Título: El mercader de Venecia. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Cristina Adua, Lorena López y Jorge Bedoya. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Selección y adecuación musical: Eduardo Vasco, sobre piezas de J. Brahms y F. Schubert. Producción: Miguel Ángel Alcántara.

Arturo Querejeta como Shylock


El mercader de Venecia de William Shakespeare, en versión de Yolanda Pallín, con la dirección de Eduardo Vasco, que ha puesto sobre las tablas del teatro de Rojas la compañía Noviembre, es sencillamente genial.
Si de Shakespeare podemos afirmar que, más que pertenecer a una época, es de todos los tiempos, con la propuesta de Eduardo Vasco esta afirmación se hace enteramente real. La esencia de la obra, la acción, se mantiene como el creador la imaginó; el texto lo ha aligerado Yolanda Pallín y lo ha actualizado incluso con algunas referencias graciosas más propias de nuestro mundo que de la Inglaterra del XVI, para facilitar la comprensión; el tiempo en el que se desarrolla la acción lo imagina Vasco en una evanescente época romántica, de la que hacen gala los figurines de Lorenzo Caprile, más los masculinos que los femeninos; y la escenografía es del género imaginativo, funcional y minimalista propio de esta época en la que vivimos.
El mercader de Venecia es uno de los dramas “acomediados” (hay momentos dramáticos y otros más amables incluso graciosos) más célebres de Shakespeare, con una acción de una trama compleja que se puede simplificar en los siguientes aspectos: Bassanio, noble veneciano, ama a Porcia, dama bella y rica. Para ser su pretendiente necesita tres mil ducados, que, como no los tiene, se los pide prestados a su amigo el mercader Antonio, pero este no dispone de liquidez, que espera conseguir en breve cuando lleguen los diversos barcos que en los que tiene su inversión. Para salvar la dificultad y ayudar al amigo, Antonio pide un préstamo al judío Shylock, a quien en ocasiones ha tratado con desprecio. Cierra el contrato con una cláusula singular: Shylock obtendrá una libra de carne de Antonio si este no le devuelve el dinero en el tiempo fijado. Entretanto, los pretendientes de Porcia van pasando por una extraña prueba en la que tienen que elegir entre tres cofres. Uno tras otro eligen el cofre equivocado al señalar siempre los más valiosos, excepto Bassanio que acierta con la fórmula y logra su propósito. La hija de Shylock se fuga con un amigo de Bassanio y el judío enloquece. Los barcos de Antonio, uno tras otro, naufragan, con lo que el mercader pierde su fortuna y no puede devolver al judío el dinero en la fecha convenida. Finalmente se celebra un juicio en el que únicamente la inteligencia de Porcia, disfrazada de abogado, logra desenmarañar la madeja legal en que se encuentra atrapado Antonio y que, con una sagaz interpretación de las leyes y de la letra del contrato las tornas se vuelvan contra Shylock.
En realidad, Shakespeare propone el enfrentamiento de emociones, valores y sentimientos universales positivos y negativos: amor y odio, desprecio y deseo de venganza, ambición, engaño, el imperio de la ley y su interpretación, la avaricia, la usura, las cláusulas abusivas de los contratos, el perdón, la búsqueda de libertad de las mujeres frente a la opresión de la familia, la rigidez de las creencias, la amistad, y la clemencia.
Pero todos estos conceptos que ayudan a la reflexión, quedan perfectamente hilados en la dramaturgia que se propone y que gira esencialmente alrededor de la figura de ese gran personaje teatral que es Shylock, el usurero judío que fija en el contrato de préstamo la cláusula para cobrárselo con una libra de carne del mercader veneciano Antonio. Alrededor de este asunto se desarrollan otras acciones, también importantes, de las relaciones amorosas de tres parejas y las situaciones familiares singulares de dos de ellas por su relación desigual, bien sea por diferencias económicas, religiosas o sociales. Pero será el valor de la clemencia el que se destaque y el que resuelva las diferentes situaciones con finales que no llevan al desastre. Como bien se dice en uno de los pasajes más citados de la obra: “La naturaleza de la clemencia consiste en no ser forzada; ella desciende dulcemente como la suave lluvia del cielo sobre la tierra que tiene debajo; es dos veces bendita; bendice al que la concede y al que la recibe… la clemencia atempera la justicia”.
El mercader de Venecia es una gran obra clásica, ajustada por un creador moderno en plena madurez teatral, Eduardo Vasco, a la escena que hoy se requiere. Su trabajo es perfecto en la concepción general y en los detalles, en la dirección de los actores y en el logro de un equilibrio en la representación, en la que todo parece sencillo y natural, aunque es perceptible que cada gesto, cada movimiento, cada cambio en los escasos elementos escenográficos, cada diálogo que se acelera o se entrecorta, cada música que suena, cada matiz de la iluminación…todo está perfectamente estudiado y calibrado.
Todo sería nada sin la labor profesional de Noviembre, una compañía que nos ha deleitado con una interpretación sublime. Toni Agustí ha dibujado un Bassanio romántico y apasionado; Francisco Rojas ha vestido con pulcritud los estados de éxito, de fracaso, de amistad y de aceptación de la ley de Antonio; Rafael Ortiz ha sabido medir con exactitud la simpatía de Lanzarote; Héctor Carballo (Lorenzo), Fernando Sendino (Graciano), Cristina Adua (Yéssica), Lorena López (Nerissa) y Jorge Bedoya (pianista y Salerio) han estado excelentes y han sabido combinar los momentos pintorescos con los más serios con maestría; Isabel Rodes ha encarnado una Porcia espléndida, con la fuerza y la seguridad de quien, además de las acciones que le pide la escena, está dando vida a la dignidad de la mujer en un mundo de hombres; y el gran Arturo Querejeta una vez más parece que hace fácil lo difícil y ha representado un Shylock con la maestría de no hacer del personaje ni un avaro, ni un racista, ni un depravado, sino un ser humano con las muchas caras a que le obligan las cambiantes circunstancias.
El mercader de Venecia de la compañía Noviembre es puro teatro, un placer para la cultura y una delicia para los espectadores que, con espectáculos como este, refuerzan su autoestima como consumidores apasionados de un arte eterno.

sábado, 10 de octubre de 2015

Un Don Gil muy divertido, con faldas y a lo loco

Título: Don Gil de las calzas verdes. Autor: Tirso de Molina. Compañía: Ensamble Bufo. Dirección: Hugo Nieto. Dramaturgia: Alberto Gálvez. Intérpretes: Jorge Muñoz, Natalia Erice, Sara Moraleda, Samuel Viyuela, Rafa Maza/Didier Otaorla y María Besant. Vestuario: Paola de Diego. Iluminación: Felipe Ramos. Música: Miguel Magdalena. Producción: Teatro de Acción Candente.

El Teatro de Rojas de Toledo nos ha ofrecido el estreno nacional de la obra de Tirso de Molina Don Gil de las calzas verdes, en versión actualizada de Alberto Gálvez. ¡Una gozada! La compañía Ensamble Bufo ha puesto en escena un texto fresco que ha respetado la esencia de lo clásico y lo ha complementado con el desenfado de la modernidad. Los enredos de Tirso de Molina se han tejido y destejido con referencias a personas y situaciones de nuestro mundo, con un toque de humor provocante a risa muy de agradecer.
Si ya en el teatro de Tirso de Molina lucen las mujeres atrevidas y complejas, con conciencia y personalidad propias, bien perfiladas y con un sentido del honor que las acerca más al mundo de hoy que al propio en el que fueron creadas, en esta propuesta escénica el desenfado, el movimiento, el protagonismo y la dignidad de la mujer adquieren un realce especial, que solo lo equilibra en ocasiones el gracioso y asombrado criado Caramanchel.
La comedia es un alarde de enredos que se entrecruzan con la utilización de herramientas tan teatrales como el travestismo (la mujer vestida de hombre, en este caso), las identidades falsas, los engaños o la pérdida y hallazgo de cartas u objetos. La dramaturgia de Alberto Gálvez mejora el propio texto de Tirso, pues de vez en cuando realiza aclaraciones al espectador, al que ayuda a mantener presentes todos los hilos de la madeja. Aligerar a un clásico sin echarlo a perder y favorecer la teatralidad y la comprensión de la obra es un arte que no todos tienen y del que sí se hace gala en esta dramaturgia.
Este Don Gil de las calzas verdes, sin obviar la reflexión sobre ese mundo avaro de hombres (encarnado en personajes masculinos) que basan su vida en el puro interés frente a otras emociones más humanas, es un divertimento entretenido, en el que, por supuesto, las mujeres engañan a los hombres y no solo a los hombres, sino también a otras mujeres. Tirso de Molina subvierte el orden de los valores de su época; y en esta propuesta se mantiene la subversión y la ironía y la finura crítica del autor, pero se da un mayor sesgo humorístico, que no trivializa la obra, sino que la actualiza y la hace accesible al público heterogéneo de nuestro tiempo.
Ensamble Bufo ha realizado sobre las tablas del Rojas un trabajo extraordinario de representación en el conjunto y en los matices, en los movimientos y en la ocupación de la escena, en la expresión corporal y en los más pequeños gestos, y en una dicción del verso muy clara, que respetaba en equilibrio el ritmo sintáctico (algo poco habitual y muy de agradecer) y la rima. Fluidez y agilidad sí, pero sin dar cuartos a la estridencia. Cada signo estaba perfectamente articulado y coordinado en el sistema. La labor de Hugo Nieto y sus ayudantes en la dirección de actores hay que significarla especialmente.
Un espacio escénico funcional, con ausencia de toda referencia realista pero perfectamente estudiado, para que el vacío adquiriera significación real, y magníficamente iluminado, ha servido para que la acción fluya sin entorpecer la trama. El vestuario ha respondido a un diseño innovador muy interesante. La música de Miguel Magdalenainterpretada en escena también ha contribuido al conjunto del espectáculo tanto por su poder evocador como por la capacidad de aligerar y a la vez compartimentar la representación.
La función, tras lo dicho, adquiere su verdadera dimensión con la interpretación milimétrica de unas actrices y unos actores que no han dejado ni un ápice a la improvisación y no por ello han perdido naturalidad y coherencia. Lo serio y lo gracioso, la verdad y el engaño, la sugerencia y el mensaje directo han estado perfectamente diseñados, perfilados y puestos sobre la escena con una profesionalidad que dice mucho del trabajo minucioso que se ha debido hacer antes del estreno. El espectador sabe que todo es teatral pero lo encuentra perfectamente verosímil. Jorge Muñoz ha encarnado un Caramanchel pleno de matices con mucha gracia y sin dejarse arrastrar hacia la farsa; Samuel Viyuela ha modelado un don Pedro y un don Juan creíbles, más recio el don Pedro y más endeble el don Juan; el actor que hacía el papel de don Martín ha cumplido con creces; las actrices, espléndidas las tres; María Besant ha dibujado una doña Inés con una alegría contagiosa; Natalia Erice, en los papeles de Quintana y doña Clara, ha sabido moverse entre la energía y la emoción; y la talaverana Sara Moraleda ha dominado las tablas con empaque de cerámica, es decir, pura artesanía interpretativa.
Enhorabuena a la productora Teatro de Acción Candente por recrear este Don Gil de las calzas verdes, que, a buen seguro, tras este estreno en Toledo, va a triunfar en todos los escenarios en los que tengan ocasión de subirse.

miércoles, 7 de octubre de 2015

España en deconstrucción


La deconstrucción de España está en proceso. Aquí no se construye nada serio. Se multiplican los trozos del espejo roto que refleja la multirrealidad. Deconstruir es desmontar un concepto o una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así sus contradicciones y ambigüedades. Lo poco positivo de este caso de España en deconstrucción es que no es para analizar y resolver las contradicciones, sino para que cada uno de los deconstructores arrimen el ascua a su sardina en el ansiado camino de alcanzar el poder, la influencia y el capital. España se deconstruye en los discursos y en los hechos. Los españoles y quienes reniegan de esta imagen de marca tampoco es que tengan cuerpo de análisis y cabeza para la reflexión. Aquí la masa es más del “Cuéntame” y del “Sálvame de luxe” y, si sale una vicepresidenta del gobierno o un candidato a la Generalitat bailando en una tele, se olvida de todas las tragedias y de todos los refugiados del mundo. España es así, o mejor, está así, pues me parece que hoy domina la circunstancia sobre la esencia. Ya sé que no está bien visto ir de intelectual y que dicha palabra hay personas que te la arrojan encima como si te tirasen una pedrada. Pero no estaría de más que resucitásemos al filósofo postestructuralista Jacques Derrida y su método deconstructivo para ver si logramos entender cómo se ha construido el concepto de España surgido en la Transición, a partir de un análisis sin complejos del proceso histórico y la acumulación de metáforas, para mostrarnos que lo que nos parecía claro y evidente dista de serlo. Con buena voluntad y con altura de miras, a partir de ahí podríamos construir la España del presente. Claro que en este mediático suelo patrio de políticos ágrafos, cocineros y cocinillas, donde el rey anda desnudo, si hablas de deconstrucción, la inmensa mayoría, ilustrados incluidos, pensarán en la tortilla de patatas servida en vaso por Ferran Adrià Acosta. Mientras tanto el proceso deconstructivo sigue, paso a paso, baile a baile, bostezo a bostezo, plasma a plasma, federalismo simétrico o asimétrico (¡qué es eso! ¡deconstrúyemelo, Ferran, que no sé cómo comérmelo!)… Pero cómo les pongo yo a mis compatriotas, estos que pasan de España o a los que la encumbran en la emoción irracional, o a los que hacen trizas al Estado, a leer “Ser y tiempo” de Heidegger, que casi estaría más en lo nuestro con su término “Destruktion” (destrucción) que el mismo Derrida con el suyo (deconstrucción). Dejémoslo ser. Esto no tiene buena pinta. España casi se deconstruye sola, porque entre unos y otros la destruyen o la reducen a la nada. ¿Pesimista? Quizá sí, pero es que la realidad de lo que veo, donde se considera más pertinente un baile que una ideología o una idea, no me abre el horizonte a la esperanza. Siento la deconstrucción o la interpreto o agarro el rábano por las hojas, ¡qué se le va a hacer! como  algo que revisa y disuelve el canon en una negación absoluta de significado y que no propone un modelo orgánico alternativo. ¡Jajajaja! Me ha dado un aire. ¡Ferrán! Deconstrúyeme España, ¡lo tuyo es arte!
“Dignidad”: un descenso a lo profundo, y nada ético, de la política



Título: Dignidad. Autor: Ignasi Vidal. Dirección: Juan José Afonso. Intérpretes: Ignasi Vidal y Pablo Puyol. Escenografía e iluminación: Sergio Gracia. Vestuario: Félix Ramiro.

En el Teatro de Rojas se ha representado “Dignidad”, un texto de Ignasi Vidal que podríamos etiquetar como de “realismo político crudo”. Se trata de una conversación entre dos integrantes de la ejecutiva de un partido político ficticio (cualquiera vale, para los efectos), en la que se van sacando los trapos sucios de la organización y todo lo que hay que hacer para alcanzar, permanecer y beneficiarse del poder a costa de lo que sea. El mensaje teatral pone sobre el escenario, en boca de los actores, todo eso que los políticos esconden tras la “ilusión” que venden en los discursos y los tópicos demagógicos que desgranan para lograr la aceptación y el voto de la gente. Luego lo que hacen es algo bien distinto y nada tiene que ver con los ideales de “buenismo” universal y regeneración de la humanidad que predican. Vamos, que la inspiración del autor la podemos comprobar cada día en cualquier medio de comunicación. La “dignidad” del título viene a ser una impostura más, un deseo, la parte de un eslogan, pero algo que no existe, según la pieza teatral, en el mundo de la política que se describe. La verdad que se quiere significar es la gran diferencia que hay entre lo que percibe el ciudadano, tras los mensajes filtrados y la información sesgada de los partidos políticos, y la desconocida realidad de lo que ocurre o puede ocurrir en los despachos.
El autor, Ignasi Vidal, y los dos actores que representan la obra, Pablo Puyol y el propio Ignasi Vidal, juegan esta partida con un buen ritmo interpretativo, sin altibajos, y salen de la crudeza de la “indignidad” con algunas escenas de humor caricaturesco, que el público agradece con su risa. Los hilos invisibles del ovillo de un partido político quedan al descubierto al destejerse la madeja, según la conversación avanza, y quedar al aire las vísceras, las miserias, las inmoralidades y las corrupciones que llevan a cabo miembros individualmente y, a veces, en connivencia con otros. Sin embargo nunca se habla de bases, sino de quienes están al sonruedo del poder y han dedicado toda su existencia a vivir/cobrar de la política.
La obra, además de lo descarnado de la situación, propone una conclusión aterradora, el suicidio del corrupto, para, así, salvar la situación de la organización. Sin embargo, el final es aún más aterrador, pues, para que la corrupción no aflore, lo que se apunta es el asesinato del que iba a denunciar. Esa conclusión maquiavélica del todo vale y el fin justifica los medios no puede ser, evidentemente, la moraleja. La falta de ética nunca es una enseñanza. Por eso, sin duda, el final es una huida hacia adelante del autor, una ficción ¿desmesurada? y nada tiene que ver con ese “realismo crudo” con el que ante he calificado la pieza.
La obra da más de sí que esta descripción teatral de la política. La conversación entre dos tipos bien distintos (uno de ellos perfectamente reconocible por la iconografía y el lenguaje con los que se manifiesta) ahonda en la reflexión sobre conceptos como la honradez, la fidelidad a las ideas, la lealtad al partido y a los compañeros, las ambiciones, los miedos, las ilusiones, lo evanescente de las ideologías y lo que el poder cambia a las personas. Tras las miserias humanas, el autor parece querer hacer también una reflexión sobre la amistad y cómo la amistad se traiciona cuando el poder ciega la mente y alimenta la transgresión de los valores.
“Dignidad” es una obra digna para verla sin pasión, con ciertas dosis de realismo crítico y con la idea de que lo que se cuenta/representa no es la realidad tal cual, sino un trasunto de ella. Lo que sí se saca claro es que los corruptos son recalcitrantes y renuncian a ideas, ideologías y amistades con tal de satisfacer su avaricia. Considero que esta obra, como otras muchas que realizan reflexiones sociales, son necesarias para que el público no solo se entretenga, sino que reflexione sobre la realidad en la que vive y el engaño permanente al que se le somete. Ignasi Vidal nos deja muchas preguntas en el aire: los políticos ¿son héroes o villanos?, ¿lo dan todo (como suelen decir) y se sacrifican o lo que hacen es por afán de poder, influencia social y lucro personal?, ¿se encierran en su microcosmos y pierden el sentido de la realidad?
Juan José Afonso ha ido planteando la obra como los asaltos de un combate de boxeo que termina en tablas. La conversación no decae y el protagonismo va pasando de un actor a otro sin solución de continuidad. El equilibrio es uno de sus logros. Ignasi Vidal y Pablo Puyol han recreado a sus personajes con mucha coherencia y con la naturalidad y verosimilitud que requería la idiosincrasia de cada uno. La escenografía es sencilla, pero muy apropiada para no distraer la dialéctica. El prólogo y el epílogo en vídeo resultan esenciales para la comprensión de la obra. La iluminación muy acertada para matizar lo blanco de la camisa de uno y el gris del otro. Y el vestuario, del toledano Félix Ramiro, muy adecuado y en los moldes y en la línea a los que nos tiene acostumbrados el diseñador.
“Dignidad” fue merecedora del aplauso de los escasos asistentes, provocado, sin duda por los cambios de programación sobrevenidos ajenos al propio teatro, que estuvieron en el Teatro de Rojas. Recomiendo a quienes esto lean que, si tiene ocasión de verla en otro escenario, no se la pierdan.