lunes, 2 de noviembre de 2020

De los fanatismos hay que reírse.

Título: Señor Ruiseñor. Dramaturgia: Ramon Fontserè con la colaboración de Dolors Tuneu y Alberto Castrillo–Ferrer. Compañía: Joglars. Dirección: Ramón Fontserè. Intérpretes: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Juan Pablo Mazorra y Rubén Romero. Espacio escénico: Anna Tusell. Proyecciones: Manuel Viecente. Diseño espacio sonoro: David Angulo. Vestuario: Pilar Sáenz Recoder. Iluminación: Bernat Jansà. Producción: Joglars. Escenario: Palacio de Congresos El Greco.

La tradicional escuela de Joglars más los consabidos «tics» a los que nos tiene acostumbrados su director de esta nueva época, el carismático Ramon Fonserè, han facturado un espectáculo, que, sin ser del género del esperpento, se le aproxima. Mucha ironía, mucha caricatura, mucha realidad retratada en sus márgenes más ridículos y criticables, un ambiente casi poético (el del multicultural artista Santiago Rusiñol), y una escenografía que nos recuerda a la mítica que realizara Víctor García para Las criadas (1969) han completado un divertimento que lleva a la reflexión y la risa. En el fondo subyace esa idea de lo identitario, que, desde el cráneo hasta el ano, lleva a las sociedades a ser inverosímiles. Por supuesto, la Cataluña independentista y, sobre todo, antiespañola, están en el punto de mira de la farsa.

No es de extrañar que el sentido crítico y creativo de Joglars se haya fijado para este montaje en la figura de Santiago Rusiñol (1861-1931), un hijo de la burguesía catalana que simboliza una personalidad intensa y compleja, con una visión melancólica, amarga y desencantada de la vida, y que a su vez es una persona dotada de un gran talento que discurre por el muy diverso mundo de la cultura y hace de él un artista en el más amplio sentido de la palabra: pinta, escribe novela, teatro, poesía y crítica. Es asimismo un referente de la modernidad y de la introducción del Modernismo en las artes y la literatura. Y es también uno de los intelectuales más importantes de la Renaixença literaria y cultural de Cataluña. Y por si todo lo anterior fuera poco, por su cosmopolitismo nada terruñero, está considerado como un ejemplo de lo que los españoles consideran la Cataluña cívica, culta y abierta al mundo. De él afirmó Josep Pla que fue «un destructor de fanáticos que representó una sociedad de ciudadanos holgados y juiciosos a orillas del Mediterráneo».

Esa idea en la que no caben los fanatismos ni el borrar el relato verídico del pasado para construir otro nuevo, el identitarismo excluyente, acorde con intereses en muchos casos espurios es el eje sobre que se mueve Joglars para componer la obra Señor Ruiseñor, cuyo objetivo más positivo, a partir de la figura de Rusiñol, es la reivindicación del arte como patria universal contra las patrias identitarias. Y diría que aún más, pues evidente es la defensa de los valores de la libertad, la crítica al poder corrosivo y al dogmatismo.

Señor Ruiseñor es una obra coral en la que es clave el movimiento de los seis actores en el escenario, donde trabajan esencialmente las acciones con una extraordinaria expresión corporal, en la que demuestran su acendrada profesionalidad en el estudio del gesto y cada detalle del movimiento de su cuerpo. Junto a la expresividad corporal hay que destacar el magistral uso de la voz. Todo ello compone un espectáculo divertido, hilvanando una sucesión de gags, en los que la atención del espectador es necesaria para no perder detalle de los dobles sentidos, los juegos de palabras o los gestos que definen a personajes conocidos. Así consiguen escenas delirantes y muy logradas, como la presentación del objeto fetiche del museo, el cráneo, o la que actualiza el trasunto del rey desnudo, a propósito de esa catalanidad entendida en los horizontes de la irracionalidad. No menos graciosas, por rizar el rizo de lo identitario, son la de los pliegues del ano, la mofa de Pujol y el pujolismo o la que implica a representantes de la iglesia en esta compleja falacia. Más poéticas son las acciones que tienen que ver con la evocación de las obras de Rusiñol, como L’auca del senyor Esteve, con una coreografía armónica y textos rimados muy graciosos, que configuran la sátira burguesa de su contenido; y el cuadro La morfina, que, aunque tiene referencia autobiográfica del autor, que era morfinómano, en este espectáculo es un leiv motiv de efecto cómico.

La escenografía, sencilla y funcional, aúna el suelo libre (una plataforma inclinada) y las proyecciones en una gran pantalla panorámica frontal. Esta combinación de cine y teatro consigue efectos bellísimos que dan sentido a un espectáculo pictórico y estético. A este entramado visual hay que unir el sonoro, con una muy destacable selección musical con momentos especiales como el coro de la zarzuela Doña Francisquita y el zapateado.

Un acierto es la capacidad de desdoblarse, la elasticidad y el carácter camaleónico, propios de la vieja escuela de formación actoral de Joglars, bien dirigidos por Ramon Fontserè, que es además el actor protagonista de la función, con su forma de interpretar que le hace tener estilo propio. Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Juan Pablo Mazorra y Rubén Romero ponen de manifiesto su versatilidad en unos papeles que buscan el divertimento y lo consiguen. Muy buena interpretación de todos ellos; es tanta su experiencia que parece fácil todo lo que hacen y, sin embargo, están utilizando una gran variedad de recursos dramáticos que en modo alguno se improvisan. Son un verdadero reloj suizo: exactos y equilibrados.

Joglars sigue siendo por escuela, por conocimiento, por investigación y por su línea creativa uno de los grupos que mejor teatro hace en su género desde hace diez décadas. Señor Ruiseñor es un buen ejemplo y quizá en esta época de Fonserè frente a la anterior de Boadella se evite el exceso de histrionismo en las propuestas.

Al final resulta que el tiempo pasa rápidamente, que el público se ríe y se divierte con su mascarilla puesta. Y todos los que hemos asistido a la representación en un auditorio de butacas salteadas, por aquello de las medidas de seguridad de la pandemia, hemos aplaudido con fuerza por el espectáculo y por el esfuerzo de unos y otros por mantener la cultura activa. Esto debe seguir y debemos aprovechar todas y cada una de las pequeñas posibilidades que la ciudad nos ofrece, como es el teatro o la música o los museos, para darle sentido positivo a esta existencia de miedo, empobrecimiento y congoja en que nos tiene sumidos la cruda realidad de la que tanto trabajo nos cuesta evadirnos.

No hay comentarios: