domingo, 7 de abril de 2013

Esperando a Godot: lo absurdo de la existencia





Título: Esperando a Godot. Autor: Samuel Beckett. Director: Joan Font. Intérpretes: Gregor Acuña, Javier Centeno, Manuel Rodríguez, Oriol Boixader y Jasio Velasco. Escenografíay vestuario: Curt Allen Wilmer. Música: Oriol Boixader. Iluminación: Joan Font. Lugar: Teatro de Rojas. Fecha: sábado, 6 de abril. 


Esperando a Godot, Samuel Beckett (Dublín, 1906-París, 1989). Metáfora válida para tiempos difíciles, tanto los de su composición, la postguerra mundial o los de hoy. “¿Y si nos ahorcamos?”, se preguntan los personajes. No lo hacen. Esperan a Godot. Esta expresión, este aldabonazo, supone, creo, la recapitulación o el corolario de la obra. Es el avance hacia el final pero también la conexión con el principio. La acción, absurda, es circular, no hay salida, hasta el último momento de la representación observamos una situación sin sentido, y hasta el humor –no olvidemos que el propio autor siempre afirmó haber escrito una obra para clowns- adquiere matices tétricos de implicaciones metafísicas.
            En la versión de Font, los clásicos Estragón o Vladimir se convierten en Didi y Gogo, dos vagabundos sin memoria que pasan el tiempo en un espacio circular, un circo destruido, donde hablan y esperan a Godot, que nunca llega. No pierden la esperanza de que su venida los saque del apuro de su angustia existencial. Pero nunca se hace presente. La existencia sin creencias y sin acción se convierte en aburrimiento y lo combaten mediante el lenguaje, mensajes con ruptura de la lógica y cambios de universo de discurso, disertaciones absurdas. Es la nada. Luego aparecen Pozzo y Lucky, domador y esclavo (unidos por relaciones sado-masoquistas que no se rompen ni siquiera cuando Pozzo queda abocado a la ceguera), y parece que el tedio se alivia y la espera se hace más llevadera. Sin embargo no hay lugar para la esperanza ni siquiera cuando un mensajero de Godot anuncia que este tal vez venga mañana.
            En una obra sin argumento, tenemos que recurrir a las referencias simbólicas para penetrar en su esencia. Así encontramos el espacio vacío de una plaza o un camino, un árbol, y el anochecer. Tres elementos altamente simbólicos en el marco de la desnudez casi absoluta del decorado: un camino-plaza-espacio que se sucede a sí mismo, que no sabemos de dónde viene ni adónde va; un árbol que simboliza a la vez la condena (no olvidemos la importancia del árbol del conocimiento del bien y del mal y la referencia al ahorcamiento), aquí manifestada en la tendencia constante al suicidio, pero también la redención (el madero de la cruz). Y la noche, el tiempo de la ausencia de la luz, de la oscuridad, la dificultad existencial de encontrar salidas a la vida. Los personajes principales de esta obra esperan. Esperan al pie del árbol en una radical soledad e incomunicación que no pueden disipar ni la compañía (puramente formal) ni el diálogo (que en vano intenta ahuyentar el silencio y el sinsentido). Al final de la obra siguen esperando entre la alternativa de un Godot que nunca llega y un suicidio que nunca se consuma.
            Esperando a Godot es una obra magistral que hay que ver bien despiertos, pues en ella se nos plantean  preguntas radicales: ¿Dónde iría yo, si pudiera ir a alguna parte? ¿Qué sería, si yo pudiera ser algo? ¿Qué diría, si tuviera una voz? ¿Quién soy, si el otro existe? ¡Ahí es nada! Estamos ante el problema del sentido y del destino, expresado plásticamente en el caminar o en la inmovilidad y la clausura; el problema de la realización personal de quienes se ven abocados a la nada; el problema del decir, del lenguaje y de la comunicación y, finalmente, la gran cuestión de la alteridad, de la apertura al otro que me define pero que, en la imposibilidad comunicativa, me condena a la soledad. Por todo ello, el texto de Esperando a Godot proclama la inutilidad de las cosas y abunda en los temas recurrentes de la separación y el suicidio, para cifrar toda esperanza en algo que ni siquiera saben de qué se trata, porque si llega Godot "Nos habremos salvado". Aunque Godot no llega, porque no hay salvación posible.
           
Conviene tener alguna referencia del autor. Samuel Beckett es una de las cimas de la creación literaria en el siglo XX. Su teatro del absurdo es una manera de ver el mundo que va más allá del teatro existencialista de posguerra que aún conserva ideas, mensajes, encarnaciones dramáticas de planteamientos filosóficos. Con Beckett, y también con Ionesco, los recursos dramáticos se ponen al servicio de una experiencia central que parte del existencialismo: el hombre es un “ser-ahí” arrojado y abandonado a la existencia. No hay lógica en el mundo, y la vida está continuamente amenazada por la muerte. Somos “seres-para-la-muerte”, había dicho Heidegger.
           
La versión que nos propone Joan Font está muy pegada al suelo de nuestra realidad  "caótica, absurda, surrealista, cruel", pero que, en vez de trágica, se puede ver como "terriblemente" cómica al retratar seres incapaces de poner orden en nuestros asuntos y de avanzar coherentemente. Una apuesta muy mediterránea y muy “Comediants”, muy teatral y muy circense, en la que el género humano se desploma y se cubre de polvo, como el que emergía de la destrucción de las torres gemelas. Una escenografía que pone el punto en un espacio decadente, una luz cálida y unos movimientos de actores equilibrados, pese a la pose de clowns en la que se los enmarca, como personajes de un circo destruido. Geniales Gregor Acuña y Javier Centeno y sublime la labor de Oriol Boixader (Lucky)  y Manuel Rodríguez (Pozzo), así como la de Jasio Velasco, el mensajero enviado por Godot. Si la labor actoral es sobresaliente no lo es menos la interpretación musical que realizan en directo los actores-músicos. La música es un personaje más en esta propuesta escénica e introduce una emoción que quizá sea el Godot que salve nuestra existencia.
            Excelente acierto, una vez más, del teatro de Rojas con la programación de este espectáculo tan propio para nuestro mundo y con tanta calidad teatral. Y una lástima que los toledanos, que tanto parecen preocuparse de boquilla por la cultura, no llenaran el teatro en una manifestación artística de tanta altura como la de esta obra y como la de todas las del ciclo de Teatro Contemporáneo. ¡En el teatro de Rojas se ofrece cultura de la buena! ¡Aprovéchese!

2 comentarios:

Antonio del Camino dijo...

Qué curioso, Antonio. Justo cuando esta tarde iba a cerrar el ordenador para irme a ver esta misma obra, hoy representada en el Teatro Palenque, de Talavera, he visto tu entrada. He preferido no leerla hasta la vuelta. Ahora, recién hecho, no tengo por menos que aplaudir tu comentario, lúcido y preciso. Una obra, sin duda, para recomendar.

Un abrazo.

Sex Shop dijo...

Muy buenoooo!!!!!!!!