lunes, 15 de mayo de 2006

TEORÍA DEL ELOGIO


Las personas, y las que tienen poder, en particular, no tenemos una buena disposición para el elogio. Y sin embargo el elogio sincero es una de las mayores fuerzas de cohesión de los grupos, entre los que incluyo la familia, pues ayuda a elevar la autoestima de los individuos. Los seres humanos necesitamos que nos alienten.
El elogio es el lustre que contribuye a mantener brillante el concepto que una persona tiene de sí misma. En la persona cuya autoestima se ha elevado, se obra una especie de milagro. De pronto, le caen mejor los demás y es más amable y solícita con quienes la rodean. Todos, y especialmente los que dirigen grupos, tenemos la facultad de obrar ese milagro.
Siempre que se halaga a alguien, hay que echar mano de la sinceridad, pues ésta presta fuerza al elogio, y éste contribuye a suavizar los roces de la convivencia. En ningún contexto es esto más cierto, y más escaso, que en el matrimonio. El cónyuge que está atento a decir oportunas palabras de aliento ha aprendido a cumplir con uno de los requisitos indispensables de la felicidad familiar.
Los niños, en especial, están ávidos de alabanzas, aceptación y aprecio. Esto vale tanto para la familia como para la escuela. Sirva de ejemplo el incidente que una madre le contó a una maestra: "Mi hijito se porta mal a menudo, de manera que debo regañarlo. Pero un día su conducta fue especialmente buena. Esa noche, después de que lo acomodé en su cama y empecé a bajar las escaleras, lo oí llorar. Fui a verlo y lo encontré con la cabeza hundida en la almohada. Entre sollozos, me preguntó: Mamá, ¿no he sido un buen niño hoy?
La pregunta me traspasó como un puñal. Nunca había vacilado en corregirlo cuando hacía algo mal; pero cuando se portó bien ni siquiera lo noté. Lo había mandado a dormir sin darle una palabra de reconocimiento."
En esta sociedad la mayoría somos como el niño de la anécdota, echamos en falta el elogio razonable, que es más importante que una paga extraordinaria.
Quien domine el arte del elogio comprobará que éste beneficia tanto al que lo brinda como al que lo recibe. Los antiguos, que eran sabios y sabían cómo relacionarse, decían que "las flores dejan parte de su fragancia en la mano que las ofrece".

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