viernes, 26 de febrero de 2010

DE AMICITIA

El 25 de febrero se ha celebrado en la Universidad un homenaje a FELIPE Centelles. Mi contribución al acto son las palabras que siguen:Hoy recuerdo a un amigo en esta que fue su casa, que, a sabiendas, se fue yendo allí donde el silencio no sé si es eternidad o es costumbre, y dejó en nosotros su memoria. Esta pausa sin color que da al vacío nos parece un poco la sed del compañero, la cálida sonrisa del amigo. Por eso quiero remover la gran piedra de la vida sobre el agua y atraer su mirada transparente a este día gris de febrero. Quiero llegar con estas palabras a adjetivar al amigo y describirle y revivirle en la esencia de lo que fue, y sigue siendo, sobre todo y para siempre: un aliado de la vida, con el que se podía pensar en voz alta con la confianza y la sinceridad que dan sosiego, porque él te aceptaba como fueras, más allá de los valores, de los aciertos, de las ideas, de los errores o de los miedos. Otra palabra que le casa es respeto. Pues yo no quiero amigos que cambien cuando yo cambio y asientan cuando yo asiento. La amistad es una realidad sublime, el más sagrado sentimiento, que se nutre de la franqueza, la fidelidad y la constancia. Él, que era aristotélico y platónico a la vez, aseguraba, con palabras del primero, que los buenos legisladores debían cuidar más de la amistad que de la justicia. Así sea, o amén, le grito o le sonrío. El viejo Menandro llamaba dichoso al que había podido siquiera encontrar solamente la sombra de un amigo. Muchos hemos sido dichosos porque, no su sombra, sino el ser de carne y hueso encontramos en él, a quien un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, y un empujón brutal le han derribado. Dar y darse, generoso. Aceptar las diferencias con las virtudes y defectos. Escuchar, comprender, tolerar, perdonar, si llegaba el caso, y no menospreciar nunca. Compartir, quizá sea más exacto, era su modelo. Ir más allá, adonde haga falta, como el soldado de esta impura guerra que ahora os cuento en este cuento: "-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, Señor. Solicito permiso para ir a buscarlo - dijo un soldado a su teniente. -Permiso denegado -replicó el oficial- No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. Sin hacer caso de la prohibición de su superior, el soldado salió de la trinchera. Una hora más tarde regresó muy malherido, transportando el cuerpo de su amigo al hombro. El oficial estaba furioso: - Ya le dije yo que había muerto!!! Ahora he perdido a dos hombres!!! Dígame: ¿merecía la pena ir a buscarlo? Y el soldado, moribundo, respondió: - ¡Claro que sí, Señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ¡Te estaba esperando por que sabía que vendrías! Así era él, nuestro amigo, el que siempre vendría, el que era capaz de llegar cuando todos se han ido. Teruel también, para él, existe y Rubielos, y Cuba y México y, cómo no, Toledo. Sus ciudades fueron agua dulce para su garganta y luz de la amistad de la gente que espera. También son amigas las ciudades. Si me he dejado llevar por el viento de furia que nace del corazón, perdonadme los adjetivos. Si mis palabras parecieron excesivas, me quedaré contento. Con ellas solo pretendí acercarme a las hazañas normales de un pacífico que me hizo participar de su existencia. Por eso, aquí doy testimonio, porque en nosotros no habita el olvido, de mi amigo, nuestro amigo, Felipe Centelles, ¡con quien tanto queríamos! Pero permitidme un instante más para terminar este recuerdo emocionado. Estoy seguro, estamos seguros, de que estas palabras de Albert Camus le hubieran gustado, porque se sentiría, humildemente, reflejado en ellas. Decía Camus:  "No camines detrás de mí; no lidero. No camines delante mí; no puedo seguirte. Sólo camina a mi lado y sé mi amigo". Él era él, así es en mi memoria.

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