jueves, 25 de octubre de 2012

España en entretelas


España está de rodillas y no atina ni con la oración ni con el Dios al que rezar. Eso que llaman “crisis” nadie acierta a definirlo. Aquí parece que alguien, desde no se sabe dónde, ha gritado: ¡sálvese quien pueda! Y todo el mundo ha echado a correr por donde menos cantos hay. El desarticule social es evidente. Cada vez votan menos y se manifiestan más. Y los que votan parece que van rezongando eso de ¡madrecita que me quede como estoy! España está de rodillas ante los propios españoles que la esquilman. Ciega, de rodillas y atontada, como absorta, viendo a los del “toma el dinero y corre” llevándoselo a espuertas, con los chinos o con sus argucias financieras. Es evidente que a los bancos, a los ricos, a los latifundistas, a los de los bolsillos de cristal y las cuentas en Suiza o las Bahamas, a los grandes, medianos e más chicos esto que por ahí fuera aún llaman España les importa un carajo. Aquí hay quien pierde y pordiosea, quien engaña, empeña y malbarata, quien quiebra y perece, y luego está el logrero de siempre que goza los pingües beneficios. España no parece un Estado sólido. España no es una nación en toda la extensión de la palabra para el conjunto de sus habitantes, o no se siente como una nación. Tampoco es un idioma. Ni siquiera es un territorio. España está quedando solo como un tópico. Esto es lo que veo desde dentro de esta piel de toro. La España que tenía su base de cohesión en las clases medias y se conformaba como una categoría pequeñoburguesa con un más propagandístico que esencial estado del bienestar, pero con un cierto bienestar, es una España en entretelas que tiende a desaparecer si no logra algún espíritu épico que la levante. Necesita ideas cimentadas en la razón y el argumento que se traduzcan en hechos y que no sean tan endebles como el manido sentido común o la relamida ilusión, es decir, se necesita una ideología común para la mayoría de la masa crítica que se sustente en hechos reales y organizaciones efectivas, eficaces y eficientes, y no en discursos evanescentes que tejan edificios sobre la inconsistencia de la nada. No soy más pesimista que Larra, pero la situación es la de un barco a la deriva y una cierta propensión a que haya un buen puñado de maletillas que digan ¡aquí estoy yo! y se lancen al ruedo a torear con una camisa y una vara por todo bagaje, sin reprimir su fiera condición, su furia y su ambición. Estamos en una España cubista que escucha la música sinfónica de los bosques sin mirar a los pájaros. ¿Y eso qué es?, me dirán los hermeneutas que leen en la superficie de la vida. Esto es España, un rostro picassiano o un guitarra de Braque. La España de la pancarta no se aúna, la mayoría silenciosa está más silente que nunca, como atrofiada por un reúma de siglos e impávida ante el vuelva usted mañana de cualquier servicio público. La España de la procesión saca pecho y a la destrucción llama “hacer lo que hay que hacer”, ¡formidable hallazgo!, ¡imponente análisis! Y yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi y moriría por plantarle una fresca al lucero del alba, léase a la Europa que nos subyuga y nos cornea, especialmente esos a los que les levantamos entre todos de dos guerras que perdieron bien perdidas.  Y a pesar de los pesares, no me amarro al pesimismo, pues creo en un país capaz de esfuerzos y felicidades. Claro que, para ello, casi hay que pedir un imposible: que cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y, en vez de alimentar nuestra inacción con la expresión del desaliento, contribuyamos cada cual a las mejoras posibles y dejemos ya de pensar que los tres no son más que dos, y el que no es nada vale por tres. Y, como dice la Biblia, el que tenga oídos para oír que oiga. Pues eso.
Antonio Illán-Noticiasdigital.es

1 comentario:

Enrique M. de la Casa dijo...

Levanta ese ánimo que no todo está perdido porque cuentan de un país que un día tan mísero y pobre estaba...