Pocos libros nos incitan tanto a leer como El Quijote. La lectura es la principal ocupación del caballero, que, por cierto, no está tan loco, pues razona con extraordinaria cordura. Alonso Quijano antes de convertirse en don Quijote no ha hecho otra cosa que andar de caza con su fiel galgo corredor y leer, durante las tardes y las noches, libros y libros. En el silencio, la quietud y la soledad de su casa, “él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio”.
En ese aliento vital –sístole y diástole- que ve alternarse lo cerrado y lo abierto, la casa en la aldea y el campo, la noche y el día, la imaginación y la realidad, se cifra la existencia de don Quijote, de Alonso Quijano, al inicio de la novela. Luego vendrán las salidas, las andanzas, los amores utópicos, los gigantes y los molinos, la derrota en la playa de Barcelona y la razón. Pero siempre, a lo largo de toda la obra se habla de leer, de la importancia de la lectura como vía de conocimiento, junto con el viaje, porque “el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”.
La lectura tiene su tiempo, esa es la lección que nos enseña y que debemos tener en cuenta, la lectura no es algo añadido que se sobrepone a otras acciones, no, la lectura tiene que tener su tiempo determinado, como lo tienen las otras ocupaciones, y, si no es así, las palabras son zarandajas y estupideces. Hermosa y actual lección la de Cervantes. A leer se aprende leyendo. El amor a la lectura se siente leyendo. El hábito de la lectura se logra leyendo. Y leer requiere un tiempo específico, continuado y bien dirigido por personas expertas y responsables. Para Alonso Quijano las horas transcurridas entre libros y libros son un viaje de la mente, de la imaginación que recorre sobre las alas de la lectura empática espacios y tiempos infinitamente más vastos, más variados y más grandes de los que sus ojos abarcan en el horizonte de su aldea. La lectura en sí es ya una aventura. Leer o no leer, saber leer o no saber leer, esa es la cuestión.
En ese aliento vital –sístole y diástole- que ve alternarse lo cerrado y lo abierto, la casa en la aldea y el campo, la noche y el día, la imaginación y la realidad, se cifra la existencia de don Quijote, de Alonso Quijano, al inicio de la novela. Luego vendrán las salidas, las andanzas, los amores utópicos, los gigantes y los molinos, la derrota en la playa de Barcelona y la razón. Pero siempre, a lo largo de toda la obra se habla de leer, de la importancia de la lectura como vía de conocimiento, junto con el viaje, porque “el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”.
La lectura tiene su tiempo, esa es la lección que nos enseña y que debemos tener en cuenta, la lectura no es algo añadido que se sobrepone a otras acciones, no, la lectura tiene que tener su tiempo determinado, como lo tienen las otras ocupaciones, y, si no es así, las palabras son zarandajas y estupideces. Hermosa y actual lección la de Cervantes. A leer se aprende leyendo. El amor a la lectura se siente leyendo. El hábito de la lectura se logra leyendo. Y leer requiere un tiempo específico, continuado y bien dirigido por personas expertas y responsables. Para Alonso Quijano las horas transcurridas entre libros y libros son un viaje de la mente, de la imaginación que recorre sobre las alas de la lectura empática espacios y tiempos infinitamente más vastos, más variados y más grandes de los que sus ojos abarcan en el horizonte de su aldea. La lectura en sí es ya una aventura. Leer o no leer, saber leer o no saber leer, esa es la cuestión.
2 comentarios:
Antonio, muy oportuna esta entrada en un día como hoy. Más aún, cuando vengo de leer el discurso de Juan Marsé al recoger el Premio Cervantes, que recomiendo.
Un saludo.
Aquello de 'letraheridos' (el catalán lo usa mucho más)resulta hoy pero que muy pertinente. Las heridas que producen las letras sanan con más lectura, que hiere y las reabre para exigir así una nueva cura a base de más lectura que a su vez reabre...
Felicidades a la hermandad de enamorados, y enamoradas, del loco más cuerdo y del más utópico de los pragmáticos realistas (que bien hubiera degustado un bistec con Woody Allen y el maestro Marsé).
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