domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Yo qué hago para mejorar el mundo?


Es evidente que el mundo no está bien hecho. No es verdad que no pase nada. El antiguo mito religioso cristiano ya nos avisa de que los dos primeros hermanos tuvieron más que palabras, o al menos uno de ellos pasó de de sus pensamientos a las manos y, con una quijada de burro, ¡el muy asno! mató al otro. Si esos fueron los principios, ¿cómo nos vamos a asustar hoy de que en París o en Ankara o en Beirut haya ocurrido lo que ha ocurrido en estos últimos días? Nos repatea pero aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses. Y los demás, los que no estamos en el foco de esa violencia, jugamos a la impostura, a la condolencia, a la pose, a la lágrima de cocodrilo, a rompernos la camisa haciendo aspavientos, a lo que sea para salir en la foto y en las redes. Pero ¿qué hacemos cada día cada uno de nosotros para que este mundo que no está bien hecho, porque los dioses se debieron descuidar un poco, sea algo mejor? Declaraciones de un día hacemos. Poco más. Mañana olvido. Hay mucho trabajo por delante tras tanta impostura. Habrá quienes ahora tengan deseos de matar todo lo que se mueva, a toda persona que piense distinto, incluso apuntando a la cabeza de los fanáticos. Yo no iría por ahí. Primero me preguntaría: ¿quién arma a los que han vaciado su cabeza de razones humanas? Acaso se encuentre entre nosotros quien se lleva el diez por ciento. Yo no reprimiría el pensamiento, ni prohibiría nada que impida la libertad, pero tendría más cuidado para que no se organicen estos pueblos y estas gentes que tienen gangrenada la mente. En los valores debemos creer todos los días, no solo el posterior al atentado en que nos “imposturamos” llenos de pésame y lágrimas para la foto. La libertad, la democracia y la tolerancia tenemos que defenderlas actuando, y quien más poder tienen más tienen que hacer para que estos valores comunes se respeten. Valores y palabras. Mas la palabra puede ser también engañosa, y servir para lo contario de lo que, idealmente, debe ser utilizada; por eso encontramos que muchas veces estamos utilizando una palabra pervertida, desvirtuada y convertida en instrumento de confusión y engaño. También se echa con frecuencia mano de los dioses. Vamos a dejar los dioses a un lado. Ellos, se llamen como se llamen, no se meten en estos barullos. Y si existen y algo hicieron bueno, entre ello está el darnos el libre albedrío, que es algo maravilloso en lo que algunos que mucho pían entre nosotros no creen. Y más allá de los valores y la incomunicación o la comunicación falaz, en el fondo de las sociedades trágicas y desiguales que en el mundo habitan está el fetichismo del poderoso dinero, que aumenta el valor de las cosas y disminuye el de los seres humanos, a los que cosifica. ¡Horror! ¿Quiénes son los dueños del dinero? Un siniestro refrán afirma que “Sobre dinero no hay amistad”. ¡Cómo vamos a predicar tanto los valores! Quizá en esta desigualdad creada por el dinero está la base de fanatismos ideológicos y de violencias. Por eso, me sigo preguntando ¿qué hago yo para mejorar el mundo? Y con poca esperanza me respondo: lo que otros acaso, croar como las ranas.

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