lunes, 5 de octubre de 2009

"EL VIAJE DEL ACTOR", UNA LECCIÓN DE TEATRO

En el teatro de Rojas de Toledo ha tenido lugar el estreno nacional de la dramaturgia de Francisco Plaza sobre textos de Chejov, El viaje del actor, por la compañía Puro Teatro y Producciones Teatrales Contemporáneas. Esta obra, además de ofrecer un texto impresionante y con contenidos que acercan el teatro y la vida a nuestra realidad social, es una auténtica lección tanto de interpretación como de dirección.

Trabajo, rigor e imaginación es la síntesis de la excelente dramaturgia, El viaje del actor, que nos propone Francisco Plaza sobre textos dramáticos y narrativos del naturalista Chejov y del propio Plaza. Teatro y metateatro se unen en una pieza plena de valores que sorprende al espectador no solo por su excelente mensaje, una verdadera, aguda y adecuada reflexión sobre la sociedad en la que vivimos, sino por sus permanentes cambios de registro, que terminan por ofrecer una dinámica lección actoral, especialmente la que pone en pie Roberto Quintana.
Los personajes, como la vida misma, contraponen lo “nuevo” y lo “viejo”, la ficción y la realidad y cada uno de ellos mantiene sus principios, sus anhelos, sus pasiones y su drama para construir un relato coherente sobe el escenario. “El viaje del actor” es teatro para ver y para reflexionar. Tan acostumbrados como estamos a que las nuevas dramaturgias desplacen la palabra, que siempre es la introductora del conflicto, a un lugar inoperante y marginal sometido a los signos plásticos, que esta propuesta de Plaza nos hace gozar con el verdadero veneno del teatro. La escenografía realza, la iluminación matiza el espacio, el gesto comunica emociones perceptibles y la palabra reina en el escenario por encima de todo.
Desde que se alza el telón sobrecoge la desnudez del escenario que subraya la pureza del teatro. Sobre telones caídos y atrezzo desmontado, viéndosele las entretelas a la caja italiana del Rojas, se inicia la primera escena que ya nos atrapa desde ese instante y jugará con nosotros, los espectadores, hasta la última. Del asombro surge el pensamiento.
El viaje del actor resulta una lección de teatro, una lección de dirección de actores y una lección de interpretación tanto en clave cómica como dramática.
La obra nos espeta verdades como puños: la valoración del éxito rápido más que el talento, el ascenso social de los mediocres y la marginalidad de las personas más lúcidas que se niegan a participar en las “novedades” de la adulación a la corrupción establecida y el éxito fácil. A la vez Francisco Plaza, que no Chejov, realiza un análisis certero de los males que aquejan al teatro actual, que solo busca agradar para ser rentable al empresario, sin importarle la profundidad de la cultura. Es atrevido en la ironía y expresivo en la crítica; es tan claro que no se oculta bajo la sombra de cinismo alguno. Vaya mi aplauso a Plaza por decir lo que siente sintiendo lo que dice y proponiendo este teatro necesario frente a tanta vacuidad generalizada.
La obra es una delicia para los amantes del arte teatral, en la que se ponen de manifiesto los temas universales como la exaltación de la juventud, la conciencia de la caducidad del tiempo y de los males que la vejez entraña, el propio valor simbólico de las obras de Chejov, la decrepitud, la soledad y la muerte de un modelo de actor y de persona que es sustituido por otro acorde con los nuevos tiempos, a pesar de gritar que “donde hay talento no hay vejez”. Además, la obra entraña una segunda lectura, un recorrido de referencias a piezas clave de la literatura dramática de todos los tiempos con significativos guiños a Shakespeare, Lope de Vega, Calderón de la Barca o Quevedo. En realidad más que guiños son matices simbólicos y un paseo literario por la dramaturgia universal.
Los actores son el complemento ideal para llevar a buen puerto un texto extraordinario. José Luis Martínez multiplica los matices cómicos armonizando sin histrionismos el gesto y la palabra con un manejo eficiente de los registros de voz; Juan Carlos Castillejo, tierno y entrañable como un Sancho con don Quijote, borda un papel nada fácil para enlazar lo cómico y lo dramático; Patricia Montero encuentra en esta obra el debut más prometedor; y Roberto Quintana, simplemente genial, que nos recuerda en sus maneras a Stanisvlaski, que fue quien vio la necesidad de crear un modo de representar basado en la naturalidad del actor para expresar de forma adecuada las tribulaciones y los sentimientos de los personajes de Chejov.
El viaje del actor es una de esas obras, producida en Castilla-La Mancha, de la que hay que sentirse orgulloso. Es una obra enormemente esperanzadora en el panorama del teatro actual. Es un texto y una propuesta escénica de calidad que recupera el teatro en esencia, en estado puro y que supone un titánico esfuerzo actoral, especialmente para el protagonista. En suma, es una lección de amor al teatro, que nadie que se sienta persona sensible y ciudadano con inquietudes debiera dejar de ver.

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