lunes, 29 de octubre de 2007

UNA DE HEDONISMO


Siempre me gustó la filosofía antigua. Era muy libre. Epicuro me fascinó desde el principio. Las líneas que siguen son un "revuelto" de epicureísmo para goce de quien tenga un rato de vagar.

Epicuro nació en el año 341 A.C., en la verde isla de Samos, distante unas cuantas millas de la costa occidental de Asia Menor. Su afición a la filosofía fue temprana y desde los catorce años viajó para escuchar las lecciones del platónico Pánfilo y del filósofo atomista Nausífanes. Pero descubrió que no podía estar de acuerdo con buena parte de lo que estos enseñaban y, avanzada la veintena, decidió organizar sus pensamientos en su propia filosofía de vida.Se dice que escribió trescientos libros sobre casi todo, entre los que figuraban Sobre el amor, Sobre la música, Sobre las obras justas, Sobre las formas de vida y Sobre la naturaleza, aunque debido a una catastrófica sucesión de contratiempos, casi todos ellos se perdieron a lo largo de los siglos, con lo que su filosofía hubo de reconstruirse a partir de unos pocos fragmentos supervivientes, junto con el testimonio de los epicúreos posteriores.Lo que distinguía de inmediato su filosofía era el énfasis en la importancia del placer sensual. "El gozo es el principio y el fin de una vida dichosa", afirmaba Epicuro, confirmando lo que muchos habían pensado desde antaño (pero rara vez había sido aceptado por la filosofía). El filósofo confesaba su amor por los manjares exquisitos: "Principio y fin de todo bien es el placer del vientre. Pues todo lo cabal y todo lo desmedido tienen su referencia en éste". Practicada de manera adecuada, la filosofía estaba llamada a ser nada menos que una guía de los placeres:
"Quien asegura que todavía no le ha llegado -o que ya se le ha pasado- el momento de interesarse por la verdad, es igual que quien asegura que todavía no le ha llegado -o que ya se le ha pasado- el momento de la felicidad".
Pocos filósofos han reconocido jamás -con tanta franqueza- su interés por un estilo de vida placentero. A muchos les sorprendió cuando oyeron que Epicuro se había granjeado el respaldo de ciertas personas adineradas y que había invertido el dinero de éstas en la fundación de una institución filosófica cuyo objetivo era promover la felicidad. La escuela admitía tanto a hombres como a mujeres y les animaba a vivir y estudiar el placer en comunidad. La idea generalizada de lo que acontecía en el interior de la escuela, resultaba a la vez excitante y moralmente censurable. Eran frecuentes las filtraciones de "epicúreos renegados" que, para sabotear el proyecto, detallaban las actividades entre lección y lección. Timócrates, hermano de Metrodoro (el socio de Epicuro) propagó el rumor de que el filósofo tenía que vomitar dos veces al día por lo mucho que tragaba. Y Diótimo Estoico tomó la cruel iniciativa de publicar cincuenta cartas obscenas que, según decía, había escrito Epicuro cuando estaba borracho y en pleno frenesí sexual.A pesar de estos ataques, las enseñanzas de Epicuro siguieron ganando adhesiones. Se propagaron a lo largo y ancho del mundo mediterráneo. Se fundaron escuelas del placer en Siria, Judea, Egipto, Italia y Galia. Su filosofía siguió ejerciendo influencia durante los quinientos años siguientes y sólo habría de extinguirse de forma gradual (a causa de la hostilidad de los terribles bárbaros y de los cristianos) durante la decadencia del Imperio Romano en Occidente. Incluso entonces, el nombre de Epicuro se incorporó a muchas lenguas en forma de adjetivo, a modo de homenaje a sus intereses (epicúreo: sensual, voluptuoso, entregado a los placeres - Diccionario de la Lengua Castellana). Hoy, a más de 2300 años del nacimiento del filósofo, una revista trimestral londinense llamada "Epicurean Life (Vida epicúrea)", impresa en papel brillante cual manzana bien lustrosa, publica artículos sobre hoteles, yates y restaurantes de lujo. Quienes oyeron en aquella época los rumores de "placer desmedido" que ejercitaba el filósofo, debieron quedarse perplejos al descubrir los auténticos gustos de aquél y sus seguidores: no había ninguna grandiosa mansión y la comida era sencilla, Epicuro prefería el agua al vino y se contentaba con una comida a base de pan, verduras y olivas. "Mándame un queso envasado para que, cuando lo guste, pueda darme un lujo", pidió a un amigo. Tales eran los gustos de un hombre que había señalado al "placer" como objetivo vital. No pretendía engañar. Su devoción por el placer era harto mayor de lo que hubiesen acertado a imaginar quienes lo acusaban de celebrar orgías. Lo único que sucedía era que, luego de un examen racional, había llegado a conclusiones sorprendentes sobre las auténticas fuentes de la vida placentera y, por fortuna para quienes careciesen de cuantiosos ingresos, todo apuntaba a que los ingredientes esenciales del placer -por muy escurridizos que fueran- no eran en absoluto caros...

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