domingo, 16 de septiembre de 2012

NININIS

Existen individuos que no casan con la extendida definición de los “ninis”, jóvenes que ni estudian ni trabajan. Hay más grados en este estado, en esta jerarquía de la impotencia. Además de los conocidos, también están los que ni estudian ni trabajan ni dejan estudiar a los que quieren estudiar. Son los ninis disruptivos inmersos en el sistema educativo, los que interfieren el proceso de enseñanza, porque debe de ser muy aburrido estar seis horas en un aula sin tener nada que hacer y sin querer hacer nada. Son buena gente, pero están en el lugar inadecuado o el sistema no crea para ellos las condiciones precisas para motivarles y que realicen algo de provecho para su vida y para la sociedad. Interrumpir, la verdad, interrumpen. Cansan y hasta sacan de quicio. Estos no son producto de la crisis propiamente dicha, aunque los recortes del momento agravan el asunto, ¡que no es nuevo!, pues no hay profesorado para atender estas situaciones complejas en la enseñanza pública. Digo pública y solo pública, porque la privada no ha consentido nunca este tipo de alumnado y ya se las ha apañado siempre para que huya con la vista gorda del poder establecido, fuera el que fuera. Idear un sistema educativo como cajón de sastre para matricular personas y no dotarle de los medios y los mecanismos precisos para que funcione con los inquilinos que ni estudian ni trabajan ni dejan trabajar a su “circundancia” me parece que es hacer un flaco servicio al progreso y a la calidad de la enseñanza. Y el problema es que estos individuos carentes de la voluntad de estudiar, que son buenos en sí e inteligentes, están en esta “indisposición” en las aulas ya en edades tempranas, desde la primera adolescencia. No son ni deben ser marginados ni marginales. El sistema debe buscar y emplear los mecanismos convenientes para que desarrollen sus competencias. Sin embargo, se mira la educación hoy con los ojos cerrados y así no vamos a ningún lado. “Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos”, afirmaba el filósofo Ortega y Gasset. Gran verdad, pero de filósofo, no de político. Aquí ni se mira lejos, ni se piensa en grande, ni se analiza lo que hay, ni se evalúa si lo que hay sirve para algo. Y no es solo un concepto de enseñanza inclusiva o no inclusiva, es que hay que plantearse si lo que queremos es enseñanza, educación y progreso o retórica. Evidentemente la crisis de la generación de los ninis es dura por la falta de perspectivas vitales en un ambiente de supercomunciación tecnológica de posibilidades y ante la imposibilidad de acceder a un proyecto de vida individual. Pero el hecho de que, en esta generación de la duda, el sin horizontes crezca, no debiera ser causa para que el sistema educativo público se agrave con los nininis, que ni estudian, ni trabajan, ni dejan estudiar. No hay que rasgarse las vestiduras ante la realidad, hay que agarrarla por los cuernos y buscar soluciones. Lo primero es abrir ventanas al empleo como sea y donde sea. Lo segundo, dar una vuelta al sistema educativo. Claro que estos días hemos visto cómo en el pleno del Congreso se ha rechazado una  proposición no de ley reclamando un plan de empleo juvenil coordinado entre España y la Unión Europea. El gobierno ha alegado lo de siempre: que ese tipo de medidas supondría un incremento del gasto, que el país no está para dispendios y que a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga. Y contemplamos, así mismo, cómo el sistema educativo público restringe posibilidades de atención. Al final de este trayecto decadente es posible que hagamos un pan como unas hostias con el totum revolutum y se consiga lo que nunca debiera plantearse: una brecha social propiciada por la educación que se recibe o que no se recibe. No busquemos culpas. Todos somos responsables en alguna medida. No recortemos las soluciones.

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