Un libro, en su formato actual, puede ser un objeto bello o un instrumento útil para la lectura, lo cual no es mala función para un objeto. Un libro puede ser de diseño o de maquetación ordinaria. Un libro, en fin, puede ser algo más que un libro, si fusiona palabras con imágenes, sentimientos con impactos emocionales, sensaciones con razones. Eso es, al menos a mí me lo parece, el último libro de Antonio Illán, titulado «Poemas de Amor». Así, sin más. Como si fuera un texto al que le faltara un titulo, cuando el libro es un vértigo de imágenes, de literatura en estado puro. Es decir, cualquier otro titulo hubiera sido posible, aunque eso sería entrar en los secretos del autor, lo que no es la pretensión de este artículo. En él se han juntado fotografía y dibujo (Fernando Barredo, «Loc», Teresa Ayuso, Gabriel Cruz Marco, Javier Illán) a lo que se ha unido el diseño de orfebrería de la Editorial Cuarto Centenario. Estamos, pues, ante un continente bien elaborado que consigue la conjunción armónica entre formas estéticas y contenido poético.Antonio Illán es de los escasos autores de estos pagos autonómicos que mejor maneja el lenguaje. Que domina la sintaxis, pero también la fonética, la métrica y la prosodia. A esto añade su voracidad lectora - uno se empieza ya a cansar de gente que no lee y aspira a escribir bien, como si eso fuera posible sin acumular lecturas - y su capacidad para utilizar, reutilizar o reaplicar las formulas aprendidas en esas lecturas. Son múltiples las referencias literarias, unas explicitadas y otras no, que aparecen dispersas en sus versos. Como lo son los poetas que configuran su substrato académico: Octavio Paz, Dante, Petrarca, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Guillén, Ángel González y otros. No hay poema en el que no aparezca más de un guiño escenográfico, una cita meta-literaria o hasta alusiones humorísticas. A este respecto, Antonio Illán trasmite la impresión de que, en ocasiones, se cansa de ser riguroso; de su propia habilidad técnica, de su indudable austeridad e introduce en sus textos quiebros de intención anarquizante con tendencia al humor culto o a la provocación encubierta. Así se podría explicar, entre otros variados ejemplos, la dedicación del libro al caballo Incitatus. Pero al margen de esta concesión a la interpretación sicológica, lo cierto es que sus poemas requieren ser leídos, al menos, dos veces: la primera, para experimentar emociones arrebatadas; la segunda, para analizar las corrientes subterráneas subyacentes o las rupturas bruscas de un discurso plagado de múltiples derivaciones.Para quienes le conocen, decir que Antonio Illán sabe de literatura teórica, es una obviedad, pero además lo lleva a la práctica, cuando la experiencia enseña que una cosa es la teoría y otra la práctica. La dualidad en nuestro autor no presenta ninguna disociación: traslada sus conocimientos a la escritura como un imperativo ético. Lo que no sólo es válido para la prosa, sino también para la poesía. ¡Con lo difícil que es escribir poesía! Hay gente que cree que escribe en verso, sin embargo pocas que escriban poemas. Y es que un poema debe ser algo diferente a una sucesión de estrofas, rimadas o no. Debe ser una historia narrada con el ritmo adecuado y con un motivo que actúe como ensamblaje de las varias estructuras que integran el poema. Un poema es, salvando cuanto quieran salvar, una novela contada con los instrumentos y las técnicas de la métrica y los ritmos interiorizados del lenguaje.Dicen que la poesía cuenta mejor que la Historia el devenir de los seres humanos. Sus contradicciones, sus sentimientos enfrentados, sus ambiciones, los diferentes prismas de la dimensión humana. Y en el caso de los poemas de Antonio Illán es evidente. Estos poemas leídos uno a uno - sin atropellos, a sorbos breves pero intensos - nos descubren las facetas múltiples del individuo humano. Un verso suyo es una raya de sensibilidad, un poema una dosis de sensaciones asociadas. Y al mismo tiempo son el reflejo de la época en que están construidos, recogen las inquietudes del momento. Por supuesto, el presente en crisis. Pero no la actual, económica y política, que pudieran ser superables en un periodo razonable, sino la crisis real y profunda que, tras la modernidad, se aposentó en ser humano. De manera general se afirma que son malos tiempos para la lírica, pero habría que decir también que para la poesía, la historia, la filosofía, etc. Vivimos sumergidos en un universo de aporías y desconocimientos, «pensamientos como peces de aire seco» dice el poeta. Pero también de ausencia de valores, hasta de fijación de baremos para los sentimientos. Pues bien, entre tanta confusión, la poética de Antonio Illán viene a recuperar al hombre en su condición de amante de la belleza y la razón, según los postulados de la ortodoxia. Lo que consigue mediante el uso del lenguaje a través de la técnica y con la inspiración, transformada por el esfuerzo y la dedicación, en tecnología poética.
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