lunes, 23 de febrero de 2009

BEATO

El viento marino descansa en la sombra teniendo de almohada su negro clarín y las manchas de rojo honran los lienzos en los que Beato plasma sus sueños sin fin. Mi sapo pregona por los rincones de Toledo, que es atalaya del mundo, que hay que ir a ver la exposición de Beato en Tolmo, que es el no va más, y que, según él, sin desmerecer a otros, es el mejor pincel del grupo, o, al menos el que a él más le gusta. Y mi sapo es así, sincero y natural. Así que, ya que él ha ido, yo también me he paseado, sin que nadie me vea, por la calle de Santa Isabel, he visto la exposición mañana, tarde y noche y tengo que decir que mi sapo lleva razón. La pintura de Beato a esta rana siempre le pareció un arte con discurso. Y me pasa lo contrario de cuando leo el libro de Alberti “A la pintura”. Con Alberti entre las ancas, a través del verso, reproduzco en mi cerebro los cuadros de cada pintor retratado y se me llenan los ojos de líneas y colores. Con los cuadros de Beato me ocurre al revés; los miro y se me llena el cerebro de versos. Y si Alberti escribió un texto que tituló “Al poeta Pablo Picasso”, esta rana, si el pintor lo tiene a bien y se acerca un día al borde del Tajo a pedírmelo, también está dispuesta a escribir un poema que se titule: “Al poeta Eduardo Sánchez Beato y su mancha roja”. ¡Si es que mi sapo es un sol!, me dice algo y me apasiono y luego, ya sin palabras, me entrego a él como si fuera un éxtasis de Bernini. Y con Beato, la verdad, me ha tocado la fibra. Qué espacio milagroso el de las manos de Beato y el pincel entre los dedos; las manos del artista aman, tocan, retienen la vida sobre el lienzo, presienten el color -el añil me priva-, siembran luz, abrazan el concepto, edifican estructuras de profundidad formidable, acarician el horizonte que la línea marca, valoran el silencio, miden la distancia entre dos puntos que se fugan y se cierran en un puño... y estalla la mancha roja que tanto me gusta ver desde este ninfeo remanso del Tajo. Amén.

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