miércoles, 25 de marzo de 2009

¡MUCHO OJO CUANDO IMAGINAMOS NUESTRO PROPIO FUTURO


Las personas tenemos la capacidad de viajar mentalmente en el tiempo y escudriñar en nuestro futuro o recrearlo con la imaginación. Pero esa recreación no es la realidad. Esto nos permite ¿predecir? una serie de eventos y consecuencias y, con la ficticia base de estos pronósticos, tomar determinadas decisiones en el presente. De hecho, casi todas las decisiones que tomamos (comprar algo, aceptar un trabajo, tener hijos...) se basan en la predicción de las consecuencias emocionales de las diferentes opciones: elegiremos aquello que más beneficio -o menos perjuicio- nos reporte, según esa creación de futuro en la que proyectamos imaginativamente nuestro presente con sus circunstancias y sus condicionantes conceptuales y culturales.Sin embargo, esta capacidad de visualización del propio futuro no es perfecta, porque las personas cometemos muchos errores cuando nos ponemos a predecir nuestras reacciones y estados emocionales futuros. Tendemos a sobreestimar el impacto emocional de una situación y, a veces, creamos monstruos y otras hacemos verdaderos castillos en el aire. Como regla general, predecimos que los acontecimientos tendrán un efecto más intenso y duradero en nuestro estado de ánimo, del que realmente tienen, según la realidad y la experiencia propia y ajena nos demuestran.
Quizá con un ejemplo extremo lo podamos entender mejor. Al imaginar la muerte de nuestra pareja, tendemos a pensar/imaginar que nos sentiremos devastados y que nunca podremos superarlo. La realidad nos demuestra que, en estos casos, la mayoría de las personas logra recuperarse al poco tiempo e -incluso- iniciar una nueva relación. Veamos otro ejemplo más pragmático: ¿Hay personas que creen que tener un Mercedes les hará la vida perfecta? Si logran conseguirlo, a las pocas semanas se acostumbran a tenerlo y la influencia de esa adquisición en su estado anímico resulta mucho menos intensa y más pasajera de lo que anticiparon con su pensamiento: su vida no resultó perfecta. En resumen, casi nunca obtenemos tanta felicidad -o padecemos tanta desgracia- producto de una experiencia futura, como imaginamos.
¿Por qué somos tan imprecisos al predecir nuestro "futuro emocional"? Por dos razones: subestimamos nuestra capacidad de adaptación y vemos el futuro con una visión de túnel.
Si pensábamos que nos moriríamos si nuestra pareja nos abandonara -y esto ocurre con harta frecuencia-, es posible que en poco tiempo nos encontremos diciendo cosas como: "no teníamos mucho en común", "no estábamos realmente enamorados", "no era la persona indicada para mí", etc... Una vez que descubrimos que nuestra pareja -y nuestro amor- no eran tan perfectos como creíamos, esta partida o este abandono dejan de ser traumáticos... y hasta puede que se vivan en la realidad como un alivio! De manera similar, si esperábamos un ascenso en el trabajo pero no lo obtuvimos, es probable que terminemos pensando que fue mejor, ya que así podremos pasar más tiempo con nuestra familia y vivir con menos presiones. Es decir, tendemos a racionalizar aquello que nos ocurre.
Si bien la racionalización es una forma de auto-engaño, también es producto de la capacidad de adaptación emocional del ser humano. Así como tenemos un sistema inmunológico fisiológico, las personas tenemos un sistema inmunológico emocional que nos permite aclimatarnos a los cambios, tanto a los positivos como a los negativos. Este sistema hace posible que cambiemos nuestra interpretación de los sucesos, para sentirnos mejor. Sin embargo, al pronosticar un estado de ánimo futuro no tenemos en cuenta esta "respuesta inmunológica emocional".
Otra de las razones por las cuales no imaginamos bien y con acierto nuestro estado emocional futuro, es la visión de túnel que tenemos ante los eventos. Cuando imaginamos una situación, tendemos a focalizarnos exclusivamente en ella. Por ejemplo, imaginamos que si perdiésemos a nuestra pareja (por volver al ejemplo extremo) nos sentiríamos deprimidos y angustiados durante mucho tiempo, porque construimos imágenes mentales del funeral y del entierro, de entrar a la casa y no encontrar a esa persona, de tener que deshacernos de sus pertenencias, etc... Lo mismo nos ocurre si la perdemos por algún tipo de ruptura. De la misma manera, cuando nos imaginamos que nos ha tocado la lotería, nos centramos en el día en que recibimos el millonario cheque y construimos imágenes de felicidad compulsiva. Desestimamos todos los otros acontecimientos que formarán parte de nuestra vida, nuestras rutinas, relaciones, etc... y eso distorsiona la imaginación del futuro.
Deberíamos ser conscientes de estas distorsiones, porque ellas tienen consecuencias. Estas consecuencias se manifiestan claramente en nuestras ambiciones materiales. Como exageramos el impacto que tendrán un coche nuevo -o una casa más grande- en nuestra felicidad, los situamos como máximos objetivos. Nos esforzamos mucho por alcanzarlos y -al poco tiempo- descubrimos que no eran tan determinantes.
Dado que el deseo está directamente vinculado con la predicción (deseamos aquello que predecimos que nos hará sentir bien; y mientras más felicidad pensamos que algo nos traerá, más lo deseamos), un pronóstico incorrecto puede llevarnos a realizar elecciones incorrectas. Si no sabemos cómo nos sentiremos con algo en el futuro, ¿qué decisión tomamos frente a eso en el presente? ¿Cómo podemos estar seguros de si lo deseamos o no? ¿Cómo sabemos si nos hará tan felices como creemos? Las predicciones incorrectas también explican muchos de nuestros arrepentimientos en la vida. ¿Por qué decidimos trabajar ochenta horas a la semana? ¿Para tener más dinero y así ser más felices? ¿Lo logramos? ¿Qué imaginamos cuando tomamos la decisión de trabajar esa cantidad de horas? Seguramente, pensamos que el dinero adicional nos permitiría vivir mejor.
Para la mayoría de las personas, el obstáculo para ser felices es no alcanzar el futuro deseado: no poder comprar ese coche; obtener ese puesto; lograr el amor de tal persona; etc... Pero el problema real es otro: descubrir cuál de todos los futuros deseados tendrá mayor impacto en nuestra felicidad. Si bien duele mucho no obtener aquello que queremos, más nos perjudica no saber qué queremos.
Moraleja: Predecir cómo nos sentiremos en el futuro es algo natural y puede brindarnos información útil, pero no deberíamos confiar del todo en estos pronósticos: ni en los muy optimistas, ni en los muy pesimistas. Debemos confiar mucho más en nuestra capacidad de adaptación emocional (tanto a la felicidad, como a la adversidad) y, sobre todo, reflexionar profunda y abiertamente sobre aquello que nos hará verdaderamente felices.

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias antonio, bonita reflexion, es un balsamo para las procupaciones cotidianas