lunes, 29 de octubre de 2007

VINO Y CULTURA

El vino ha sido un ingrediente natural a lo largo y ancho de la cultura de la humanidad y de la Historia de la Literatura Española en especial. Ya en Gonzalo de Berceo, nuestro primer poeta conocido, podemos leer que “Quiere fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino, ca no son tan letrado por fer otro latino: bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”.
Luego más tarde Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en El Libro de Buen Amor nos alecciona sobre que “Es el vino muy bueno en su misma natura; muchas bondades tiene, tomado con mesura; al que más lo bebe quítale la cordura; toda maldad del mundo hace y toda locura”.
La literatura medieval está llena de referencias a esta bebida de antiquísimo linaje. Lo encontramos en La Celestina y es larga la referencia de autores del Siglo de Oro de Tirso de Molina a Lope de Vega o de Góngora a Quevedo donde encontramos indicaciones sobre este “néctar divino, al que algunos llaman vino, porque nos vino del cielo”. Pero quizá sea en el El Lazarillo y El Quijote donde encontremos dos puntos culminantes. En la primera de la novelas, Lázaro cura sus heridas con vino, después de que el ciego le rompa el jarro en los morros, y más tarde, llegará en su edad adulta a tener oficio como pregonero de vinos en Toledo. En El Quijote son innumerables las citas que encontramos, y no sólo del protagonista acuchillando zaques, sino de unos y otros dando sorbos sin ningún motivo de encantamiento, alabándose siempre como de muy buena calidad el vino de Ciudad Real.
Los escritores del siglo XVIII, aunque parcos y moderados, también se acercaron a esta fiesta del beber y de los románticos no hay nada más que recordar a don Juan Tenorio. El realista Benito Pérez Galdós no pierde comba en muchas de sus novelas para hacer referencia a la costumbre popular de la ingesta de tan espirituosa bebida, podemos recordar en algunos textos de su Ángel Guerra cómo se vivía y cómo se bebía en los mesones castellanos. En el siglo XX elaborar una hermosa antología con los textos sobre el vino, de poetas, narradores y dramaturgos, y no sólo de manchegos de renombre como García Pavón, Francisco Nieva, Buero Vallejo o Rafael Morales, o universales, como Jorge Luis Borges y su “Soneto al vino”, sería cuestión de que alguien subvencionara el trabajo a algún investigador hedonista.
El vino ha tenido importancia en la historia no sólo como halago de paladares o como objeto de buena literatura, sino como símbolo popular en muchas culturas. Ha sido y sigue siendo elemento fundamental en sacrificios y oblaciones y muchos rituales de iniciación, ya sean sagrados o profanos, casi siempre de una forma u otra relacionados con el amor, como el amor a la humanidad que transmitía uno de estos singulares personajes mitológicos, Dionisos. Este atributo amoroso del vino lo convierte en una bebida de comunión, ya sea por el trance compartido o por la paz encontrada que proporciona.
Bebamos entrecruzando los brazos y mirándonos fijamente a los ojos, como hacían los antiguos escandinavos, brindemos presentado la copas la altura de la cabeza o choquemos los vasos, como es costumbre que ya tiene quinientos años, pero sobre todo gocemos con este caldo que invita a ser saboreado con gusto, medida y moderación para poder mantener un saludable espíritu libertario con ese don del cielo que “alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre me gustó la comparación de gentes que hizo a través del vino Machado en "He andado muchos caminos".

Un saludo, Antonio. Anoche me encantó oírte recitar (y las introducciones a tus poemas). Me ha gustado y me gustará pasear por tus palabras.