jueves, 9 de agosto de 2012

BAJADA DE SEXO

Por si a alguien le sirve de reflexión, traigo este texto.
A medida que pasa el tiempo, muchas parejas disminuyen la frecuencia de sus relaciones sexuales e -incluso- dejan de tenerlas. Para ellas, el sexo ya no resulta excitante, ni gratificante.
Esta situación ha sido denominada por algunos psicólogos Síndrome de la mañana siguiente. Un día, los cónyuges se despiertan y ya no se desean, o sienten que el contacto físico no los satisface. La pérdida de la intimidad hace que se sientan "extraños" el uno del otro. Una de las causas de esta crisis, es que no hemos aprendido a diferenciar intimidad de sexo.
Para la mayoría de las personas, el acto sexual es la única manifestación de intimidad. Generalmente, cuando se piensa en intimar con alguien, lo primero que se considera es el sexo. Pero hay otras formas de intimidad, además del placer físico. Existe un amplio rango de manifestaciones íntimas que una pareja puede aprender a ofrecerse y que resultan placenteras para ambos. Dar y recibir placer es un hábito que muchas parejas no han aprendido a desarrollar en toda su amplitud y que tiene innumerables expresiones.
La insatisfacción sexual que manifiestan tantas parejas, refleja -en realidad- una insatisfacción de otra índole...
En las relaciones de pareja, existen expectativas emocionales que no se tienen con otras personas: atención, cuidado, lealtad, constancia, compañía, respeto, aceptación, confianza. Todas estas expectativas están presentes en la búsqueda de intimidad. Cuando en una pareja estable el sexo se vuelve un problema (por escasez, o mala "calidad"), se debe generalmente a una distancia emocional, más que física.
Para mejorar nuestra relación (y nuestra vida sexual) necesitamos -irónicamente- liberar a la palabra "intimidad" de sus connotaciones exclusivamente "sexuales". La intimidad es mucho más que sexo. Incluye las diferentes dimensiones de nuestra vida, además de la física: la emocional, la mental y la espiritual.
Intimidad significa compartir la vida. Si tenemos el deseo de unirnos a alguien y vivir junto a esa persona, necesitamos permitir a nuestra pareja ver dentro nuestro y compartir todo aquello que somos. Para poder sostener la satisfacción, todas las dimensiones de la intimidad deben estar en equilibrio.
Reconocer esto es revelador e inquietante. Tradicionalmente, hemos aprendido a canalizar nuestra necesidad de intimidad en lo físico, descuidando las otras dimensiones. Tendemos a centrarnos en la dimensión física, porque es mucho más fácil intimar físicamente con alguien, que hacerlo en los otros niveles. Sexo puede tenerse con cualquiera.... intimidad, no.
Intimar con alguien emocional y espiritualmente (además de hacerlo en lo físico) es algo mucho más difícil de lograr. La mayoría de nosotros tiene miedo a la verdadera intimidad, por temor al abandono, a la traición y al rechazo. Buscamos momentos de cercanía, de contigüidad, de ternura, pero tememos entregarnos a otra persona completamente. Mientras más nos abrimos a alguien, mayor es el peligro de sufrir, de salir dañados.
Como consecuencia de este temor, enviamos un doble mensaje. Decimos: quiero acercarme, quiero intimar, amar y ser amado... pero -como temo salir herido- mantengo la distancia. Construimos paredes alrededor de nuestros corazones para protegernos de todo aquel que quiera entrar y sólo dejamos abierta la vía física, que es la más directa, sencilla y menos comprometida. Pero esas mismas paredes que nos protegen, nos separan y nos impiden alcanzar la verdadera intimidad.

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