viernes, 31 de octubre de 2008

LO QUE NOS PERDEMOS POR NO PONER ATENCIÓN

Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. En ese tiempo, se calcula que pasaron por la estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.
Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.
Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.
Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino.
Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volviendo la cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.
En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos.
Ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell había llenado a rebosar un teatro en Boston, con localidades que costaban una media de 100 dólares.
Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente: Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita, ¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo?

5 comentarios:

Diaz-Rullo dijo...

Bonita la historia, más allá del experimento. La paradoja es que a medida que crecemos (y valga el caso del niño de 3 años) nos alejamos de lo total (póngase por caso la belleza) para caer en lo banal (póngase por caso la prisa). Paradojas del ser humano. Oye, soy José Ramón, antiguo profe de bádminton de tu esposa Teresa... Llegué aquí de casualidad, pero blog añadido a "Favoritos". Salúdala...

Manu dijo...

sniff...
Otro caso más de nostalgia sobre lo poco que, en el día a día, aplicamos el concepto del carpe diem, como ya apuntabas en este otro artículo.
Ay, qué de cosas nos perdemos por no ver el bosque a través de las ramas...
Aunque también, (y no es por ser malo maloso), se me pasa una pregunta por la cabeza: el experimento es interesante, pero, ¿era el espacio muestral el adecuado?
Dicho de otra forma, si a una manada de burros que van en procesión por el campo les ponemos delante el David de Miguel Ángel, ¿se pararía alguno a contemplarlo? Me da que no...
O eso o... la gente de Washington que usa el metro no va a conciertos de música clásica. ^_^
Y, por favor, que conste que profeso un gran respeto por los burros y las personas en general, que nadie haga conjeturas, please.
:-P

La fanciulla de Gijón dijo...

El experimento es, cuando menos, tendencioso. Estos estudios siempre están hechos con el fin de que nos apliquemos la moraleja ceniza de que la rutina diaria nos hace memos. Nos vuelve androides desnaturalizados. Será que la inteligencia y la sensibilidad es patrimonio exclusivo del tío que idea estudios sociológicos como este. Y además se congratula de ello. ¿Qué era lo correcto ahí? ¿Pararse y quedarse al “concierto”? La gente anda apurada por las mañanas, tienen que llegar a sus trabajos. El metro es lugar de prisas, no de solaz. ¡Los niños! Claro, normal que se paren. Pero eso no quiere decir que sean más sensibles que sus padres, simplemente no tienen conciencia del deber y lo mismo se pararían con Joshua, que con cinco andinos que hacen mímica como de tocar ocarinas cuando en realidad están haciendo playback.

Yo sí creo que se reconocen tanto el talento como la belleza en un contexto inesperado. Precisamente, en ese ambiente banal es donde más destaca. Cada vez que cojo el metro rebusco algo extraordinario dentro de ese abigarramiento de gente insulsa. Lo hago como entretenimiento durante el trayecto. Y la mayoría de las veces no encuentro nada. Ahora sí, cuando lo encuentro, me quedo maravillada. Ponedme a mí a Joshua, en mi vagón y ya te digo si lo reconozco. Aunque no toque. Es tan mono… ¡Qué rico, omá! Ya si me pones a Mischa Maisky, con su estética y su fisonomía, pasaría por un hippie más. Pero mi Joshua….¡No!

Y luego siempre están los que ni en un contexto favorable y propicio, son capaces de reconocer nada. Los invitan al Real y exclaman, “Qué belleza! ¡Qué gran obra! ¡Magnífica la orquesta!...y mienten. Mienten porque muchos tienen una oreja frente a otra y porque en un contexto como ese hay pistas suficientes para reconocer la belleza. La belleza que, como en el metro, tampoco ven.
Bueno, yo os dejo esa la reflexión encima de la mesa: ¿Acaso en un ambiente propicio y a una hora conveniente percibimos la belleza? ¿Reconocemos el talento en un contexto esperado?

ANTICLEA dijo...

El experimento es muy llamativo y todos pensamos en un principio y sin reflexionar un poquito, que este mundo está tocando a su límite, que incluso las cosas bellas no se aprecian, pero .. ¿Se hubiese parado a escuchar a Joshua la misma mente pensante de este experimento, si quien le pagó por ello le estaba esperando impacientemente en su oficina para concretar los últimos detalles de algún otro trabajo?
También tengo que decir que es cierto que este mundo nos envuelve con un montón de cosas vanales, que pensamos indispensables y necesarias en nuestra vida y que no nos dejan ver la realidad, esa realidad de belleza que nos rodea, que es mucha, y que no nos permite disfrutar de tanta gente y de tantas cosas buenas que nos rozan cada día los sentidos y que sin embargo no somos capaces de percibir.
Habrá que poner mas atención, vamos digo yo.

elBeni dijo...

Programas televisivos como Saber y Ganar y Grandes documentales de la 2 apenas tienen un 2% de audiencia en la tarde. A la misma hora en Telecinco el afortunadamente difunto "Tomate" acaparaba la atención de más de un cuarenta por ciento de los espectadores. Cada año desaparecen cientos de sellos independientes y miles de discos de artistas con verdadero talento se quedan en el molde mientras Bisbal y los "triunfitos" copan las listas de ventas y son vomitadas una y otra vez por las emisoras de radio.

Resignacion......