viernes, 2 de diciembre de 2005

OTRA DE LOES


Un amigo mío de cuyo nombre no quiero acordarme me dice que valora la palabra de labios sinceros, una mano tendida en el momento certero, oídos que escuchan sin prisa y sin pausa y un hombro donde apoyar la vida cuando la bajada es cuesta arriba. Pero también me dice, ¡oh! prosaico amigo, que la LOE no le gusta ni con retoques ni sin retoques, que le gustaba más la LOCE. ¿Te has leído alguna? –le pregunto-. Me dice que no, que no hace falta. Ahí te pillé, tunante, –le digo-. Tu dices que no te gusta por decir que no, como los del partido popular, por no apearte del burro. Un tercero que está en la cháchara, que tiene un punto de moderación que ya de chico parecía que había nacido con barba, tercia diciendo que la LOE, con los retoques de última hora –maquillaje, según unos, y bajada de pantalones, según otros- se parece tanto a la LOCE como una gota de agua a otra gota de agua. Pues, la verdad, puede que tenga razón, y como sigan aprobando enmiendas de ese jaez, el único distintivo que va a quedar en la LOE como divisa es el de la Religión sin asignatura alternativa.
Yo les digo que, al menos en Educación, las leyes no importa mucho que sean jurídicamente buenas o malas, pues quienes, en último término, las van a hacer buenas o malas son los profesores en sus aulas enseñando a los alumnos, las familias en sus casas exigiendo esfuerzo y haciendo trabajar a sus hijos, la Administración ofreciendo recursos –entre otras cosas- y, por supuesto, los propios alumnos si están por la labor del estudio.
Ellos me dicen que estoy en el limbo. Claro que yo me guardo una carta en la manga como defensa y les respondo: pues lo lleváis claro, porque acaba de decir el Papa que el limbo no existe. ¡Estupendo!, eso es estupendo –me dicen- para la Educación, pues si el limbo no existe, no habrá alumnos que estén en ese ameno lugar de distracción y acabaremos con el fracaso escolar, ¡viva el Papa por cargarse el limbo! Y vengan ¡Pisas! a corroborar nuestro éxito.
En mi escuela éramos cincuenta y tantos, había un solo maestro. Aprendíamos solidariamente mucho. No sé que leyes habría, pero todos salimos adelante con mucho más que las cuatro reglas y sabiendo leer y escribir correctamente.

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