jueves, 3 de mayo de 2007

TOLEDO SIGLO XXI


Toledo es una ciudad antigua que no debe renunciar a ser moderna. Conservar vivo el pasado no es estar encadenado a él. Una ciudad conscientes de sus valores, de su historia, de su posición en el mundo y de su progreso debe apostar por la innovación y apertura; debe vivir un compromiso con lo local y con lo global y mantener el equilibrio entre un escenario antiguo y uno moderno, con la conservación y con el desarrollo.

Las personas que viven Toledo, ya sean quienes la habitan o quienes la visitan, deben tener garantizado el “derecho a la ciudad”: un marco de bienestar saludable, el disfrute de un paisaje urbano de calidad, capaz de generar experiencias enriquecedoras y no la situación estrecha y oscura donde sólo habita el olvido o la nostalgia del pasado.

Es preciso la revisión de los espacios públicos para dotarlos de un paisaje escultórico-cultural que ponga de manifiesto valores ciudadanos, como han hecho otras ciudades: León, Oviedo, Palencia, Cáceres, Granada, Santander, Y no digamos Valencia, Madrid o Barcelona. (Por ejemplo, si en Zocodover hubiera una escultura de una persona leyendo un libro, estaríamos haciendo un homenaje a la lectura y creando la posibilidad de que muchas gentes que nos visitan se hicieran la foto con una persona con un libro abierto, lo mismo que se hacen la foto con el Cervantes orgulloso del Arco de la Sangre).
Una ciudad educa desde la cultura que se ve a diario y la que se ofrece en sus museos y sus instituciones. ¿Donde está la modernidad en Toledo? Valdepeñas, que es una excelente localidad manchega, tiene más propuestas de arte moderno públicas y permanentes que esta ciudad con dos mil años de historia, pero que parece omitir la creatividad de los siglos XX y XXI.
Toledo necesita el milagro democrático y laico de un liderazgo cultural y ciudadano que abandone los bandazos bondadosos de las ocurrencias. Necesita sistema y sostenibilidad cultural con planes que impliquen activamente a las personas durante largo tiempo.
Hay que valorar a El Greco y su arte, a Garcilaso y su literatura, pero también todas aquellas manifestaciones culturales estructurales y circunstanciales que hacen una ciudad –y a sus ciudadanos- hija de su tiempo, producto de su desarrollo y comprometida con su futuro.

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