Título: Esperando a Godot. Autor: Samuel Beckett. Director: Joan Font. Intérpretes: Gregor Acuña, Javier Centeno, Manuel Rodríguez, Oriol Boixader y Jasio
Velasco. Escenografíay vestuario: Curt
Allen Wilmer. Música: Oriol
Boixader. Iluminación: Joan
Font. Lugar: Teatro de Rojas. Fecha: sábado, 6 de abril.
Esperando a
Godot, Samuel Beckett
(Dublín, 1906-París, 1989). Metáfora válida para tiempos difíciles, tanto los
de su composición, la postguerra mundial o los de hoy. “¿Y si nos ahorcamos?”,
se preguntan los personajes. No lo hacen. Esperan a Godot. Esta expresión, este
aldabonazo, supone, creo, la recapitulación o el corolario de la obra. Es el
avance hacia el final pero también la conexión con el principio. La acción,
absurda, es circular, no hay salida, hasta el último momento de la
representación observamos una situación sin sentido, y hasta el humor –no
olvidemos que el propio autor siempre afirmó haber escrito una obra para
clowns- adquiere matices tétricos de implicaciones metafísicas.
En
la versión de Font, los clásicos Estragón o Vladimir se convierten en Didi y
Gogo, dos vagabundos sin memoria que pasan el tiempo en un espacio circular, un
circo destruido, donde hablan y esperan a Godot, que nunca llega. No pierden la
esperanza de que su venida los saque del apuro de su angustia existencial. Pero
nunca se hace presente. La existencia sin creencias y sin acción se convierte
en aburrimiento y lo combaten mediante el lenguaje, mensajes con ruptura de la
lógica y cambios de universo de discurso, disertaciones absurdas. Es la nada.
Luego aparecen Pozzo y Lucky, domador y esclavo (unidos por relaciones
sado-masoquistas que no se rompen ni siquiera cuando Pozzo queda abocado a la
ceguera), y parece que el tedio se alivia y la espera se hace más llevadera. Sin
embargo no hay lugar para la esperanza ni siquiera cuando un mensajero de Godot
anuncia que este tal vez venga mañana.
En
una obra sin argumento, tenemos que recurrir a las referencias simbólicas para
penetrar en su esencia. Así encontramos el espacio vacío de una plaza o un
camino, un árbol, y el anochecer. Tres elementos altamente simbólicos en el
marco de la desnudez casi absoluta del decorado: un camino-plaza-espacio que se
sucede a sí mismo, que no sabemos de dónde viene ni adónde va;
un árbol que simboliza a la vez la condena (no olvidemos la
importancia del árbol del conocimiento del bien y del mal y la referencia al
ahorcamiento), aquí manifestada en la tendencia constante al suicidio, pero
también la redención (el madero de la cruz). Y la noche, el tiempo de la
ausencia de la luz, de la oscuridad, la dificultad existencial de encontrar
salidas a la vida. Los personajes principales de esta obra esperan. Esperan al
pie del árbol en una radical soledad e incomunicación que no pueden disipar ni
la compañía (puramente formal) ni el diálogo (que en vano intenta ahuyentar el
silencio y el sinsentido). Al final de la obra siguen esperando entre la
alternativa de un Godot que nunca llega y un suicidio que nunca se consuma.
Esperando
a Godot es una obra magistral que hay que ver bien despiertos, pues en ella
se nos plantean preguntas radicales:
¿Dónde iría yo, si pudiera ir a alguna parte? ¿Qué sería, si yo pudiera ser
algo? ¿Qué diría, si tuviera una voz? ¿Quién soy, si el otro existe? ¡Ahí es
nada! Estamos ante el problema del sentido y del destino, expresado
plásticamente en el caminar o en la inmovilidad y la clausura; el problema de
la realización personal de quienes se ven abocados a la nada; el problema del
decir, del lenguaje y de la comunicación y, finalmente, la gran cuestión de la
alteridad, de la apertura al otro que me define pero que, en la imposibilidad
comunicativa, me condena a la soledad. Por todo ello, el texto de Esperando a Godot proclama la inutilidad
de las cosas y abunda en los temas recurrentes de la separación y el suicidio,
para cifrar toda esperanza en algo que ni siquiera saben de qué se trata,
porque si llega Godot "Nos habremos salvado". Aunque Godot no llega,
porque no hay salvación posible.
Excelente acierto, una
vez más, del teatro de Rojas con la programación de este espectáculo tan propio
para nuestro mundo y con tanta calidad teatral. Y una lástima que los
toledanos, que tanto parecen preocuparse de boquilla por la cultura, no
llenaran el teatro en una manifestación artística de tanta altura como la de esta
obra y como la de todas las del ciclo de Teatro Contemporáneo. ¡En el teatro de
Rojas se ofrece cultura de la buena! ¡Aprovéchese!
2 comentarios:
Qué curioso, Antonio. Justo cuando esta tarde iba a cerrar el ordenador para irme a ver esta misma obra, hoy representada en el Teatro Palenque, de Talavera, he visto tu entrada. He preferido no leerla hasta la vuelta. Ahora, recién hecho, no tengo por menos que aplaudir tu comentario, lúcido y preciso. Una obra, sin duda, para recomendar.
Un abrazo.
Muy buenoooo!!!!!!!!
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