miércoles, 7 de octubre de 2015

“Dignidad”: un descenso a lo profundo, y nada ético, de la política



Título: Dignidad. Autor: Ignasi Vidal. Dirección: Juan José Afonso. Intérpretes: Ignasi Vidal y Pablo Puyol. Escenografía e iluminación: Sergio Gracia. Vestuario: Félix Ramiro.

En el Teatro de Rojas se ha representado “Dignidad”, un texto de Ignasi Vidal que podríamos etiquetar como de “realismo político crudo”. Se trata de una conversación entre dos integrantes de la ejecutiva de un partido político ficticio (cualquiera vale, para los efectos), en la que se van sacando los trapos sucios de la organización y todo lo que hay que hacer para alcanzar, permanecer y beneficiarse del poder a costa de lo que sea. El mensaje teatral pone sobre el escenario, en boca de los actores, todo eso que los políticos esconden tras la “ilusión” que venden en los discursos y los tópicos demagógicos que desgranan para lograr la aceptación y el voto de la gente. Luego lo que hacen es algo bien distinto y nada tiene que ver con los ideales de “buenismo” universal y regeneración de la humanidad que predican. Vamos, que la inspiración del autor la podemos comprobar cada día en cualquier medio de comunicación. La “dignidad” del título viene a ser una impostura más, un deseo, la parte de un eslogan, pero algo que no existe, según la pieza teatral, en el mundo de la política que se describe. La verdad que se quiere significar es la gran diferencia que hay entre lo que percibe el ciudadano, tras los mensajes filtrados y la información sesgada de los partidos políticos, y la desconocida realidad de lo que ocurre o puede ocurrir en los despachos.
El autor, Ignasi Vidal, y los dos actores que representan la obra, Pablo Puyol y el propio Ignasi Vidal, juegan esta partida con un buen ritmo interpretativo, sin altibajos, y salen de la crudeza de la “indignidad” con algunas escenas de humor caricaturesco, que el público agradece con su risa. Los hilos invisibles del ovillo de un partido político quedan al descubierto al destejerse la madeja, según la conversación avanza, y quedar al aire las vísceras, las miserias, las inmoralidades y las corrupciones que llevan a cabo miembros individualmente y, a veces, en connivencia con otros. Sin embargo nunca se habla de bases, sino de quienes están al sonruedo del poder y han dedicado toda su existencia a vivir/cobrar de la política.
La obra, además de lo descarnado de la situación, propone una conclusión aterradora, el suicidio del corrupto, para, así, salvar la situación de la organización. Sin embargo, el final es aún más aterrador, pues, para que la corrupción no aflore, lo que se apunta es el asesinato del que iba a denunciar. Esa conclusión maquiavélica del todo vale y el fin justifica los medios no puede ser, evidentemente, la moraleja. La falta de ética nunca es una enseñanza. Por eso, sin duda, el final es una huida hacia adelante del autor, una ficción ¿desmesurada? y nada tiene que ver con ese “realismo crudo” con el que ante he calificado la pieza.
La obra da más de sí que esta descripción teatral de la política. La conversación entre dos tipos bien distintos (uno de ellos perfectamente reconocible por la iconografía y el lenguaje con los que se manifiesta) ahonda en la reflexión sobre conceptos como la honradez, la fidelidad a las ideas, la lealtad al partido y a los compañeros, las ambiciones, los miedos, las ilusiones, lo evanescente de las ideologías y lo que el poder cambia a las personas. Tras las miserias humanas, el autor parece querer hacer también una reflexión sobre la amistad y cómo la amistad se traiciona cuando el poder ciega la mente y alimenta la transgresión de los valores.
“Dignidad” es una obra digna para verla sin pasión, con ciertas dosis de realismo crítico y con la idea de que lo que se cuenta/representa no es la realidad tal cual, sino un trasunto de ella. Lo que sí se saca claro es que los corruptos son recalcitrantes y renuncian a ideas, ideologías y amistades con tal de satisfacer su avaricia. Considero que esta obra, como otras muchas que realizan reflexiones sociales, son necesarias para que el público no solo se entretenga, sino que reflexione sobre la realidad en la que vive y el engaño permanente al que se le somete. Ignasi Vidal nos deja muchas preguntas en el aire: los políticos ¿son héroes o villanos?, ¿lo dan todo (como suelen decir) y se sacrifican o lo que hacen es por afán de poder, influencia social y lucro personal?, ¿se encierran en su microcosmos y pierden el sentido de la realidad?
Juan José Afonso ha ido planteando la obra como los asaltos de un combate de boxeo que termina en tablas. La conversación no decae y el protagonismo va pasando de un actor a otro sin solución de continuidad. El equilibrio es uno de sus logros. Ignasi Vidal y Pablo Puyol han recreado a sus personajes con mucha coherencia y con la naturalidad y verosimilitud que requería la idiosincrasia de cada uno. La escenografía es sencilla, pero muy apropiada para no distraer la dialéctica. El prólogo y el epílogo en vídeo resultan esenciales para la comprensión de la obra. La iluminación muy acertada para matizar lo blanco de la camisa de uno y el gris del otro. Y el vestuario, del toledano Félix Ramiro, muy adecuado y en los moldes y en la línea a los que nos tiene acostumbrados el diseñador.
“Dignidad” fue merecedora del aplauso de los escasos asistentes, provocado, sin duda por los cambios de programación sobrevenidos ajenos al propio teatro, que estuvieron en el Teatro de Rojas. Recomiendo a quienes esto lean que, si tiene ocasión de verla en otro escenario, no se la pierdan.

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