viernes, 15 de junio de 2007

¡AY! DE LOS MENTIROSOS


La maledicencia en política –y en otros aspectos de la vida- sólo se contrarresta con la verdad o, siendo malo, con una maledicencia superior. En época de cambios suelen crecer como setas quienes llevan a su vida pragmática la teoría de que es más fácil destruir que crear. La fauna de mentirosos y de vendeburras se postula por las esquinas de los incautos y los ingenuos. De estos que, para vender algo, necesitan echar mano del hablar mal de personas nunca presentes, lo único que se puede decir es que o tienen mal producto que vender, o no creen en él o sólo buscan su medro, importándoles un bledo el bien común de los ciudadanos. Quienes mandan, si tienen el día estresado y andan distraídos, a veces se tragan estos envoltorios de celofán muy bien adobados por los profesionales de la embaucación. Si embargo no hay que pensar mal del poder y de la mucha gente de criterio que lo ostenta, pues en los más de los casos tienen –o deben tener- el ojo abierto ante estos “ángeles” portadores de la “mala nueva” sobre terceros y no se dejan vender la manta. No obstante, como en el fútbol, no estaría de más que se sacase tarjeta amarilla o roja a quienes no vegetan a luz de ninguna ética ni personal ni social. Si viviéramos en el siglo XIX, estas cosas las combatiríamos con un buen libelo o con unas octavillas volanderas en las que airear nombres y pecados. Quizá algún día a mi amigo el de la ventana y a mi se nos hincha la cachimba y reinventamos el género. Nos íbamos a divertir, ¿te acuerdas, Jesús, del “libelo de las flores”? Si queremos de verdad una sociedad libre, tenemos que crear una sociedad veraz y creer en ella. Quizá por esto habría que exponer en la plaza pública las mentiras y a los mentirosos hasta que se sequen como cecinas. Hago extensivas las conclusiones de estos argumentos también a quienes han puesto el ventilador de la ponzoña a propósito de la asignatura que debiera ser más troncal de todas las que componen la ley de educación, la “Educación par la ciudadanía”, ¡vaya tropa! ¿¡Qué querrán, que nos volvamos trogloditas a los que infundir temor con los mitos de la creencia!?

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