jueves, 28 de septiembre de 2006

PASIÓN POR APRENDER


NUNCA VIENE MAL una reflexión sobre el aprendizaje, el de los jóvenes y el de los adultos. Aprender es una estrategia de supervivencia que entraña riesgos, promesas y recompensas. Requiere la capacidad para tolerar la frustración, la confusión, actuar sin saber qué sucederá, vivir en la incertidumbre. Aprender significa tener la capacidad de comprometerse inteligentemente con la incertidumbre y persistir ante la dificultad cuando la meta importa. Pero siendo importante la meta, no lo es menos el camino, como afirmaba el poeta Kavafis. Querer aprender es comprometerse con la complejidad. Este compromiso incluye tanto la vida de estudiante como la vida profesional de las personas adultas, incluso nuestro propio tiempo personal. Incluye también rechazar aquello que no promueva nuestro crecimiento educativo o profesional, y buscar oportunidades para crecer como personas.
Aprender no es algo que hagamos solo a veces, en lugares especiales y en ciertos períodos de nuestra vida. Forma parte de nuestra naturaleza. Se puede decir que hemos nacido aprendices y que, realmente, esta es, sin discusión, nuestra característica humana más distintiva. Es cierto que nos pasamos la vida tratando de dominar disciplinas y que, cuanto más aprendemos, más comprendemos nuestra ignorancia y sentimos que “no llegamos” a la meta del saber, que hay que seguir recorriendo.
Estar comprometidos con una vida activa de aprendizaje es motivador (eso se les debe enseñar a los estudiantes). El aprendizaje continuo es un ingrediente crucial del éxito en la vida y debe ser acción y pasión, lo que no puede ser nunca es pasividad.
El verdadero aprendizaje llega a la esencia de lo que significa ser humano. Mediante el aprendizaje nos re-creamos y nos volvemos capaces de realizar lo que nunca antes pudimos hacer. Mediante el aprendizaje incrementamos nuestra capacidad de crear, para formar parte del proceso generativo de la vida.
Como argumento final de esta reflexión afirmo que tendremos una vida efectiva si determinamos primero lo que deseamos aprender, buscamos las mejores situaciones para hacerlo y nos comprometemos a hacerlo a lo largo de nuestra vida.
Sé que esto no es sencillo y que es más cómodo ver “salsa rosa” que indagar en las páginas de un libro. Pero si queremos nuestro progreso como personas y el de la sociedad, debemos elegir el camino de aventura del saber y desechar el de la vida muelle, el de la inacción y el de la falta de compromiso.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

TOLEDO POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS


Quid quid latine dictum sit, altum videtur. En el castellano que todos hablamos –y que no era suficiente para trabajar en el servicio gallego de extinción de incendios– este latinajo significa, así en traducción libre, que “cualquier cosa dicha en latín suena inteligente”. Con esto, entre tanta soflama y al borde de la piscina, quiero reivindicar que los que tanto hablan –o callan- de las Vegas bajas y alta, de los visigodos y sus caballos, de los romanos y sus circos y de otras menudencias, hablen o callen en latín, ¡a ver si así es posible que saquemos algo en claro! Claro que, como le dijo Vespasiano a Tito; “pecunia non olet”, es decir, el dinero no huele. Pero la cultura y la historia sí deben oler a algo, pues unos las quieren atraer como perfume y otros las quieren enterrar por fetidez. Lo que no quisiera es pregonar ahora y aquí lo que pregonaba Cicerón en la antigua Roma, que “Nihil tam munitum quod non expugnari pecunia possit”, o sea, que no hay castillo no se conquiste con dinero. Esto de peripatear en latín debe ser un golpe de calor o la consecuencia de haber terminado de leer una novela negra para distraer mi atención de las noticias habituales; la narración la recomiendo por lo bien escrita que está, se titula “Las manos del pianista” y su autor es Eugenio Fuentes.
Tomada la decisión sobre las Vegas toledanas, lo que no quisiéramos los toledanos es que las decisiones se prolongaran, como decían los romanos, “ad calendas graecas”, o, si lo prefieren, con un latín más cercano a nuestro conocimiento: “in saecula saeculorum”. Obras son amores y no buenas razones. Y Toledo requiere obras culturales, en las Vegas, y de las otras, donde sea menester, a ver si hay posibilidad de ofrecer vivienda “a precio justo” para mantener nuestro “modus vivendi”, pues, al paso que vamos, habrá que firmar hipotecas que tengan que cumplirse allí donde vayamos después de que nos llame la de la guadaña.
“Errare humanum est”, pero no se debe mantener el error a sabiendas, así que, “de facto” y “de iure”, vamos a ver si a este verano calentito le siguen un otoño y un invierno llenos de ideas y vemos esos parques arqueológicos y culturales que singularicen Toledo ante el mundo. Amén.

LIBERTAD DE SER


La libertad no es sólo una condición externa de la persona, sino también un estado interno. Esta forma de ver la libertad tiene más que ver con una decisión, que con una situación. Ella nos ayuda a entender que la esclavitud nace en muchas de las decisiones que tomamos, en los valores a partir de los cuales decidimos y en las prioridades que consideramos y elegimos. Partiendo de esta manera de concebir la libertad, reflexionemos sobre algunas de las "prisiones" que nos esclavizan a diario...
El tiempo: cuando nos sentimos "prisioneros del tiempo", ¿no será que decidimos colocar las urgencias por encima de las cosas que son importantes para nosotros?
La sociedad: cuando nos sentimos "prisioneros de la mayoría", ¿no estaremos poniendo la voz de la sociedad sobre nuestra propia voz?
Las relaciones: cuando nos sentimos "prisioneros de una relación", ¿no habremos decidido colocar las necesidades del otro por encima de las nuestras?
La moda: cuando nos sentimos incómodos con nuestra imagen, ¿no ocurrirá que damos más peso a las apariencias que a nuestro bienestar interior?
El sistema: si nos creemos "prisioneros del sistema", ¿no estaremos anulando la capacidad de cambiar las cosas?
Nuestras verdaderas "prisiones" no son ni el tiempo, ni las relaciones, ni el sistema... sino nuestros miedos, nuestros modelos mentales y nuestros hábitos. En pocas palabras, aquello que nos impide sentirnos libres no son las restricciones externas, sino los obstáculos internos. Por lo tanto, el límite a nuestra libertad es un límite de crecimiento interno. Sólo cuando crecemos interiormente y vencemos las prisiones mentales y emocionales que construimos podemos sentirnos libres.
Si no crecemos interiormente, podemos ser “libres de” (es decir, tendremos libertad externa), pero nunca seremos “libres para” (no tendremos libertad interna para decidir aquello que es mejor para nosotros). De hecho, hoy tenemos más libertad económica e intelectual que nuestros antepasados y, sin embargo, seguimos sin sentirnos "totalmente plenos". Gozamos de una mayor libertad de expresión que décadas atrás, pero seguimos teniendo enormes problemas de comunicación. Somos dueños de nuestro tiempo, pero siempre sentimos que nos hace falta “más”... Estas brechas nos demuestran que, para ser totalmente libres, necesitamos cultivar y valorar el crecimiento personal. Para vivir una libertad plena, es preciso superar todas las formas de esclavitud propias que nos impiden cambiar y mejorar.