Hay momentos y situaciones de nuestra vida en las que no debiéramos tomar el camino más corto. Vivir la vida a través de atajos no es lo mejor ni lo más sano. Buscar el camino más corto para ahorrar tiempo es una manera más de perder el tiempo, al menos de perder el “buen” tiempo. El “ahorro de tiempo” es, a veces, un “derroche de vida”. Todos esos "atajos", que -en nombre de la productividad, la precisión, la optimización y la eficiencia- nos permiten hacer más, nos llevan a vivir menos. En nuestra obsesión por no perder tiempo, muchas veces terminamos perdiendo vida: cuando "acortamos camino", de alguna manera estamos "cortando vida". La vida es bella para quien se toma el tiempo de recorrerla y descubrir sus recodos, no para quien vive tomando atajos.
Y para ilustrar esto, os cuento un cuento: Desde la casa de mi pueblo parte un sendero que atraviesa un bosquecillo, luego bordea un riachuelo en el que el agua hace un murmullo especial en su correr y finalmente termina en la ribera arenosa del río. Por el camino hay higueras, que dan sus buenas brevas en julio y sus buenos higos en septiembre. Recorrer ese sendero es una de las experiencias más hermosas que puedo ofrecer a mis amigos cuando me visitan.
Hace poco, se ha inaugurado una obra pública, un puente que permite llegar a la playita del río en mucho menos tiempo que andando por el sendero. Puedo decir que se ahorra más de media hora. Desde que fue construido este puente, casi todas las personas que salen a realizar ejercicios y a pasear por el lugar utilizan este camino lisito y amplio y llegan pronto a la playa. Están contentas por ello. ¡¡¡Media hora menos de andar!!!, dicen!
El otro día decidí ir por el puente y no por el sendero como acostumbro y comprobé que el recorrido hasta el río ciertamente se acortaba: el puente es un "atajo" muy conveniente, que permite ahorrar tiempo. Sin embargo, ese ahorro para mi tuvo su coste.
La frescura del bosquecillo fue reemplazada por el calor abrasador del cemento; la variedad de colores de las flores y las aves fue sustituida por el tedio de las barandas de acero y el gris de la construcción; en lugar de sentir el aroma de los árboles, me encontré respirando el humo de los vehículos que atravesaban el puente. Vamos que, por tomar el camino más corto para llegar en el menor tiempo posible, perdí hermosas experiencias. La media hora que me ahorré no la llené de vida ciertamente.
Pues eso, que no conviene tomar tantos atajos. ¡Ah! y en el amor ninguno, pues importa el orgasmo, pero es tan hermoso el camino hasta llegar a él, que no pasa nada si no llega o si se retrasa, para así poder perdernos gozosamente, sin puentes, por el jardín de los senderos que se bifurcan.
Y para ilustrar esto, os cuento un cuento: Desde la casa de mi pueblo parte un sendero que atraviesa un bosquecillo, luego bordea un riachuelo en el que el agua hace un murmullo especial en su correr y finalmente termina en la ribera arenosa del río. Por el camino hay higueras, que dan sus buenas brevas en julio y sus buenos higos en septiembre. Recorrer ese sendero es una de las experiencias más hermosas que puedo ofrecer a mis amigos cuando me visitan.
Hace poco, se ha inaugurado una obra pública, un puente que permite llegar a la playita del río en mucho menos tiempo que andando por el sendero. Puedo decir que se ahorra más de media hora. Desde que fue construido este puente, casi todas las personas que salen a realizar ejercicios y a pasear por el lugar utilizan este camino lisito y amplio y llegan pronto a la playa. Están contentas por ello. ¡¡¡Media hora menos de andar!!!, dicen!
El otro día decidí ir por el puente y no por el sendero como acostumbro y comprobé que el recorrido hasta el río ciertamente se acortaba: el puente es un "atajo" muy conveniente, que permite ahorrar tiempo. Sin embargo, ese ahorro para mi tuvo su coste.
La frescura del bosquecillo fue reemplazada por el calor abrasador del cemento; la variedad de colores de las flores y las aves fue sustituida por el tedio de las barandas de acero y el gris de la construcción; en lugar de sentir el aroma de los árboles, me encontré respirando el humo de los vehículos que atravesaban el puente. Vamos que, por tomar el camino más corto para llegar en el menor tiempo posible, perdí hermosas experiencias. La media hora que me ahorré no la llené de vida ciertamente.
Pues eso, que no conviene tomar tantos atajos. ¡Ah! y en el amor ninguno, pues importa el orgasmo, pero es tan hermoso el camino hasta llegar a él, que no pasa nada si no llega o si se retrasa, para así poder perdernos gozosamente, sin puentes, por el jardín de los senderos que se bifurcan.
2 comentarios:
Muy buenas! La verdad es que el relato es una dulce alegoría de lo que muchas veces nos perdemos con el día a día, cuando los árboles no nos dejan ver el bosque.
Sin embargo, en esta ocasión, no puedo estar del todo de acuerdo. Creo que sí es cierto el hecho de que si no disfrutamos del camino, no merece la pena llegar al final (vamos, como en la peli cars - bendito John Lasseter!!!). Pero muchas veces el acortar ciertos caminos puede aportarnos mucho. Para mí, ésta es una de esas ocasiones en las que el gran maestro (Aristóteles) había dado en el clavo: "La perfección está en la armonía de los opuestos".
Más, prettyplease!
Puede que lleves razón. Disfrutar del paisaje, oir el canto de los pájaros, caminar sin prisas y encima la dulce tentación de meter gairo a los higos.... No estaría mal siempre y cuando el río no fuesen los Dilgares.
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