Estamos en tiempos de "acordar", es decir, de acelerar el corazón. Los antiguos creían que los sentimientos residían en el corazón. Para Aristóteles, el corazón era el órgano fundamental del organismo humano, y el cerebro, apenas un mero coadyuvante. En la Grecia clásica, y después, se creía que la memoria estaba alojada en el corazón. Por eso, los romanos empleaban la palabra "recordari", derivada de "cor" 'corazón', que llegó a nuestra lengua como "recordar". En el portugués contemporáneo, saber una cosa de memoria es conocerla "de cor" (etimológicamente, 'del corazón'). Si los sentimientos se alojaban en el corazón, nada más natural que, cuando dos personas se ponen de acuerdo, digan que "concuerdan" o que "acuerdan", con lo que el corazón ya está presente otra vez (del latín vulgar accordare). En el español antiguo -y en muchas regiones, en el contemporáneo- acordar o recordar significaban 'despertarse, volver en sí después del sueño'. Vamos que tenemos que poner el corazón en hora.
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