domingo, 13 de noviembre de 2016

El retablo de las maravillas

Título: El retablo de las maravillas. Autor: Miguel de Cervantes. Compañía: Morfeo. Dirección y dramaturgia: Francisco Negro. Intérpretes: Francisco Negro, Mayte Bona, Felipe Santiago, Adolfo Pastor, Santiago Nogués, Mamen Godoy y Joan Llaneras. Escenografía: Regue Fernández Mateos. Vestuario: Mayte Bona. Iluminación: José Antonio Tirado.

La compañía Morfeo rinde un excelente homenaje a Cervantes y da un valor actualizado a su obra con el montaje del espectáculo que lleva por título El retablo de las maravillas, que es mucho más que la representación del fantástico entremés sobre el que gira esta propuesta escénica. A la pieza central se unen, en una trama muy bien hilada por Francisco Negro, partes de otras obras como (cito de memoria sobre el recuerdo de lo visto) El juez de los divorcios, La elección de los alcaldes de Daganzo, Pedro de Urdemalas, el prólogo del Persiles o el propio Quijote, creando un collage que ofrece claves y diversos momentos de la literatura cervantina.
            Cervantes sentía mucho aprecio por su producción teatral, pues el teatro fue, sin duda, su vocación frustrada. Buen conocedor de la sociedad de su tiempo y fino analista de la misma, escribió textos que conjugan a la perfección el humanismo y la crítica social. De entre todos estos textos dramáticos, los entremeses, que conforman el corazón de la propuesta escénica de Morfeo, son lo mejor, y se puede decir que a Cervantes nadie le superó en este género, que le permitió dar rienda suelta a su naturalidad y sentido del humor.
            Morfeo ha sabido captar la esencia cervantina y ha hilado una dramaturgia interesante, entretenida, divertida, reflexiva, crítica y educativa con estos cuadros de género, llenos de vida, por donde pasan personajes que parecen salidos de la picaresca, a veces, sin que la fidelidad a lo popular sea obstáculo para que se ejerzan las dotes de penetración psicológica que les caracteriza. Cervantes así lo escribió y Morfeo así lo ha sabido llevar a las tablas.
            Huelga decir que El retablo de las maravillas es el más conocido de todos los entremeses. Este texto traslada al ambiente español del Siglo de Oro un viejo tema literario que ya usara Don Juan Manuel en El Conde Lucanor: Dos pícaros fingen representar un retablo que solo puede ver quien sea limpio de sangre (cristiano viejo) y  no sea hijo ilegítimo. El resultado es que todos pretenden ver los títeres inexistentes.
            Morfeo no se queda en el juego efectista, en el humor fácil para provocar la risa, sino que se compromete, reflexiona, critica, enseña y deleita a la vez. Han captado perfectamente la ironía de Cervantes, su risa amarga, que permite reírnos de nosotros mismos y de cosas que, en principio, no parecen tener ninguna gracia, y la llevan a la acción, a la representación y consiguen una teatralidad que el mismísimo autor aplaudiría.
            En este collage teatral que ha compuesto Morfeo se pone de manifiesto la vigencia de la obra cervantina, puesto que se defiende la justicia y la honestidad y se censuran vicios de entonces y de ahora, como la hipocresía, la envidia, la mentira, la vanidad, la prevaricación o la ineptitud de los cargos públicos y su carácter interesado y la corrupción que generan y constituye su modus vivendi.
            En estos tiempos en los que estamos acostumbrados a los espacios teatrales casi vacíos, donde se representan con muy escasos elementos, Morfeo tiene la genialidad de proponer una escenografía basada en Picasso y esencialmente en imágenes relacionadas con el famoso Guernica. Y no solo la escenografía, sino también los figurines de Chanfalla y Chirinos (los dos pícaros del Retablo) son tal cual dos arlequines picassianos coloristas en un conjunto general de grises, blancos y negros. La convivencia del universo del pintor cubista con los textos manieristas de Cervantes es perfecta, compone una estética contemporánea y crea una emoción cultural que supera las barreras del tiempo y del espacio, a la vez que produce un ambiente bello, cálido, emocionante y divertido.
            En un teatro de texto clásico, como es este, importa que se diga bien, que se maticen los detalles y que lo que se dice esté en correlación con lo que se hace, pues todo comunica, aunque quizá fuera preciso algo más de frescura y movimiento, algo más atrevido que casara mejor con la excelente idea escenográfica.
            Es destacable la actuación del conjunto de actores y actrices, que componen un grupo equilibrado, si bien los arlequines, Francisco Negro y Mayte Bona, tienen una presencia más apreciable y vistosa. Así mismo, sobresale Joan Llaneras encarnando las figuras de Cervantes y don Quijote, pues su presencia supone una sorpresa en la obra y pone un contrapunto severo y sentencioso en la representación, a la vez que ilustra al público con la correcta y bella declamación del autorretrato de Cervantes, el discurso de la Edad de Oro del Quijote o la conocida exaltación de la libertad.
            Es evidente que el espectador disfruta con la enorme comicidad de la obra que han tejido con los textos cervantinos (y con algunas morcillas que definen realidades muy reconocibles de nuestro tiempo) y especialmente con el carácter caricaturesco e histriónico de los personajes que desfilan en las diferentes historias que se representan, y, agradecido, aplaude con entusiasmo el buen trabajo realizado.

            Celebrar el centenario de la muerte de Cervantes es esencialmente, fuera de otros folclores –que de Cervantes solo tienen el nombre-, hacer presentes sus obras, leerlas o representarlas. Morfeo así lo ha entendido, y su digno y bien pensado espectáculo bien puede recorrer La Mancha, España y el mundo honrando como se debe a uno de las autores más universales de la Literatura.

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